El progreso se edifica construyendo
Es un tanto misterioso que no se pueda ir a la compra sin rascarse el bolsillo mientras tanto político urbanizador sin urbanidad procede como si sus ocurrencias fueran ajenas a la mengua de nuestra capacidad adquisitiva
El frío extenso
Este invierno ¿no está siendo extremadamente riguroso en zonas de natural más bien templadas? Una columna de Adolf Beltrán, situada a la derecha tipográfica de la que tal vez ahora usted está leyendo, se cerraba con una observación espléndida, casi una metáfora digna de la buena distancia a la que se atenía Jonathan Swift: "...la civilización, a gran escala, es poco más que un foco cotidiano de calor en el frío glacial del universo". Del frío que congela los huesos de tantos humanos, que son los que padecen o escriben sobre estas cosas, siempre se conserva su memoria cotidiana y sus desastres duraderos, desconociendo su origen y el capricho atávico de la conducta isobárica. Disponer de los espacios infinitos como techumbre remota del planeta que hasta ahora tiene la amabilidad de acogernos no es garantía suficiente ni eterna de supervivencia, pese al ronroneo incesante de los climatizadores urbanos, que convierten la parálisis friolera en un intermitente goce emocional.
Ínfulas de marginación
No hay manera de que Juan Goytisolo se manifieste en público sin que lleve consigo un pedestal portátil. Jamás le faltan motivos de queja, de modo que sus continuos lamentos son a menudo reproducidos en medios de gran difusión, lo que no es obstáculo para que el autor de Señas de identidad prefiera considerar como impoluta su autoetiqueta de marginado. ¿Marginado, cuando dispone de Tribunas de en este mismo periódico? Ah, claro, es que se trata de una trampa saducea para hacer creer al lector que lo de su marginación es una confortable, aunque algo exagerada, ilusión, y que, a fin de cuentas, poco importa una calculada heterodoxia mensual en el tremendo panorama de ortodoxias complacientes que nos invade. Pero incluso los mártires de una causa que rara vez excede el contorno de su persona cometen errores muy ortodoxos, como salir en defensa de un crítico que aprovecha la ocasión para machacarlo.
¿Qué negocio no es negocio?
Pues claro que la mayoría de los grandes premios literarios convocados por editoriales de nombre tienen ganador antes de la reunión del jurado, y a menudo con su complacencia a ciegas. Es algo tan sabido que parecería ingenuo exigir juego limpio en un terreno donde se juegan tantos millones como en una planta potabilizadora. No se sabe a santo de qué la editorial, cualquiera de cierta presencia, tendría que atenerse al criterio de un jurado, al que además invita por lo menos a la cena, que lo mismo va y premia una extrañeza sin posibilidad alguna de continuidad. Cuando casi todo lo que es, es un negocio, ¿por qué la industria editorial debería de arriesgarse a ciegas? Bastante es que finalmente distingue a alguien con la torna un tanto patética del finalista como para, encima, tirarle en cara su mendacidad cultural. Un reproche del que ni siquiera está exenta la banca ni los ministerios del ramo.
El porvenir de una ilusión
El futuro que aguarda a la fastuosa Ciudad del Cine alicantina diseñada en los años de esplendor del zaplanismo reinante es tan ineluctable como el de un cubito de hielo flotando en un vaso de martini. Dino de Laurentis, que no es un improvisado embaucador de fantasías improbables, acaba de descubrir a Marruecos, a tiro de piedra de la costa alicantina, como lugar idóneo para deslocalizar los costes de producción construyendo una gigantesca ciudad para hacer cine con la que no podrá competir ningún país del sur europeo. Por otro lado, la proliferación de escuelas de cine, especializadas o no en aspectos concretos de la profesión, alcanza unos niveles de saturación que pronto habrá más profesores de guión que alumnos dispuestos a recibir sus benéficas enseñanzas. Un riesgo de peso para una industria que sobrevive a duras penas.
Ande o no ande
La pregunta no es cuánto nos va a costar la infraestructura de la Copa del América, ya que los regatistas van y vienen por el mar abierto y lo mismo va y se deslocalizan el año siguiente de su celebración valenciana. Tampoco se trata de abrigar nostalgia alguna por la Valencia que desaparece con sus huertecitos periféricos y sus valientes cultivos de alcachofa, no. El asunto es si vamos a recibir algo sustancial, útil y no más horrible de lo necesario a cambio de tanto destrozo. Nadie con un dedo de frente puede presumir que el índice de natalidad se va a disparar hasta el punto de ocupar en el futuro la totalidad de la volumetría edificable en proyecto. Un uso racional del despilfarro sería trasladar a los vecinos de Ciutat Vella a esos rascacielos mientras se regenera de una vez la integral del casco antiguo. Y a partir de ahí, veremos.
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