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Reportaje:

¿Son seguros nuestros rascacielos?

Antonio Jiménez Barca

Una señora que el lunes se acercó al paseo de la Castellana para observar en persona el gigantesco muñón tiznado en que se ha convertido el edificio Windsor exclamó con una mueca de espanto: "¡Qué horror! ¡Deberían estar prohibidos!". ¿Tiene razón esta señora? ¿Deberían estar prohibidos los rascacielos? ¿Son peligrosos para los que viven o trabajan en ellos? ¿Para los que pasan por debajo cada día? La inmensa tea del Windsor que ardió durante el sábado por la noche y la madrugada del domingo en el corazón financiero de Madrid recordó a muchos la hecatombe de las Torres Gemelas de Nueva York. Y el horror de los cientos de personas que quedaron atrapadas en las plantas más altas sin más salida que buscar una muerte rápida lanzándose al vacío.

A un par de kilómetros del lugar donde hoy agoniza el edificio Windsor están naciendo cuatro colosos de más de 200 metros de altura cada uno
"Hay 600.000 posibilidades más de morir aplastado en la carretera que abrasado en un rascacielos", dice el catedrático Ricardo Aroca

Y, sin embargo, el fenómeno de los gigantes de cristal, hormigón y acero es imparable en España: a un par de kilómetros del lugar donde hoy agoniza el Windsor, en el mismo paseo de la Castellana, están naciendo cuatro colosos de más de 200 metros de alto cada uno (el doble justo que el edificio incendiado el sábado) y más de 45 plantas. Las cuatro moles transformarán el perfil norte de la capital y albergarán oficinas y habitaciones de hotel. En Barcelona, a un costado de la Diagonal, los arquitectos Jean Nouvel y Fermín Vázquez ultiman el edificio Agbar, de 144 metros. Y no es el único rascacielos que se construirá en los próximos años en esta ciudad. Ni en Benidorm, donde se levanta el que hoy por hoy es el edificio más alto de España, el hotel Bali, de 210 metros.

En el despacho del arquitecto que diseña una de estas nuevas torres de la Castellana, Carlos Rubio Carvajal, se habla mucho todavía del incendio del Windsor. "Hombre, no hemos cambiado nada de las medidas de seguridad previstas; pero, después de lo ocurrido, que impresiona, pues hemos hecho un buen repaso de todo", asegura. El enorme hotel de más de 600 habitaciones diseñado por Rubio Carvajal contará con las más modernas medidas anti-incendios: compartimentos estancos, blindajes especiales para aislar completamente las plantas, rociadores incluso en las cornisas para atacar el fuego desde el exterior, escaleras de evacuación protegidas del fuego con tamaño suficiente como para permitir que suba un bombero mientras baja la gente... "Además, la estructura está compartimentada de tal manera que un incendio, por muy grande que fuera, sólo afectaría a un tercio del edificio", añade el arquitecto.

Nada seguro

El catedrático de Construcción de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Ignacio Paricio, sostiene que los rascacielos españoles "son seguros". Pero añade: "Aunque nada es absolutamente seguro y el coste de cada incremento de seguridad aumenta en proporción exponencial. Estamos poco acostumbrados a la intrínseca fragilidad de todas nuestras actuaciones". Este experto matiza que el peligro se esconde más en algunos rascacielos ya en pie, "que necesitan una reforma desde el punto de vista de la seguridad", que en estos nuevos gigantes mucho más altos que se levantan en la actualidad.

El caso del Windsor, de 106 metros, inaugurado en 1979, es paradigmático: no contaba con rociadores automáticos y las llamas se extendieron por todo el edificio sin que nada actuara de cortafuegos. No es el único rascacielos de Madrid que carece de estas medidas. De hecho, la mitad de los construidos en la capital carece de aspersores; entre ellos, el Edificio España, de 117 metros, levantado en 1953, y la Torre de Madrid, de 1957.

José Luis Castillo, oficial de bomberos del Ayuntamiento de Madrid y uno de los hombres que peleó contra las llamas que devoraron al Windsor el pasado fin de semana, también alerta contra este tipo de edificios más antiguos. "Los que se construyen ahora, aunque no me gusten mucho como bombero, tienen unas aceptables defensas contra el fuego. Otra cosa son los que se hicieron hace tiempo", asegura.

En los últimos 25 años no ha muerto nadie por un incendio declarado en un rascacielos en España. En 1990, en Madrid, las llamas que nacieron de la combustión de unas hojas de eucalipto arrojadas a unas vasijas de vapor alcanzaron las paredes de madera de una sauna situada en la planta 29 del edificio Torre Europa, inaugurado en 1985. El gimnasio de lujo contiguo resultó afectado, pero el fuego, gracias a la compartimentación aislante del inmueble, se circunscribió al piso 29. El desalojo de urgencia llenó la calle, en octubre, de ejecutivos en albornoz o en toalla y yuppies en chándal, pero sólo una persona (un ex diputado) resultó herida. Nueve años más tarde, los bomberos de Barcelona consiguieron atajar un violento incendio declarado en la planta 12 del rascacielos situado en la plaza de Urquinaona, de 23 pisos e inaugurado en 1970. Las llamas redujeron a cenizas tres plantas, pero nadie resultó herido.

Ricardo Aroca, catedrático de Estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, tiene otras estadísticas: "Hay 600.000 veces más posibilidades de morir abrasado en un rascacielos que aplastado en un coche en la carretera". Este experto alerta contra la "demonización un tanto bíblica" que este tipo de construcciones gigantescas acarrea, debido a la majestuosidad estética de su concepción y ejecución. Y señala que los rascacielos tienen unas ventajas prácticas: "Permiten que unos equipos numerosos de personas trabajen en un espacio próximo, por ejemplo". Este catedrático recuerda que la tan denostada "densidad" que provocan los rascacielos puede ser aprovechada: "Es la diferencia entre una ciudad alargada, extendida, como Los Ángeles, con sus autopistas y sus atascos, y otra con más rascacielos, más densa, pero más habitable, como es Nueva York".

Aroca no es el único arquitecto que sospecha que algo del mito de la Torre de Babel late en las críticas a los rascacielos: "Hay quien ve algo de apocalíptico en esto del Windsor, una especie de castigo divino al hombre por el ansia de elevación y la vanidad del ser humano que desafía los cielos", sostiene el arquitecto Fermín Vázquez, autor, junto con Jean Nouvel, del edificio Agbar de Barcelona. "No hay que tomar lo del Windsor como un caso general. Lo principal es la evacuación: que el edificio aguante mientras dure la evacuación", añade. La Torre Agbar, "que no permitiría que un incendio se propagase como en el caso del Windsor", cuenta, además de todas las medidas anti-incendios citadas anteriormente, "con un diseño especialmente pensado para disipar los humos".

El oficial de bomberos Castillo empezó a trabajar el domingo pasado a la una de la madrugada. Y sólo dejó su puesto 14 horas después. Su principal preocupación no era que el Windsor se desplomara. "Era que mis hombres, subidos a un brazo articulado de más de 40 metros de alto, muy cerca de las llamas, no resultaran heridos. Más allá de una planta octava no tenemos control absoluto de un incendio. Y el Windsor comenzó a arder en la planta 21. Yo invitaría a alguien a subirse en un brazo articulado de 40 metros. La más mínima brisa lo balancea. Recuerda mucho a un insecto pequeño en una espiga o una flor".

En España no ha habido muertos por incendios en un rascacielos. Pero en noviembre de 1996, en Hong Kong, 39 personas fallecieron al arder el Garley, de 16 plantas. Muchas de ellas se arrojaron al vacío de pura desesperación. El edificio, de mediados de los setenta, no contaba con ningún sistema anti-incendios.

El catedrático Aroca sabe que nada es infalible. Pero añade: "Es cierto que, dada su altura, los bomberos no pueden hacer gran cosa si se declara un incendio en un rascacielos, que está abandonado a su suerte, que depende de sí mismo, como un barco en alta mar que comenzara a arder. Pero por eso no vamos a prohibir barcos en alta mar".

El rascacielos Windsor en llamas, visto desde Pozuelo de Alarcón.
El rascacielos Windsor en llamas, visto desde Pozuelo de Alarcón.EFE

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.
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