El cielo de Mendoza
Greus qüestions (preguntas capitales), la tercera obra teatral de Eduardo Mendoza, tras Restauració (1990) y la inestrenada Glòria, llega 14 años después de su debut dramático: tras su presentación en Temporada Alta (Girona), se está ofreciendo en la barcelonesa Sala Muntaner. Es una comedia falsamente ligera (Suaviter in modo, fortiter in re, para decirlo a la manera ignaciana) que podría evocar el universo filosófico de Chesterton, o un episodio de Colombo con guión de Anatole France. Un ejecutivo muere y viaja al cielo, donde se encuentra a un ángel guardián que escucha Love me tender en un tocadiscos de maletita, entre papelotes y viejo mobiliario de oficina. "¿Qué esperaba?", le dice el ángel, "¿todos con camisa de dormir y tocando el arpa?". Daniel, el ejecutivo muerto, comienza a sospechar que se encuentra en el infierno, pero el ángel le saca de dudas. El infierno se parece al cielo, pero allí "las canciones son malas, y la comida, y la decoración. En fin, que no es muy distinto de la tierra". El ángel se llama Tobías. Viste traje y pajarita pero calza sandalias (con calcetines), recuerdo de su pasada vida de ermitaño. Adora los bocadillos de tres pisos, la música de Elvis y las rancheras de Aceves Mejía, y canturrea, feliz, la romanza de La del manojo de rosas. Pese a su aire literalmente angélico, Tobías tiene opiniones contundentes ("la religión ha de practicarse con moderación, a diferencia del sexo") y actitudes no menos enérgicas: envió al infierno de un puntapié a Maurice Chevalier por hablar del amor como en sus canciones. La labor de Tobías consiste en contar a los recién llegados lo que les espera y levantar acta, interrogatorio mediante, de su vida anterior. Así, poco a poco, vamos conociendo la visión de Mendoza acerca de las principales cuestiones metafísicas y morales, las greus qüestions del título. La eternidad, para empezar. "En la tierra", cuenta Tobías, "el pasado es eterno, el futuro es eterno, y el presente se esfuma en un instante. Los hombres viven en la eternidad sin saberlo. Aquí, en cambio, lo saben. Aquí todo es presente, y el tiempo pasa volando. Se le hará corto, créame".
A propósito de Greus qüestions, de Eduardo Mendoza, que se representa en Barcelona
Más noticias del cielo. En el cielo se juega a hockey sobre patines. De hecho, Tobías es un gran aficionado. En el cielo no se piensa, porque "pensar es especular, y aquí no se especula. Aquí se sabe". ¿Qué es lo que se sabe? Todo. Comienza el interrogatorio. El ejecutivo Daniel, desconcertado por la naturaleza presuntamente azarosa de las preguntas (la pesca, la usura bancaria, el chachachá), exige un código, porque a él le inculcaron los 10 mandamientos. "No haga caso", dice Tobías. A Moisés, cuenta, se le rompieron las tablas de la ley, "y a partir de entonces sólo hubo reglamentos y jurisprudencia". Daniel se entera, y nosotros con él, de que en el cielo matar no es el peor pecado: el peor pecado es la mentira. Tampoco es pecado ir de putas, "si pagó la tarifa y fue amable", aunque se castiga muy mucho la mala intención. Ejemplo: cuando Daniel le llama idiota, Tobías responde "¿con qué intención lo ha dicho? ¿Ofensiva o descriptiva?". En cambio, sabremos, "en la obra divina todo tiene sentido y nada tiene intención. Dios es un filósofo, no un moralista". En el cielo, informa el ángel, todo es importante. "Poco importante, pero importante. Aquí todo tiene un valor exacto, decidido por Dios". No cuentan, pues, las normas escritas en piedra, a las que los hombres se acogen para creerse honestos, sino su envés: los pequeños detalles. Según la piedra, Daniel no mató ni robó con sus propias manos. Según el envés, Tobías va a demostrarle lo contrario: lo que en el pasado fue tabla ahora es espejo. Hay, por cierto, un nombre reiterado en el interrogatorio. Un nombre de mujer, Maria Schelling, que Daniel afirma no recordar. Una muchacha muerta, que habló de Daniel a su llegada al cielo. Para Daniel, una historia intrascendente. Para ella quizá no tanto. Una historia de hombres. Una muchacha que iba con todos. Con cualquiera. Según ellos, claro. Maria Schelling, la línea casi evanescente por la que el espejo se rajó de parte a parte. Ahí está el detalle, como dijo el ángel Cantinflas. Daniel, atrapado, exige juicio. Pero, definitiva sorpresa, en el cielo no hay juicio. "Si se siente culpable", dice Tobías, "vaya a un psiquiatra". El interrogatorio -el espejo- es el juicio. Lo que viene luego, cielo o infierno, es hasta cierto punto secundario, pues depende de sistemas aleatorios: "La predestinación, la misericordia divina, un sorteo".
Para mi gusto, ahí acaba Greus qüestions, espléndidamente dirigida por Rosa Novell, con un impecable Pere Eugeni Font (Daniel) y un superlativo y graciosísimo Jordi Bosch, que realiza una gran creación -con auténtico ángel- en el rol de Tobías. Pero hay una coda sorprendente, un acorde de tragedia a cargo del formidable actor argentino Gonzalo Cunill. Un boxeador caído llega al cielo para contarnos, en un monólogo humilde y alucinado, su peripecia vital. Oscuridad, golpes y más golpes, y un acto grandioso y suicida de coraje último. La vida y la muerte, en fin, de cualquier hombre digno de revalidar su título. Chesterton cede su tono (y su trono) al Cortázar de Torito, al Aldecoa de Young Sánchez. Un Tiemble Después de Haber Reído muy arriesgado, muy valiente, pero que plantea serias dudas. No acerca de su intención, desde luego, sino de su oportunidad estructural o, si prefieren, de su eficacia dramatúrgica. El juego, serio juego, de Mendoza está clarísimo -el hombre que pierde creyéndose ganador y el paria invicto que triunfa en su derrota-, pero teatralmente me parece un estrambote al perfecto soneto, una disonancia peligrosa. Para mi gusto, el "fuera de campo" de la historia de Daniel, el hueco clamoroso de Maria Schelling, es formalmente un aullido moral de mucho mayor eco que ese monólogo, no por cierto menos sabido, aunque mi duda no empaña el balance final de esta deliciosa comedia filosófica, sutil, profunda y brillante, destinada a obtener un gran y merecido éxito.
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