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Reportaje:

Larga cola por U2

La venta de entradas para el concierto del grupo irlandés en Barcelona crea aglomeraciones en Valencia

Ignacio Zafra

El miércoles, a las cinco de la tarde, alguien llevó un colchón y lo puso en la acera. Otros, como Rosa y Roberto, llegaron a la misma hora, desplegaron sus sillas y se sentaron a esperar. 19 horas después, la pareja, residente en Albacete, salía de la Fnac con entradas para el concierto de U2, que tendrá lugar en Barcelona el 7 de agosto.

La convocatoria de ayer superó la desproporción de la del 3 de febrero, en la que se vendieron localidades para el concierto que la banda dará en Madrid. A mediodía, la fila salía de la Fnac, recorría la acera de la plaza de San Agustín, tomaba la calle de San Vicente y doblaba por la del padre Jofre hasta llegar a la esquina con Cervantes. Casi una vuelta a la manzana.

El establecimiento detenía a los compradores en la puerta, y sólo les permitía el paso cuando el mostrador quedaba despejado. De modo que dentro, la tienda mantenía el sosiego. Lo que se llama externalizar.

¿Cómo pueden cientos de personas dedicar un día laborable a esta empresa? "Cogiendo un día de vacaciones", contestaba Rosa antes de entrar; "horario flexible", decía Roberto, y a su lado, un hombre que prefería no identificarse, respondía: "sobornando al jefe".

La Fnac abrió las puertas a las 10.00. Vendía las entradas a través de Internet, compitiendo con otros puntos de venta de toda España. Así que a las 12, las entradas baratas -46.25 euros para estar en el césped del Camp Nou- se habían agotado. Alguien, "un pavo", decidió organizar la cola el miércoles por la tarde. Empezó a pasar una lista para que la gente se apuntara. Rosa y Roberto, que ocupaban la plaza 30, tardaron dos horas en llegar al mostrador. Para entonces sólo quedaban "las caras", 61.25 euros y 76.25 euros para sentarse en una grada del estadio. A las cuatro de la tarde se acabaron las entradas, después de vender 800.

A la mayoría, la espera y el dinero les daba igual. "A mí los U2 me gustan desde que tengo conocimiento", decía, en valenciano, Alex Ferrús, actor teatral, músico, que se había incorporado a la cola a las cuatro de la madrugada.

Ferrús es un clásico en lo referente al grupo irlandés. "¿El mejor disco? Joshua Tree. Ése fue el boom, en el año 84". Él tenía 14 años. ¿Y la mejor canción? Imposible decir una: "Where the streets have no name y Sunday bloody sunday, por ejemplo".

Una cola de grandes proporciones exige cierto control para evitar incidentes. Un policía local, apostado a la puerta de la iglesia de San Agustín, indicaba que las aglomeraciones son materia de seguridad ciudadana. Competencia del Cuerpo Nacional de Policía. Y dos agentes del cuerpo, a la puerta de la Fnac, aseguraban que no se había registrado ningún problema.

Dentro, los guardias de seguridad coincidían: "Hay algunos merodeando por aquí, pero hasta ahora no hemos tenido que tirar a nadie por colarse". El respeto se explica en parte por la propia vigilancia de los compradores. Uno de ellos decía: "Son muchas horas, sabes, como para que venga un espabilao".

Los únicos molestos parecían ser los dueños de las tiendas por las que discurría la cola, a tramos infranqueable. La subencargada de un negocio de complementos del hogar, en la esquina de San Agustín con San Vicente, hablaba de un descenso en la clientela, "sobre todo siendo jueves".

Al menos hasta que corrió la voz de que se habían agotado las entradas baratas. Entonces, tres jóvenes que esperaban desde las cinco de la mañana, comentaban: "Yo, si me quedo, es ya para revender las entradas. Lo que mola de estos macroconciertos es el espectáculo, porque se gastan mucha pasta. Y la música, que a mí también me gusta. Y 50 euros los pago. Pero ¿vale la pena estar aquí tanto tiempo para pagar 70 euros y verlo desde una grada? Pues la verdad es que no. Y encima tienes que irte a Barna".

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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