Desde lo hondo

En su visita de este año, el Alban Berg, para muchos el mejor cuarteto del mundo, planteó dos programas tremendos, repletos de música, con el único descanso posible para ellos y sus oyentes del Cuarteto D87 de Schubert. El resto era todo de una densidad enorme, de una belleza absoluta. El jueves empezaban con la Suite lírica de Alban Berg y avisaban de su formidable estado de forma, pues es difícil escuchar una mejor traducción de la pieza. Algo de ello pasó también con la música de Roman Haubenstock-Ramati (1919-1994), un compositor todavía a descubrir por nuestro público.

Pero donde la cosa alcanzó la máxima hondura, la bajada al abismo y la subida a la gloria fue en los dos grandes cuartetos schubertianos que cerraron cada una de las sesiones. Nada menos que La muerte y la doncella y el D887, es decir, dos de las cumbres no ya de la creación de su autor sino de la música de cámara de todas las épocas. El primero ya fue sensacional, pero en el segundo el Alban Berg llegó a tocar ese fondo que en Schubert se disfraza de tristeza y es mucho más que eso, algo así como la entrega absoluta a la belleza como consuelo único y final cuando no se tienen ni treinta años. Qué maravilla.