_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cagada, pastorets

Leo en el periódico que, estos días, las compañías teatrales La Trepa y Memory han ofrecido a los espectadores del Jove Teatre Regina, de Barcelona, la obra Els pastorets. Si me fijo en la noticia es porque a mí Els pastorets, ya sean los de Folch i Torres o los de Pitarra, me vuelven loca. En mi (no menos loca) juventud, interpreté el papel de árbol (sin frase) y el de demonio (sin frase), para finalmente llegar a encarnar (durante dos años consecutivos) a una de las furias del infierno (con frase y coreografía).

Pero los tiempos han cambiado y estos Pastorets que anuncia el diario no son los de mi (ya hemos dicho que loca) juventud. En el titular pone: "Inmigrantes y demonios en unos Pastorets modernos". Pues vaya. Así que la modernidad, que ya había alcanzado a Hamlet, Romeo y Julieta y al Rey Lear, acaba de posarse también sobre los pastorcillos Lluquet y Rovelló (si hablamos de la versión de Folch i Torres) o Garrofa y Pallanga (si hablamos de la de Pitarra). Observo la foto de dos de los intérpretes de la obra y no puedo negar que son modernos. Modernísimos. Se han pintado un relámpago de color negro en las mejillas, como esos que llevaban hace décadas los del grupo Kiss. (¿Qué habrá sido de ese grupo? ¿Habrán muerto todos en una habitación de hotel ahogados en sus propios vómitos, como es tradicional?). Sigo mirando la foto. Los actores también lucen cuernos rojos y pelucas del estilo de Ron Wood, pero con mechas rojas. Además, visten un mono de mecánico, también rojo, y una camiseta con el dibujo del hombre araña. El atuendo, deduzco, es la interpretación moderna de lo que es un demonio. Luego, leo la sinopsis: "Una pareja de inmigrantes que no encuentra vivienda y por eso se ve obligada a dar a luz en un establo...". Éstos son María y José, adivino. El director habrá pensado que es una buena idea lo de hacer que María y José sean inmigrantes. Y el texto acaba así: "Niños y adultos se divirtieron ayer con pastorcillos simpáticos, demonios marchosos y un arcángel mensajero". Otra gran idea. El arcángel, al ser el emisario, trabaja de mensajero. De mensaka, vamos.

Yo estoy a favor de la modernidad. Adoro los retretes de los montajes de Calixto Bieito y los bidés y contenedores de los de La Fura dels Baus. A veces siento una cierta nostalgia costumbrista de un Hamlet con corona y capa de armiño, pero enseguida consigo inhibirla. Ahora bien, modernizar Els pastorets me parece que es ir demasiado lejos. Y no lo digo por mí, sino por esos espectadores infantiles, estrechos de miras, que aún no comprenden la sana obsesión de los directores de teatro por modernizar las obras a base de contenedores o inmigrantes. En efecto. La frase que pone más cachondo a un director escénico es: "Mi versión de la obra es totalmente vigente en nuestros días. El mensaje tiene una vigencia que asusta". Como si, pongamos por caso, una obra no vigente en nuestros días ya no valiese para nada. Por eso, sé también que la vigencia es la razón por la que proliferan versiones de Romeo y Julieta donde los Capuleto son payos, y los Montesco, gitanos, Hamlets que reflexionan en un after hours o Quijotes que luchan contra parques eólicos. Pronto tendremos unos Diez mandamientos modernos en los que Jesús caminará por las aguas de Tailandia salvando a gente del tsunami. Al tiempo.

Pero, como les digo, los espectadores infantiles no tienen nuestra apertura de mente. A mí, el pelo rojo de Ron Wood de los demonios de la obra me parece la mar de moderno. Pero a los hijos de mis amigos, no, porque (Dios les perdone) no saben quién es Ron Wood y, hoy en día, ningún moderno lleva ese pelo. Ese pelo rojo era moderno en nuestra niñez, y tal vez en la niñez de los directores artísticos de La Trepa y Memory. Para los niños de hoy, lo moderno son los videojuegos con proxenetas que asesinan prostitutas. Y no digo que haya que poner proxenetas en Els pastorets. Digo que, igual, precisamente porque uno ha decidido representar Els pastorets, y no Hamlet máquina, lo moderno es no modernizarlos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_