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Columna
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Misterio

En el 1925 fue muy sonado el caso de Manuela Rodríguez Fraga, la espiritada de Moeche. Esta joven campesina, de 21 años, amaneció un día hablando con la voz de un cura originario de Ortigueira, muy formado en dogmática y que había fallecido años antes en La Habana. Según los numerosos testigos, la voz era ronca, algo tronante en cuanto se tocaba la filosofía moral, pero dulcificada por un acento cubano. Para hacerse una idea de la transformación de la voz, y por no salir de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, imaginen respetuosamente a monseñor Gea Escolano cantando Angelitos negros. Muchísima gente de la comarca y aun de lugares lejanos acudió a escuchar a Manuela, que un día bordó un sermón final desde el balcón de la casa y dejó pasmada a la multitud. Y no hubo más. Supo despedirse de aquella voz a tiempo con un dicho habanero: "Pá qué tú me llama, si tú no me conoce".

El caso de Manuela, bien documentado, más que interesar como curiosidad etnográfica, me parece de una asombrosa modernidad. No se trataba de una posesión diabólica. Tampoco de una farsa espiritista. Al fin y al cabo, un siglo antes, y desde su casa de Marine Terrace, en el exilio de Jersey, Victor Hugo consiguió hablar con la burra de Balam, el león de Androcles y la paloma del Arca de Noé. ¿Cuál era el misterio de Manuela? El suyo era uno de los denominados cuerpos abiertos. O dicho de otra forma, un lugar de acogida para espíritus peregrinos, de esos que pasean su obstinación por el mundo, y a quienes incluso se les cede el mando de la voz. Nuestra Manuela adelanta la deslocalización de conciencias y voces. Una deslocalización general, iniciada en la economía, y que se expande también en el pensamiento, la política y el arte, y que es una versión tumefacta de lo universal. Por poner un ejemplo cercano, escuchen con atención a Ángel Acebes. Cuando habla de la Iglesia y del Estado, oímos al arzobispo Vélez, autor de El preservativo. Cuando lo hace de inmigración, el peligroso retintín recuerda por momentos a Le Pen. Cuando habla de relaciones internacionales, ahí sí, salta inequívoca Condoleezza Rice, con voz de institutriz imperial, recriminando la indocilidad hispana. Mientras tanto, ¿dónde está la propia voz de Acebes? Pues igual la tiene en la radio-gramola del desván una señora de Moeche.

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