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Columna
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Plástico

Últimos rumores en la batalla de Almería: El Corte Inglés de la provincia de Almería estará en El Ejido, y no, al menos por el momento, en la capital de la provincia. El valor simbólico (y material, claro) del golpe no es chico: sufre el orgullo de la capital, pero también el de Roquetas de Mar, el pueblo cuyo regidor estaba convirtiendo, antes de que Arenas lo embarcara en la guerra contra Juan Enciso, en una primorosa urbanización con farolas artísticas hasta en la carretera.

En Roquetas de Mar hay ya un enorme centro comercial en el que cabe el pueblo de Roquetas de hace sólo veinte años, pero cosas como estas nunca sobran y ahora esa línea imparable de progreso se trunca por culpa del golpe de efecto (y no solo de efecto) del rebelde que no se ponía al teléfono cuando llamaban los ministros. En El Ejido no editan periódico, pero las tertulias radiofónicas de la emisora de la Diputación se emiten desde allí; por algo se empieza. Todo va al saco de los argumentos del Poniente: si la riqueza económica y política (los votos populares) se genera aquí, El Ejido es ya una capital de hecho, y eso debe traducirse institucionalmente de alguna manera.

Parece, además, que en el Poniente almeriense se puede estar iniciando un cambio de ciclo. La estragante agricultura de invernadero puede haber agostado ya las manas del beneficio, y los ojos de los que vuelan más alto empiezan a ver en aquella tierra un futuro alternativo: que nazca, de debajo de los plásticos, la urbanización más grande de España (así me la define un almeriense al que nada le extraña ya). El proyecto existe, los pasos se están dando, y no parece que tenga más que ventajas: se desacelera una fuente de riqueza que tiene costes medioambientales y sociales que acaban pesando más de lo que la eficiencia permite, y a lo mejor hasta cambia el color del paisaje humano.

Saturado el Poniente, el plástico viaja en dirección Levante. El Levante de la provincia de Almería tiene pocas alternativas de progreso económico que no sean la metástasis de invernaderos, ya visiblemente avanzada; y hay mucha munición que apunta como responsable del estancamiento a la protección medioambiental de que goza la zona y que está conteniendo el avance del plástico. Se han desmantelado dos o tres invernaderos ilegales, pero la presión es enorme: los responsables políticos dicen que, si aceptamos que ni la agricultura de invernadero ni el turismo de masas pueden poner los motores a toda marcha en un Parque Natural, alguien tendrá que decir cómo vamos a salir adelante. De momento, la fórmula es la tolerancia con lo que ya está empezando a pasar.

Entre el Levante y el Poniente están los Juegos del Mediterráneo, magnífica ocasión para que entre la capital y Cabo de Gata creciera un bosque de grúas que luego parió una villa olímpica que, como el resto de las instalaciones levantadas para los Juegos, muchos almerienses ven con el orgullo propio de una provincia olvidada durante décadas y que se hace a sí misma. La gran teoría política del momento consiste en cebar ese orgullo y hacerle supurar una abundancia de ladrillo y de plástico. Y en eso andan. Y de compras, claro.

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