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Columna
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Jasón y los argonautas

Primero fue el Cinerama, luego el Cinemascope. Después llegaron la Vistavisión, el Superoscope, el Super Tecnirama, y, por fin, el cine en 3-D, y el Odorama. Una ofensiva tecnológica del cine para plantar batalla a la televisión. Sin embargo, hay una película que prefiero ver por la televisión, y que se suele programar por estas fechas navideñas. Se trata de Jasón y los argonautas (1963), de Don Chaffey. Sin duda, los excelentes efectos especiales del maestro Ray Harryhausen (El gran gorila, Simbad y la princesa, Hace un millón de años) se apreciarían con todo detalle en pantalla grande, pero no hay nada comparable a ver moverse los esqueletos guerreros, las harpías o los gigantes de bronce repantigado en el sofá, después del café, en ese momento crucial de la digestión.

¿Es esto la felicidad?, me pregunto, año tras año. Reconozco que en algunas ocasiones me he perdido la película, y me he quedado sin ver a Todd Armstrong como Jasón buscando el Vellocino de oro con sus hombres, y enfrentándose con temeridad a toda clase de peligros. Imperdonable negligencia que me hace consultar la programación televisiva cada año para ver si dan la susodicha película estas navidades. Porque yo no quiero El Grinch, ni los Gremlins, ni Solo en casa. Sólo un plano de la película de Chaffey, con la animación de los monstruos fotograma a fotograma, los supera a todos ellos. De ésta forma, Jasón se ha convertido para mí en una tradición como el turrón, el belén, los Reyes Magos o la lotería.

Ahora hay otras películas, claro está, repletas de avances tecnológicos aportados por el cine digital, la infografía y los ordenadores, cuyas imágenes son sorprendentes, y no niego que algunas son auténticas obras maestras de la animación, pero tal vez a causa de una tendencia retro, prefiero los efectos especiales de Harryhausen. Me pregunto si estaré haciéndome viejo mientras me apoltrono en el sofá, delante de la tele, dispuesto a pasar la Nochevieja en casa tranquilamente.

¿Es esto la felicidad?, insisto. Si lo es, tal vez consista en no pedir demasiado. Supongo que muchos habrán hecho promesas para el año entrante, e incluso habrá quien formulará deseos. No es por fastidiar, pero yo me conformo con que alguien programe esa película en el momento adecuado. Cuando la navidad se deslice en el sofá y vaya perdiendo fuerza, quizás a la hora de la siesta, sólo en ese instante, me embarcaré a bordo de mi nave Argos, y entonces haré las promesas de Año Nuevo: dejaré de fumar, de beber, hasta de follar si hace falta, y mataré a la hidra de siete cabezas, todo en un momento.

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