El mercado de la carne, en el centro
Hace un año remití una carta semejante a ésta. Ya son seis. Seis cartas, seis años, los que llevo viviendo en el centro de Madrid. Día a día, los vecinos de mi barrio sufrimos la violencia de la explotación sexual en la puerta de nuestras casas. Como cada día, cuando las pocas tiendas del barrio que consiguen sobrevivir apagan las luces y echan sus cierres, el mercado de la carne abre sus puertas al por mayor. Con la caída de la noche, las jóvenes inmigrantes se multiplican por las esquinas.
Las decenas del día se convierten ahora en centenares. Mujeres, muchas casi niñas, que apenas conocen nuestro idioma pero que han aprendido rápido a ofrecer sus servicios. Los "chulos" observan a cierta distancia.
Este triste mercado de la carne humana empieza en Madrid mucho antes de que Mercamadrid abra sus puertas. A su alrededor, todo tipo de actividades delictivas. De vez en cuando, gritos, peleas, acelerones, frenazos y bocinas estridentes. Los vecinos y comerciantes pagamos impuestos de primera y soportamos una situación de degradación insostenible que hace imposible residir en el corazón de Madrid. La solución pasa por la regulación de esta actividad, hasta ahora ilegal, que priva de derechos sociales a estas mujeres y atormenta a los residentes de la zona.
El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid siguen sin ofrecer soluciones. Aguirre y Gallardón tienen sus despachos a pocos metros, pero no pisan mucho la calle y menos a determinadas horas. ¿Haría algo nuestro alcalde, la presidenta regional o el delegado de Gobierno si se trasladase este triste circo de la carne a la puerta de sus residencias.
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