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Reportaje:PASEOS

Aristocrática y agraria

El escritor invita a huir de la imagen tópica que limita Jerez al reino del flamenco, el vino y los caballos

Las ciudades con pasado histórico relevante imprimen carácter. Sus habitantes, ayudados por los historiadores de las glorias locales, terminan por hacer historia de las leyendas y por atribuirles una antigüedad bíblica. El mito tiene un fondo de verdad porque es otra manera de contar la historia. Todas las civilizaciones tienen los suyos y todos los grupos humanos por pequeños que sean.

Jerez también es un mito basado en una realidad que todavía vemos por la calle. Vista desde fuera, es la ciudad del vino, los caballos y el flamenco y, aparte de esto, pocos forasteros son capaces de ver algo más. Vino, caballos y flamenco se tienen por lo más puro jerezano, aunque los haya en otras muchas ciudades, quizá en menor cantidad y calidad que en Jerez; pero si lo tomamos como exclusivo nuestro y, lo que es peor, como señas de identidad, entramos de lleno en la mitología. Además del vino, que cuenta con general aplauso dentro y fuera de la ciudad, los caballos y el flamenco son aficiones minoritarias. Siento seguir desilusionando, cuando estoy lejos de Jerez, a quienes les digo que no me mueve la equitación ni me arranco por bulerías. Y he podido ver la indignación contenida de un japonés, que se había gastado lo que no tenía para venir a conocer los cantes, al comprobar mi absoluta indiferencia por el asunto, a pesar de vivir a un paso del Centro Andaluz de Flamenco y a dos del teatro Villamarta y de varias peñas flamencas. Jerez es muchas cosas además de éstas y no es desde luego una ciudad aislada, sino sujeta desde sus orígenes a las influencias del exterior, de manera que sus posibles particularidades son compartidas con poblaciones vecinas.

Todo esto es Jerez, y mucho más que se le escapa al forastero. La realidad, cuando se usa para el arte, deja de serlo. Los tópicos son verdades establecidas, como los refranes, por la observación y el conocimiento de las cosas, que van rebotando de generación en generación hasta llegar a nosotros. Es posible que una ciudad como la nuestra, amurallada y aristocrática, haya dado pie a esa idea de isla luminosa en medio de un mundo en tinieblas. De niño tenía la convicción de vivir en el lugar más importante del mundo, y no por la visión sesgada que un niño tiene de la realidad, sino porque eso era lo que se desprendía de la opinión de los mayores.

Descubrí más tarde, con disgusto y decepción, que más allá de sus murallas había otros mundos. El problema, si es que lo es, para la mayoría de mis paisanos, no es propiamente jerezano, existe en Nueva York y en la última aldea perdida del Orinoco, lo que pasa es que cuanto mayor es la población más diluido queda el sentimiento. El origen de los sentimentalismos locales está en el miedo: hay una suerte de temor por lo que venga de fuera, porque con ello se cambia nuestro orden, nuestra seguridad, y, sobre todas las cosas, se ponen en evidencia nuestras limitaciones. Es un espíritu localista que siempre he lamentado, que hace que las ciudades se retrasen en su desarrollo humanístico. La crítica apenas existe, lo que da a entender que todo está bien y nada hay que mejorar ni corregir, y poner en cuestión nuestros defectos colectivos, no sólo no se hace sino que no se consiente.

Pero todo se le perdona a esta ciudad hermosísima, equilibrada y en orden, donde todavía se puede vivir y pasear a la medida humana, donde, salvo los días extremos del verano y del invierno, la mayor parte del año se puede disfrutar de las terrazas y de los parques, y donde el perfume de los jardines, desde el suave al violento, nos llevan al encuentro eterno con las primeras sensaciones de la infancia. Es una ciudad para pasear y así se lo recomiendo a los amigos que vienen de fuera. Hay monumentos y obras de arte que ver: el Museo Arqueológico, el retablo mayor de San Miguel, las primeras parroquias de la Reconquista, una bodega (González Byass es de mucho interés) o algunas casas particulares, si tenemos amistades que nos introduzcan en ellas. (Quienes tengan conocidos influyentes no deberían irse sin visitar la Cartuja, el exterior al menos, y una viña.) Pero Jerez es más importante por fuera que por dentro, el Jerez histórico naturalmente, no las zonas de expansión, aunque haya crecido a lo ancho y no a lo alto. Pasear por los barrios más antiguos, apartados de las calles comerciales (San Mateo, por ejemplo), es hacerlo todavía por un pueblo viejo y noble de casas señoriales junto a las de arquitectura popular, con iglesias antiguas y calles medievales, plazoletas recogidas y silenciosas, como si el tiempo se hubiera detenido para mostrarnos una formas de vida más acordes con la idea de la eternidad de los jerezanos de otro tiempo no demasiado lejano. Maneras lentas de vivir, de mirar, de beber, de hablar o de guardar silencio, de observar el mundo y las cosas como si siempre hubieran estado allí y vayan a estar hasta la consumación de los siglos.

Para Pasear: Bajar desde el barrio de San Mateo hasta la catedral por la cuesta del Espíritu Santo y subir luego hasta la plaza de la Asunción. De allí a la iglesia de San Miguel para volver a los bares céntricos, después de comprar dulces para el postre en las Clarisas de la calle Barja. Es uno sólo de los muchos paseos agradables que se pueden hacer. Para comer y beber: Si se ha venido a Jerez a pasar el día, mejor es no comer formalmente, sino ir de copas -con tiento- y de tapas por los bares del centro y por los pocos tabancos que aún quedan. Nono, por ejemplo, al principio de la calle San Agustín, o La Bodeguita de Baco, en la calle Escuelas. Para sentarse un rato y observar el trasiego callejero, además de tapear, beber o tomar café con los dulces de las Clarisas,La Moderna, en la calle Larga, regentado por la misma familia desde hace tres generaciones. Para visitar: Aparte de los lugares citados en el artículo, el Alcázar, el Cristo gótico de la Viga en la Catedral, el retablo de Ánimas de la parroquia de San Lucas, la iglesia isabelina de Santiago y el retablo mayor de la de San Marcos. Y, repito, pasear un poco sin rumbo por el Jerez antiguo para ver las hermosas fachadas de las casas señoriales, un día de la nobleza y más adelante de los bodegueros enriquecidos y ennoblecidos. Siempre que sea posible, la visita a Jerez la haremos en días laborables.

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