"Sin papeles es como si no existieras"
Hace unos días, a Calin Pasca, rumano de 27 años, la cajera de un supermercado de Madrid le llamó ladrón. No se lo dijo así, con todas las letras, pero al verle en la cola le obligó a esperarse a que el guardia de seguridad le registrase. "Como no tengo papeles, no pude protestar. Incluso sonreí para hacerme el simpático", explica.
Pasca lleva dos años en España. En ese tiempo sólo ha estado parado los dos primeros meses. Luego ha trabajado como albañil en la empresa de reformas La Cabaña, ubicada en el corazón de Madrid. Siempre de forma ilegal, a pesar de que sus jefes (Rául Iznaola, de 32 años, y Miguel del Castillo Caballero, de 39 años) han intentado regularizar su situación varias veces. La suya y la de otros cinco obreros, todos rumanos, que constituyen la columna vertebral de la empresa. Ahora volverán a intentarlo. Iznaola explica que con la incorporación de seis personas la empresa pagará 3.000 euros más al mes de Seguridad Social -a razón de 500 euros por obrero regularizado-, pero ganará en otras cosas: "Estaremos más seguros y haremos reformas de fachadas o construcción de chalés, que ahora rechazamos por miedo a las denuncias".
Por su parte, Calin pondrá el coche a su nombre, el móvil a su nombre, los papeles del seguro a su nombre... "Ahora, sin papeles, es como si no existiera", dice Calin, que asegura que ser inmigrante irregular consiste sobre todo eso: en no existir mucho, en no dejarte ver. "Si voy por una glorieta y veo policías en la salida derecha, me desvío".
Iznaola asegura que no todos los empresarios de su sector que conoce van a dar el paso. "A nosotros nos mueve la legalidad y el beneficio, pero sobre todo la amistad. Calin y los demás son algo más que empleados", señala.
Calin aún no sabe si se quedará para siempre en España: "Aquí hay gente buena, y me ha ido bien, pero quién sabe. A lo mejor dentro de unos años me dan muchas ganas de volver a mi país". Desde que pisó España no ha visitado Rumania. Siempre por lo mismo: miedo a que no le dejen volver a entrar. Sus tres hermanas también están en España: una trabaja en una gasolinera con contrato. Las otras dos conseguirán ahora, igual que él, los papeles.
Cobra 1.500 euros al mes. Cuando tenga contrato cobrará lo mismo. Lo sabe. Pero lo que importa no es tanto el dinero, ni las vacaciones pagadas, ni el volver tranquilo a Rumania en verano. Ni siquiera saber que si te rompes un brazo puedes quedarte en casa cobrando. Lo importante se mide de otra forma: con los papeles en el bolsillo, jamás volverá a desviarse en las glorietas cuando vea un policía. Ya no necesitará disimular que existe.
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