_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"La maté porque me miró"

Eso fue lo que dijo el asesino de Ascensión García Ortiz, la mujer de Alberto Jiménez Becerril, cuando le preguntó el fiscal que por qué a ella también, si no estaba en el guión del hacha y la serpiente. Porque ella la miró a los ojos y se conoce que la serpiente no tuvo más remedio que escupirle su veneno a bocajarro. Nadie debe mirar cara a cara al ángel terrible, porque no lo soporta. ("El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas. Es ojo porque te ve"). Es decir, que no se soporta. Después, ya en la cárcel, celebrará con champán de sangre el dolor de la familia, se reirá como ríe Lucifer en los abismos. Pero ya ha dicho todo lo que tenía que decir: "La maté porque me miró".

La tarde del sábado, a las cinco y media, se recordaban con flores los siete años de aquel pavoroso crimen. Como en veces anteriores, una pequeña multitud silenciosa se congregaba allí mismo, ocupando todo el espacio disponible, que no es mucho. Ni siquiera como lugar resulta un escenario adecuado para tamaña fechoría. No es verdaderamente un cruce, por donde poder elegir, quién sabe, una emboscada mejor, incluso un camino para la fuga. Más bien se trata de un tropiezo fortuito de bocacalles de sombra. En invierno, el frío se apodera de altas paredes. En realidad, todo invita a ir de prisa por allí. Y más desde entonces. De modo que la reunión de personas que todos los años rinde su memoria perpleja a aquel matrimonio feliz, que simplemente volvía a su casa, después de almorzar con unos amigos, parece constreñida más por el temor que por el poco espacio.Un temor difuso, pero que este año, por primera vez, se sentía motivado por algo más concreto. Algo que no había ocurrido allí, sino a más de quinientos kilómetros, en Madrid, cuando una manifestación contra el terrorismo, la semana anterior, había derivado en agresión, políticamente inducida, a un ministro, y los sacerdotes de la ira empezaban a hablar de muertos de derecha y muertos de izquierda, a esparcir infundios, como que el Gobierno está dejando escapar a las serpientes. Ruido y furor, cuando allí también sólo debía haber hablado el silencio, la tristeza compartida. Como en Sevilla.

Es curioso que en una ciudad tan dada a los bullicios, el silencio se impone de vez en cuando como única expresión. Tal vez se escapa de los conventos, se apodera de la Maestranza cuando menos se espera, rebota en las esquinas de la madrugá. Diríase que hay una escuela de silencios ejemplares, contenida en los pliegues de una urbe antigua y llena de cicatrices. Como el de la otra tarde en la contracurva de Don Remondo, donde sólo se escuchó la tensa evocación de la portavoz de la familia, la breve oración del prelado, la ajustada exhortación del alcalde, llamando a la paz activa contra la bicha común. Los demás, aplausos comedidos. Y silencio. Un silencio sin colores políticos. ¿No debería ser siempre así? No nos engañemos. El enemigo está en otra parte. Y está incubando, también estos días, su tenebroso huevo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_