La ciudad del silencio
A lo largo de 2004 y en los principios del nuevo año, la policía municipal de Córdoba, apoyada por la policía nacional, ha practicado reiterados desalojos de los asentamientos chabolistas de inmigrantes rumanos en la periferia de la ciudad.
Familias de gitanos pobres que recorrieron miles de kilómetros en autobús en busca de Eldorado, aquí en la ciudad de la tolerancia del alto medievo. El "efecto llamada" es el efecto del hambre y la necesidad que los empujaron hasta lugares más prósperos que su Rumanía natal, donde la pobreza se extiende y escasean las oportunidades. Gitanos nómadas, como los que andaban por aquí hasta bien entrados los 70, perseguidos por la Guardia Civil y la ley franquista de vagos y maleantes. Temporeros que viajan a la temporalidad de la naranja, la aceituna, los ajos, la construcción. Pero son muchos, tribus de menesterosos que cuando se acaba el tajo deambulan en la ciudad de las tres culturas y se apostan en los semáforos y puertas de los supermercados en busca de limosna para la calmar el ruido de la barriga. Se les ve y afean el decorado urbano. Molestan y piden, como antes, insistentemente unos céntimos para ir tirando.Y a las afueras acampan, encienden sus hogueras y confiesan al firmamento sus sueños hasta que los uniformados les conminan a marcharse porque viven por debajo de las convenciones y los derechos humanos, y un gobierno de izquierdas, siempre se pone al lado de los (débiles, dicen sus principios ideológicos) preceptos legales que han declarado ilegal la miseria y no existe.
Sorprende aquí la actitud e incitación a la xenofobia por quienes defienden la "invisibilidad" de los indigentes, justificando el método represivo con demagógicos argumentos de la no integración de los rumanos, la poca observancia de las normas, la utilización de los niños, la coacción a los ciudadanos y cosas así.
Los desalojos sólo cuentan con la crítica de las ONG, y pese a la gravedad de los hechos no alcanzan el debate público municipal, muy empeñado de discutir el plan Ibarretxe y las remuneraciones de los ediles y políticos profesionales. La alcaldesa Aguilar sube enteros en la alta política, mientras en la doméstica se caracteriza por la ausencia de sentimientos como la solidaridad, la compasión, la defensa del más débil y la empatía de todo ser humano. Eso sí, nos recuerda a menudo que tuvo un gesto de gracia y autorizó la estancia de una treintena de pobres rumanos en el camping municipal y eso supone al erario público 300 euros al día. Al conferenciante Antonio Gala le han regalado 6000 euros por una charla para leer el Quijote, que la capitalidad cultural es sólo cosa de dinero y adhesiones inquebrantables. Para esa fecha ,como ha sugerido el comunista Centella, habrá que limitar la entrada de desgraciados a los fastos de una ciudad silente que no se escandaliza por el proceder dequienes en nombre de la izquierda arremeten contra los derechos de los más vulnerables. Ahora, por fin, dicen que van estudiar que hacen con tanto proletario al que cantan en cada renovación de los cargos, pero poco más.
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