¿Pueden convivir en paz el islam y Occidente?
Un pintor de origen marroquí exhibe en un museo de Amsterdam cuadros de imanes rodeados de calaveras sangrantes e insignias nazis. Una joven musulmana escribe una novela en holandés que habla con franqueza del deseo sexual femenino. Una periodista hija de inmigrantes turcos declara que al financiar los colegios musulmanes el Gobierno holandés está apoyando "un regreso a la Edad Media". Ésta es una imagen de lo que está ocurriendo dentro de la población musulmana de Holanda, que hoy día supera un millón de personas, el 6% de la población. Otra imagen la proporciona el hermano de una mujer musulmana de 25 años que ha jurado matarla porque mantuvo una relación amorosa con un holandés. O el imán de Rotterdam que exigió a las autoridades que se prohibiera el paso por la vecindad de su mezquita a mujeres con falda corta. O Mohamed Bouyeri, musulmán nacido en Holanda, que en un acto de autoproclamada yihad asesinó en noviembre del año pasado al cineasta Theo van Gogh cortándole la garganta en plena calle con un cuchillo.
No pasa un día sin que en la televisión o la radio se discuta en Holanda sobre la gran cuestión: ¿qué hacer para que Occidente y el islam convivan en paz?
Paul Scheffer, laborista: "Es difícil hablar de estas cosas, y aquí no lo hicimos durante años, prefiriendo creer que otras religiones nos harían más tolerantes"
Scheffer: "La idea de que, si hablas suave, el problema desaparece no es verdad. El alcalde Job Cohen ha dado la mano a todos, pero ahora necesita protección porque es judío"
Rachid Ben Alí, pintor: "Quiero que la gente vea con mis cuadros que, siendo musulmán, uno puede ser absolutamente libre en su forma de pensar"
Naima el Bezaz, novelista: "Provocando, hablando de temas tabúes, como el deseo sexual de las mujeres, es la única forma de hacer que cambien las cosas"
Por un lado se detectan las semillas de un islam moderno, abierto a las irreverencias del mundo occidental; por el otro, la imagen caricaturesca del islam que tanto rechazo provoca entre los que no comparten la fe. La polarización genera tensión, temor y conflicto, pero también, de forma contradictoria, ha provocado un amplio debate en Holanda entre los propios musulmanes, y entre ellos y la comunidad autóctona holandesa. No pasa un día de la semana sin que en la televisión o en la radio o en un salón público de alguna ciudad se esté llevando a cabo una discusión sobre la gran cuestión: ¿qué hacer para que Occidente e islam convivan en paz?
En ningún otro país europeo, y quizá del mundo, se están transgrediendo con más vigor los límites de lo políticamente correcto, de lo que se puede decir o no se puede decir en sociedad. Temas considerados tabúes en el resto de Europa occidental, o que se mencionan sólo en el bar entre amigos, se discuten en público ante desconocidos con una franqueza espeluznante.
Minifalda
¿Si no les gusta a los musulmanes la minifalda, por qué no regresan de una vez a sus países de origen?, preguntan unos. ¿Se puede permitir que se predique el odio contra los judíos y el desprecio contra los cristianos en las mezquitas?, dicen otros. ¿Contraer matrimonio concertado con mujeres que uno no conoce no es una corrupción del concepto del amor y una transgresión de los derechos de la mujer? ¿Es el islam compatible con una democracia liberal y con los principios que encarna la Constitución europea?
EL PAÍS ha hablado con algunos de los protagonistas del gran debate nacional, entre ellos musulmanes fundamentalistas y musulmanes que han abandonado la fe, gente amenazada de muerte por sus ideas, feministas holandesas que defienden a mujeres musulmanas, y el hombre que inició la controversia sobre el islam, un profesor universitario, escritor y periodista, llamado Paul Scheffer, que publicó un polémico artículo en enero de 2000, titulado Drama multicultural, que generó un debate de dos días en el Parlamento holandés.
"Me han invitado a hablar sobre estos temas en varios países, entre ellos España, Canadá y Australia, y la gente siempre se queda boquiabierta, asustada", dijo Scheffer durante una entrevista en su casa en Amsterdam. "Es difícil encontrar el lenguaje adecuado para hablar de estas cosas, y de hecho aquí en Holanda no lo hicimos durante muchos años, prefiriendo creer que la llegada de gente de otras culturas y religiones nos haría más cosmopolitas y tolerantes, en vez de lo que ha ocurrido, que es lo opuesto de lo que nos habíamos imaginado. Fuimos muy inocentes. En vez de integración hemos visto un proceso de segregación con un creciente choque de culturas, especialmente con el islam".
Scheffer ha dado más de 300 conferencias a lo largo de los últimos cinco años, algunas de ellas en mezquitas. "Existía el miedo", dice, "de que un debate abierto agravara la intolerancia y creara más conflicto, pero no es verdad. La idea de que si hablas suave, si utilizas lenguaje diplomático, el problema sencillamente desaparecerá no es verdad. El alcalde de Amsterdam, Job Cohen, le ha dado la mano a todos, se ha portado muy amablemente con todos, pero ahora necesita protección 24 horas al día porque es judío. Entonces, mejor hablar, y sin pelos en la lengua. Lo que intento comunicar a la gente es que veo el debate como una invitación, no un rechazo. El gran objetivo es buscar la fórmula de la convivencia. Por eso, en mi opinión, Holanda es hoy día un laboratorio no sólo para los holandeses, sino para todo el mundo".
Scheffer, un hombre muy conocido en Holanda, se perfila como líder del Partido Laborista, hoy la segunda fuerza electoral del país y la primera en las encuestas. "Los inmigrantes tienen que adaptar su forma de pensar a un país en el que el islam es, y siempre será, minoría. Deben comprender claramente que si quieren vivir con el libro sagrado en la mano hay que aceptar que la gente lo pueda criticar o incluso ridiculizarlo".
Marco Pastors, un político de derechas y vicealcalde de Rotterdam, expone una tesis de Scheffer: que las tradicionales divisiones ideológicas de los partidos europeos cobran menos relevancia cuando entra en juego la discusión sobre la inmigración musulmana. La diferencia entre Pastors y Scheffer es de matiz. Pastors opina que el islam tiene que cambiar, al menos en su versión europea, para posibilitar la permanencia de los musulmanes en una sociedad fundamentalmente "cristiana y humanista" como la holandesa. "Con los inmigrantes de otras religiones y culturas y colores de piel no hemos tenido problemas más allá de los que van a tener los inmigrantes siempre y en todos lados", dice Pastors, discípulo del populista Pym Fortuyn, asesinado en 1992. "Pero los musulmanes nos presentan un problema de paradigma porque por tradición se trata de gente hostil a la sociedad occidental cristiana. Con los demás inmigrantes, todo parece resolverse con el tiempo. Con los que se identifican con el islam parece haber una incompatibilidad casi insuperable".
Debate en Rotterdam
Con esa palabra, "casi", Pastors permite la posibilidad de que algo se pueda hacer. "Estamos fomentando el debate en Rotterdam, financiándolo con dinero de la ciudad, en gran parte porque queremos que los mismos musulmanes reflexionen, se pregunten entre otras cosas por qué si el islam es tan superior han optado por vivir en un país como el nuestro. Hablamos en los debates de la desigualdad entre hombre y mujeres, matrimonios forzados y otras cosas de las que los musulmanes nunca hablan entre ellos, y esto nos da la esperanza de que quizá su pensamiento evolucione hasta que un día sí podamos vivir juntos".
Hay algunos musulmanes que han "evolucionado" hasta el extremo de convertirse en fanáticos antiislámicos. O así ven muchos musulmanes holandeses a Ayaan Hirsi Alí, parlamentaria de origen somalí que habla con más franqueza que nadie sobre lo que ella percibe como los horrores del islam y filmó un controvertido documental con Theo van Gogh sobre la sumisión de las mujeres musulmanas. La franqueza, como ella no ha sido la única en constatar, tiene su precio. Tuvo que abandonar el país durante tres meses tras la muerte de su amigo, cuyo asesino dejó clavado en su vientre un mensaje anunciando que ella sería la siguiente víctima de la ira islamista. Hirsi Alí, que no duda en declarar que ha dejado de creer en el Dios musulmán, ha vuelto a Holanda, pero se ve obligada a vivir en la semiclandestinidad.
Rachid Ben Alí, el pintor que satiriza a los imanes radicales ("los hombres del odio", les llama), es otro Rushdie holandés. Es un chico de 27 años con pelo teñido de amarillo que viste vaqueros con cintura baja, pero que no se mueve de su casa sin guardaespaldas. El museo se los paga desde que empezaron a llegar amenazas de muerte al día siguiente de que se inaugurara su exposición el 15 de enero.
No es ninguna sorpresa que tema por su vida. Sus cuadros son un sacrilegio imperdonable para aquellos que celebraron la muerte de Van Gogh; tomados en su conjunto son una especie de Guernica musulmán, denunciando de manera surreal, pero salvajemente explícita, el vínculo entre el islam y el terrorismo. Se ven bombas, cuerpos mutilados, coches explotando, jóvenes con la palabra "Alá" escrita en el pecho, imanes barbudos expulsando excrementos por la boca.
"Quiero que la gente vea que siendo de origen musulmán, como yo, uno puede ser absolutamente libre en su forma de pensar. El mundo musulmán no te da espacio como individuo. Hay un control social terrible. Y para poder transmitir este mensaje y conseguir que la gente hable, lo que hay que hacer es romper tabúes". Como consecuencia de la libertad de expresión que predica, él ha visto drásticamente reducida su propia libertad. ¿No se arrepiente de lo que ha hecho? "En absoluto. No permitiré que me intimiden. Nunca me autocensuraré. Antes de hacer eso abandonaré la pintura".
Otra persona de origen musulmán, Ebru Umar, escritora y periodista de origen turco y buena amiga de Theo van Gogh, dice con palabras lo que Ben Rashid con su pintura. "A Theo, un día le insultaron unos musulmanes llamándole cerdo y ese día decidió que si ellos me llaman cerdo yo les llamaré folladores de cabras. Y eso es lo que les llamo yo, porque es verdad". Lo sea o no, no parece exactamente una buena idea -ni tampoco de demasiado buen gusto- andar diciéndolo. ¿Por qué lo hace? ¿Con un propósito político o para divertirse? "Más bien para divertirse", contesta. "Eso es lo principal. Y eso es lo que motivaba a Theo".
Umar sirve para demostrar el caos que se vislumbra dentro de la comunidad denominada musulmana en Holanda y lo estridente que se puede volver un debate que no siempre es productivo, como desearía Paul Scheffer; que a veces aporta más agitación que claridad.
Naima el Bezaz, en cambio, lucha con valentía y con los ojos abiertos por una causa seria. Nadie la ha amenazado de muerte todavía, pero desde que publicó La amante del diablo, y después de un artículo en la prensa holandesa denunciando el trato a las mujeres musulmanas, anda con cuidado. El Bezaz, que tiene 30 años y ha nacido en Holanda de padres marroquíes, opina, como el pintor Ben Alí, que la forma de curar la patología es la terapia de choque.
Novela dura
"Estoy escribiendo una novela aún más dura ahora, y lo estoy haciendo con el objetivo claro de provocar. Porque provocando, hablando de temas tabúes en la sociedad musulmana, como el deseo sexual de las mujeres, es la única forma de hacer que cambien las cosas". Ella se considera, de todos modos, una buena musulmana. "Estoy orgullosa de serlo, pero eso es precisamente porque pertenezco a la rama liberal de mi religión, la que respeta otras religiones, la que respeta a las mujeres y la que está en contra de todo tipo de violencia".
En contra de El Bezaz están los que ella llama "los rígidos". "Ellos me odian. Se calcula que hay unos 15.000 musulmanes muy rígidos, pero tienen una influencia desproporcionada. Predican el odio no sólo contra los cristianos, sino contra todos los que no son como ellos. Ése no es el islam verdadero. Para mí, eso es fascismo". El radical musulmán más conocido de Holanda se llama Mohamed Cheppih. Nacido en Holanda hace 27 años de padres marroquíes, pero educado en Arabia Saudí, es el líder de la Liga Mundial Musulmana en Holanda y una de las más importantes figuras en Europa de una organización financiada por la familia real saudí con el propósito de propagar la fe. Se le acusa de fomentar el extremismo religioso entre jóvenes musulmanes de segunda generación, aprovechándose del rechazo y discriminación que sienten muchos por parte de la sociedad holandesa. Cheppih indirectamente lo reconoce. "La necesidad principal a la que respondo en mi trabajo", dice, "es la de información sobre el islam, especialmente entre la juventud holandesa". Cheppih ha estado en las miras de los servicios de inteligencia holandeses, pero no se esconde. Su barba, su cara pálida, su corpulencia, son bien conocidas para los seguidores de los debates televisivos.
"La sociedad holandesa es tan hipócrita", dice Cheppih, que habla perfecto inglés, además de holandés y árabe. "Durante 20, 30 años parecían buena gente, pero resulta que nos odian y temen, y consideran que el islam es una religión retrógrada". Pero entonces, como dicen muchos holandeses en los debates, ¿por qué no cogen el avión de vuelta a Marruecos? "Es que -y esto es lo que respondo en los debates- ¡yo no quiero vivir en Holanda! Pero nací aquí. Los que somos de segunda generación de inmigrantes no elegimos vivir en este país". ¿Se sienten atrapados y frustrados? "Exactamente". ¿Pero qué opina de aquellos correligionarios suyos que tanto detestan el país donde nacieron que están dispuestos a desahogar su frustración matando? "Mire, estos tipos están locos. Tan locos que yo mismo me siento amenazado, porque en su forma de pensar yo soy una especie de traidor. Esta gente es una banda de criminales, sencillamente, que envuelven su maldad bajo el manto del islam".
Cheppih, un personaje claramente más complejo de lo que quisieran creer los caricaturistas, demuestra cómo el debate holandés ha generado un Babel de opiniones, especialmente dentro de la comunidad musulmana, donde pululan las interpretaciones de lo que es "el verdadero islam". Están los "liberales", como Naima el Bezaz; los "locos criminales", como Mohamed Bouyeri; los "rígidos", como Cheppih, y los que reniegan de la fe -pero se siguen definiendo a través de ella-, como Ben Alí.
"El debate dentro del islam: ésta es la clave; esto es lo más importante que estamos viviendo", opina Paul Scheffer. "Algunos tienen una idea muy dogmática; otros, una muy liberal. Gente como Naima el Bezaz habría sido invisible hace cinco años, pero ahora ahí están en plena ebullición. Indudablemente, algo está pasando dentro de esta comunidad y conozco muchos musulmanes que quieren avanzar en esta nueva forma de pensar. Hay 20 millones de musulmanes en Europa y será muy interesante ver en los próximos años cómo practicarán su religión en nuestras democracias liberales. ¿Evolucionará de manera diferente? ¿Surgirá en Europa la gran reforma del islam que algunos ansían?".
Terapia de choque
La otra posibilidad es que eso no ocurra, que las posiciones se endurezcan, que la terapia de choque recomendada por el doctor Scheffer, en vez de ser la solución, cree más conflictos, produzca más mártires como Theo van Gogh. El experimento que se está llevando a cabo en Holanda puede producir la deseada vacuna contra la incomprensión y el odio o puede que explote en las caras de los participantes. Lo único cierto, como dice una amiga de Ayaan Hirsi Alí, es que no hay marcha atrás. "Es como un matrimonio en crisis en el que un día todo explota y salen los rencores y frustraciones acumulados durante años. Después ya no hay posibilidad de volver al silencio de antes".
Naima el Bezaz celebró la explosión y le sigue echando leña al fuego. Hablar por hablar es saludable, opina. Pero al mismo tiempo reconoce que no hay ninguna garantía de que produzca una cura. "La verdad es que, hoy por hoy, hay más gritos que diálogo", dice. El único valor que le ve el rígido Cheppih al debate es que le permite "ver, oír y sentir cómo piensa la sociedad holandesa". Él lo dice en tono despectivo, como todo lo que dice sobre Holanda, pero al mismo tiempo el mero hecho de interesarse por lo que piensa el enemigo quizá sea el primer paso decisivo hacia la paz.
Así lo ve Scheffer, cuyo sueño es que los musulmanes participen plenamente como ciudadanos -con las obligaciones y derechos que eso conlleva- en la vida del país. Scheffer causó un impacto hace cinco años en un arrebato de rabia pesimista y hoy tiene la esperanza, dice, de que sea posible tanto en su país como en el resto de Europa una convivencia armónica entre musulmanes y los demás. "El debate tan franco que estamos teniendo supone un riesgo, como lamentablemente hemos visto", dice. "Pero en cualquier caso es un riesgo que tenemos que asumir. Debemos intervenir, debemos defender la tolerancia contra la intolerancia. Porque si no lo intentamos, fracasaremos; perderemos la batalla, seguro".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.