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VISTO / OÍDO
Columna
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El plan de los sabios

El comité de sabios emite un plan, que será ley, para revolver la pesadilla de la televisión española. "Sabio" es una traducción viciosa de "sage": prudente, experto, o con la edad suficiente para la experiencia en el tema que se les consulta. Pero ni están todos los que son ni son todos los que están, hay en él verdaderos sabios y los hay falsos. Por lo que se sabe, su plan consistiría en que la inmensa deuda de 7.500 millones de euros la pagara el Estado; que el Estado siguiera subvencionándola multiplicando por diez: del 5% al 50%; y que la publicidad sufriera recortes: nueve minutos por hora en vez de doce. Aparte del fastidio que me supone pagar lo que dilapidaron o malgastaron los que la dirigieron desde que se fundó hasta nuestros días, a los que no se puede obligar a reintegrar, y de la molestia continua de pagar también la subvención anual de su presupuesto a cambio de la reducción de un tercio de la publicidad, no veo que las ilustres personas se ocupen del contenido. Quizá aparezca en el informe cuando se conozca entero: de momento, veo que habrá un canal "malo", el primero, "dirigido a un público amplio", y uno "bueno", para "segmentos demográficos minoritarios". No veo tampoco -insisto en que el informe no se ha hecho público- cómo se va a despolitizar. Nació política en España: política franquista. Y fue política en toda Europa.

La idea de arrasar totalmente las instalaciones de RTVE es, naturalmente, un disparate, aun con la promesa de que se construiría una nueva y libre. Saldría igual, y continuaría con el tufillo amargo y el olor de cirio que le infundió Arias Salgado, que de todos los hombres del franquismo parecía el menos indicado para fundar una televisión. Borrarla definitivamente y dejar solas y libres a las emisoras privadas parecería una concesión al capitalismo, lo cual es ingenuo porque el capitalismo no suplica ninguna concesión. Por otra parte, no estoy seguro de que ésta es precisamente la televisión que España merece: la idea de que atonta al pueblo es completamente inversa: el pueblo -o lo que hay en su lugar: la gente- atonta a la televisión, y está atontada previamente por la extensa incultura dirigida. No sé; de momento hay que esperar que el plan se conozca entero: después, ver cómo se adapta a la vida real, cómo funciona, cómo cambia si cambia el Gobierno, que es el Estado.

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