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Columna
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Tradiciones que matan

Hay gentes que abrazan todo lo nuevo por el simple hecho de ser nuevo. Son personas sin las cuales ninguna sociedad podría salir adelante ni para bien ni para mal. Pues cuando lo nuevo es detestable por abajo, el genius loci de las cosas se propaga hacia arriba adoptando formas más o menos camaleónicas. Es lo que en nuestros días tiene el genius loci, el guardián de las cosas: se ha hecho viajero y cosmopolita. Cuando el paganismo, la modesta divinidad de un montículo, de un terraplén, de un árbol, no se movía del sitio. El hombre tenía que recurrir a mil rituales para que el dios de un río no tomara venganza si se le sacaba del agua un pez. Pero el mundo cambia y hoy el pez vive presa del pánico porque su genius loci está bailando el rock o haciendo las bellaquerías en una u otra alcoba o adquiriendo la última idiotez lanzando el gran bazar; cuando no suicidándose a plazos con el estupefaciente de moda.

Toda generalización es peligrosa, lo admito. Como también admito que es más fácil, conveniente y rentable que la concreción; pero extenderme en ello sería meterme en otro artículo y caería presa de cualquier Ginés de Pasamonte. Reanudando el hilo, digo y afirmo que esto de lo viejo y lo nuevo contiene sesudas paradojas. En el bar que frecuento, no hace mucho tiempo se reunía un grupo mixto de adolescentes de clase media. Muy del día, lanzaban (ellos y ellas) las palabrotas de siempre, tacos todavía quevedescos, aunque no todo el repertorio de aquel gran inventor del idioma, que sería empeño imposible. (Innovamos no por acumulación, sino por sustitución y en el camino dejamos girones y más se pierde que se gana). Ahora se levantaba un crío y en el retrete le daba una calada al porro. Después hacía lo mismo otro, y así iban turnándose discretamente ellos y ellas. Apercibidos un día por la temerosa dueña, pues al aroma impregnaba el mezquino recinto, dejaron de venir. Conservo bien la imagen: cháchara planchada, obscenidades pleistocénicas, porros y... ¡parchís! Estas almas mías jugaban al parchís, lo mismo que hacía yo cuando tenía su edad. Cuánto tedio dormido en sus almas, digo en la estela de Domínguez Bastida. Modernez y vetustez al alimón en abrazo letal, que no antagónico. La estólida igualdad de la diferencia. Viva Spain.

Se dice que Kerry perdió su litigio con Bush por esto y por lo otro. Después de tantos estos y tantos otros, he tenido que asimilar tantas interpretaciones de la derrota de Kerry que a veces me pregunto si jamás puse el pie en aquel país. Bush ganó porque con él los estadounidenses sabían a qué atenerse. Así de sencillo.

Al pueblo americano le gustan las cosas claras y el chocolate espeso. A Kerry, por convicción o por razones políticas, le perdió el sí, pero no. La geometría puede valer en el discurso político español, pero en Estados Unidos, no. Usted es abortista o antiabortista sin más puñetas. Usted quiere conservar los valores tradicionales o arrojarlos por la borda, sin matizaciones. Dudas hamletianas, allí, hacen malos compañeros de cama. (Dijo Ortega que una cosa buena de los norteamericanos es que no se levantan de la cama todos los días preguntándose por el sentido de la vida). Por fortuna para los estadounidenses, sus grandes tradiciones no son muchas y las pequeñas, casi estrictamente locales. No es el caso de este infortunado país poco dado a las dudas metafísicas (por más que a Ortega le pareciera lo contrario). Aquí el genius loci puede andar por los burdeles, hacerse paseante de calles o emigrar, seguro de que no se le va a echar de menos. Casi cierto de que permanecerá la forma, pero no el espíritu; de lo que se alegra, pues tampoco es que crea demasiado en sí mismo.

Alicia de Miguel nos ha dado recientemente un ejemplo, del que me entero por el diario Levante. No conozco a doña Alicia, no me lo tome a mal, pues pudo ser otra u otro. Las tradiciones rutinarias causan estragos por estas tierras y si las protestas se hacen continuas corremos el riesgo de que se conviertan también en tradición. A lo que iba. Mujeres alcoyanas quieren integrarse en las filaes y se topan con la firme oposición de los varones. La comparsa Navarros ha protagonizado el último episodio de la encarnizada zarabanda. Interviene De Miguel (consejera de Bienestar Social) y dice que las mujeres "han de participar en todo" y que estaría "encantadísima" de su participación en la fiesta. So far, so good, hasta ahí todo muy bien, doña Alicia está muy puesta en razón. Pero a renglón seguido afloró su lado Kerry y dijo que debemos entender "que estamos hablando de tradiciones de un pueblo que tienen mucha historia". Es cierto que doña Alicia añadió sabiamente que las tradiciones van cambiando y atribuyó la morosidad del ritmo a la lentitud de la concienciación "de que todos somos iguales". Reaparece así la ambigüedad emparentada con Kerry. Nada hay de insensato en las palabras de De Miguel, excepto que no cuadran con la cronología. He dado un ejemplo menor, pero sintomático. Nos gobiernan las momias, como decía Baroja. Pero valga una precisión: arrumbamos al olvido lo que debería tener más vigencia que tantas idioteces vigentes y conservamos, siquiera en cascarón radioactivo, un montón de tradiciones de todo tamaño y que no son más que palos en la rueda del avance. Nos agarramos al cambio social por convicción, por inercia o por inflación del miedo. Ni doña Alicia ni yo seríamos quienes somos ni estaríamos donde estamos si la sociedad no sucumbiera a tantas tradiciones que matan con su vacía presencia. En realidad, si la especie humana existe es porque siempre, en todo momento de su prehistoria e historia, hubo quienes consiguieron socavar las tradiciones.

No permitamos que nuestro pasado personal se nos convierta en tradición, pues es ponernos las cadenas. En cuanto al pasado colectivo... humm.

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Hoy lo dejaré estar. A don Quijote le encantaba la leyenda, no la historia.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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