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Los obreros del túnel del Carmel advirtieron de que las grietas no se tapaban correctamente

La falta de seguridad motivó un plante de los trabajadores tras el primer hundimiento

Miquel Noguer

"Las grietas crecían cada día y nosotros lo comunicamos a los encargados; pero, en lugar de reforzar toda la pared, sólo se inyectaba algo de hormigón para taparlas (...). No era suficiente, ahora lo sabemos". Así comienza el relato de uno de los trabajadores que el pasado 27 de enero vio cómo comenzaban a hundirse los primeros 11 metros del túnel de maniobras de la línea 5 del metro de Barcelona en el barrio del Carmel. En las semanas previas al hundimiento, los obreros pidieron en más de una ocasión que se reforzara con arcos metálicos la parte del túnel que cedió hasta provocar el gran socavón, pero nadie les hizo caso. Hasta que se desplomó al cabo de unos días.

Pasados 24 días desde el accidente, el túnel que cruza el barrio del Carmel se ha convertido en un auténtico búnker. Las paredes de varios tramos se han revestido con capas de hormigón que superan el metro de grosor. Las cerchas o arcos metálicos de contención se acumulan de tal manera en el interior de la galería que ninguno de los operarios del túnel lo hubiera imaginado hace sólo un mes. Ahora toca minimizar riesgos. No cabe ni un problema más y la imagen está muy dañada. "Si algún día hay amenaza nuclear, yo vendré a refugiarme a este túnel", ironiza uno de los obreros, que, sin embargo, lamenta que las constructoras que realizan los trabajos no consideraran con anterioridad la necesidad de reforzar una galería que, al hundirse, ha obligado a desalojar a más de 1.000 vecinos del Carmel.

¿Podía haberse evitado el hundimiento? Si los problemas que han afectado al proyecto eran "evitables", como reconoció el consejero de Política Territorial, Joaquim Nadal, ¿por qué no se hizo nada para evitar el accidente? Formular esta pregunta a los operarios da lugar a tantas respuestas como trabajadores hay en el túnel, pero todas ellas tienen un elemento común: los ajustados márgenes económicos que rigen los trabajos de obra pública en nada ayudaron a la prevención. "Días antes del hundimiento, las grietas de aquella pared se estaban poniendo bastante feas. Recuerdo que un día metí una piedra bien apretada en la junta de la roca y al día siguiente la encontré de nuevo en el suelo. Aquello se movía, ¡Y de qué manera!", explicó el pasado viernes otro de los obreros, que, como sus compañeros, pidió que su nombre no apareciera en este periódico.

¿Y qué hizo? "Pues se lo comentas a los jefes, pero siempre dicen que estas cosas son normales, aunque yo no lo veía así".

Presiones habituales

¿Pasaron miedo? "Bajo tierra siempre se pasa mal, aunque lo ocultemos con bromas y nos escudemos tras un pitillo", explica otro de los hombres, que dice haber pasado más tiempo bajo tierra que con su familia. Pero el miedo, aunque paralizante, también puede ser un buen consejero. Como a la mañana siguiente del primer derrumbe.

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Al ser requeridos para evaluar el alcance del hundimiento, los operarios exigieron que los responsables de las obras les acompañaran hasta el punto del siniestro, a lo que éstos se negaron. Esta reacción provocó el plante de los trabajadores. "Normalmente asumo los riesgos que entraña mi trabajo, pero una cosa es el día a día y otra muy diferente cuando un jefe te pide, sin más, que te metas allá abajo a ver qué ha pasado (...). Le dije que yo entraría, pero que él vendría conmigo hasta tocar la roca; al oírlo me dijo que no hacía falta ir, que podíamos esperar", refiere el operario.

Recuerda este obrero que cuando se trabaja bajo tierra este tipo de presiones son habituales, pero que la última palabra siempre la tiene el que debe arriesgar su integridad. "Y yo dije que no". Las cosas cambiaron al día siguiente, cuando la chimenea provocada por el hundimiento todavía no había hecho ceder la superficie. "Al final decidimos entrar para intentar taponar el túnel y poder llenarlo de hormigón, pero ya fue tarde; todo acabó de hundirse".

Desde aquel día, la actividad habitual del túnel se ha reducido a la mínima expresión para dar paso a las hormigoneras, a los equipos de refuerzo de las paredes y a un sinnúmero de técnicos que intentan dar con la causa de un hundimiento que ha cuestionado cómo se llevan a cabo las obras públicas en España.

"Nos pasamos el día quejándonos de nuestro trabajo, que sí, es muy duro, pero también te reporta la alegría de trabajar con compañeros extraordinarios y de compartir buenos momentos, y además, por qué no admitirlo, le acabas cogiendo cariño a la obra y lo último que quieres es el ridículo de un hundimiento como éste".

Retrasos en la nómina

Por otra parte está el dinero. Con salarios que oscilan entre 2.000 y 2.800 euros mensuales, estos operarios saben que pocos trabajos de cuello azul les reportarían los mismos ingresos. Y aguantan lo indecible: jornadas de hasta 12 horas, barro hasta las rodillas y una humedad que cala los huesos. Por esta razón se irritan sobremanera cuando, como este mes, el salario se ha retrasado ocho días o la paga extra de vacaciones no llega hasta semanas más tarde. "El día 8 de febrero nos plantamos, paramos de trabajar; media hora de protesta fue suficiente para que alguien llegara con el dinero", explica otro de los trabajadores mientras se acaba el bocadillo.

Cobrado el salario de enero, las preocupaciones crecen a medida que se aproxima el 28 de febrero: con la obra parada, contratos temporales y un proyecto que deberá revisarse de cabo a rabo, los trabajadores del túnel no saben qué pensar. Algo les dice que sus problemas apenas acaban de comenzar.

Las tres firmas que integran la unión temporal de empresas para la construcción del metro han declinado dar su versión de los hechos pese a las continuos requerimientos, mediante fax y llamadas telefónicas, de EL PAÍS.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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