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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Footing'

Para hacer este footing no hace falta pertenecer a un gimnasio, ni a un club, ni tener visto un parque sin perros donde se pueda trotar y ejercitarse; basta con tener un hijo, ponerse un chándal, subir al niño en un carrito y, sobre todo, que la madre del niño sea francesa para gozar del derecho a beca en el Liceo Francés, que será el punto culminante de este footing profundo, transnacional y tremendamente urbano.

Comencemos en la calle de Santaló, no por capricho sino para aprovechar la conveniente naturaleza del barrio de Sant Gervasi de Cassoles, "nom verament precís des del punt de vista geogràfic i topogràfic", escribe Josep Pla en su libro Barcelona, una discussió entranyable, quien más adelante abunda sobre el fascinante fenómeno de las cassoles: "Sant Gervasi s'escampa en declinació del pendent que fan les muntanyes que tanquen a ponent el pla de Barcelona. Aquest pendent està ratllat per diversos barrancs, en el curs dels quals es formen cassoles dibuixades per marges abruptes".

La idea de este 'footing' es aprovechar las subidas y las bajadas, las cimas y las simas, mientras se lleva al niño a la escuela

Bueno, pues la idea de este footing es ir aprovechando las subidas y las bajadas, las cimas y las simas, la cúspide y el fondo, provocar una saludable y enérgica aerobiosis mientras se cumple con el deber de llevar al niño a la escuela. Lo ideal es plantarse con el carrito y el niño francés en ese lomo brutal de cassola que se encuentra en Santaló y Rector Ubach, una pendiente de 45 grados que es necesario acometer con energía, y con un cálculo escrupuloso, pues es crucial que el semáforo de la Via Augusta, que viene una manzana después, nos pille en verde, porque de otra forma se pierde el vuelo y resulta más difícil atacar el siguiente trayecto, donde la inclinación roza los 50 grados y se impone el cambio de ángulo en el propio cuerpo: una esforzada posición hacia delante, prácticamente en paralelo a la acera. Ésta es la cuesta más pronunciada del trayecto, desde Rector Ubach hasta la meseta breve que se extiende en Pla d'Adrià, y es importante efectuarla sorteando los obstáculos que cada dos por tres irrumpen en la acera, como automóviles que salen a toda velocidad de los parkings o los enjambres de muchachos que ascienden la cassola con paso indolente y bamboleante, y que casi siempre llevan cascos con música estentórea, lo cual hace imposible pedir el paso, o avisarles que detrás de ellos viene un bólido que se ejercita, y lo que cabe hacer es el quiebro, el gambeteo, el dribling, lo que sea con tal de no perder ese vuelo que nos llevará a la cima que es Pla d'Adrià, donde aplicaremos la primera fase de relajamiento, de distensión muscular, una rutina simple, que se hace sin perder el paso y que consiste en sacudir piernas, caderas y brazos y entregarse sin reservas a la aerofagia, es decir, a cruzar la cima aspirando grandes bocanadas de oxígeno hasta que llegue el punto de abandonar Santaló y torcer a la izquierda sobre Prats de Molló.Antes de comenzar el descenso por esta calle, donde topográficamente se ubica el comienzo de la siguiente cassola, hay que divisar desde la cima el color del semáforo para peatones de General Mitre: cuando se ponga rojo habrá que bajar a toda leche para poder cruzar la Ronda en verde y llegar a Mandri, donde sube y termina la última cassola, con el impulso suficiente.

A estas alturas del footing nuestro hijo francés, arrullado por el sube y baja, irá herméticamente dormido y nosotros habremos ejercitado tarsos, pantorrillas, muslos y masa pélvica, más la consabida aerobiosis sobre el sistema cardiovascular, que nunca sobra ni está de más. La pendiente de Mandri no es tan espectacular como la de Santaló, pero es muy larga y no conviene confiarse y, más que nada, hay que tomar en cuenta que en invierno el clima de Barcelona cambia radicalmente cuando Mandri toca la calle de Maó. Ahí, si el frente frío es polar o siberiano, el viento que corre por el paseo de la Bonanova lanza un coletazo que baja en zigzag por Mandri y que a la altura de esta calle climáticamente crucial hace bajar de golpe tres o cuatro grados la temperatura, condición que se recrudece al llegar a la esquina del paseo, donde acaba la cassola que empezó en Prats de Molló y hay que lidiar con el frente polar o siberiano, y con las turbulencias que provoca su inexplicable coletazo.

En este punto Pla hizo otra de sus agudas observaciones: "La Bonanova era d'una impersonalitat i d'una modernitat de quatre dies". Antes de entrar a la siguiente fase de inclinación, que ya no es cassola sino falda del Tibidabo, hay que aplicar por segunda vez la distensión muscular, una cosa breve durante la que puede cruzarse el paseo, acto que no depende del semáforo sino de los huecos que queden en el nudo de coches, motocicletas, ambulancias y autobuses que desbordan esa zona cerca de las nueve de la mañana. En el momento de cruzar es recomendable bajar el ritmo para aprovechar el beneficio de los escapes, el chorro grato y calorífico que templa en un instante tobillos, pantorrillas y rodillas. En el otro lado de la acera comienza el sprint final, la subida de la calle de Horaci, que tiene 55 grados de inclinación y un tráfico de adultos, niños y carritos que lleva al límite el dribling y el gambeteo durante los 250 metros que faltan para la puerta del Liceo Francés. Llegando al punto culminante de este footing se articula un bonjour, se despierta al niño y se le despide con un adéu. Luego se regresa a las cassoles, cuesta abajo, filosofante y ligero.

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