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Columna
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Humillaciones

Dice Arnaldo Otegi que pedir a Batasuna un rechazo de los actos violentos cometidos por ETA y su entorno, o solicitar a la organización terrorista la declaración de una tregua, carece por completo de sentido. Y aporta un argumento para oponerse a tal pretensión: es humillante. No nos dice Otegi si la supuesta humillación lo sería para ETA, para Batasuna, o para ambas a la vez, pero, en todo caso, su extraña percepción de la realidad demuestra hasta qué punto ETA y Batasuna se encuentran alejadas de los sentimientos de la gran mayoría de la ciudadanía vasca.

Como es bien sabido, la humillación constituye un acto vinculado al intento de herir la dignidad de alguien. Son muchos los comportamientos humanos que resultan humillantes: la violencia contra las mujeres, la discriminación y el desprecio hacia los emigrantes, la tortura física o psicológica, la imposición a las personas de unas determinadas creencias, .... La lista sería interminable y vendría a poner de manifiesto lo poco que hemos avanzado los seres humanos tras varios miles de años viviendo sobre la superficie de la tierra.

También en el mundo de la política cabe la humillación, como puso de manifiesto la pasada semana Pilar Manjón, al denunciar ante la Comisión de Investigación del 11-M las heridas causadas a las víctimas por el jolgorio con que sus señorías celebraban o abroncaban las intervenciones de sus adversarios. No es la primera vez que asistimos a comportamientos claramente humillantes, encaminados a destruir al adversario olvidándose del interés de la ciudadanía, si bien lo ocurrido en la citada comisión parlamentaria ha superado probablemente todo lo conocido hasta el momento.

En este contexto, las palabras de Otegi revelan un profundo desconocimiento de lo que es la humillación. ETA y su entorno se han pasado años y años jaleando asesinatos, celebrando el sufrimiento ajeno, riéndose del dolor, y hasta destruyendo las tumbas de sus víctimas. ¿Cabe mayor voluntad de humillar? En mi opinión, Otegi, al desconocer lo que es la humillación, confunde ésta con la derrota de un proyecto político. ETA se propuso hace algunos años imponer por la fuerza su propia idea de Euskadi, y tal pretensión ha sido claramente rechazada por la sociedad vasca. Hoy la ciudadanía, en su inmensa mayoría, quiere que ETA abandone las armas de una vez, y no acepta su proyecto totalitario, lo que supone, además de un posicionamiento ético, el rechazo generalizado de su proyecto político. La aceptación de esa realidad, y no otra cosa, es lo que se pide a Batasuna que traslade a ETA. ¿Porqué ha de resultar humillante algo que todos estamos acostumbrados a hacer, como es acatar la voluntad de la mayoría? Si la ciudadanía vasca tuviera el afán de humillar, no rechazaría mayoritariamente, como lo hace, el trato vejatorio a algunos detenidos; las encuestas no reflejarían la voluntad de acercar a los presos más cerca de sus familias; y sería impensable vislumbrar una salida personal para los terroristas una vez que todo este desastre haya concluido.

La confusión entre la derrota de un proyecto político y el sentimiento de humillación es muy propia de los nacionalismos que, en el fondo, consideran humillante que las personas tengan sentimientos identitarios o patrióticos distintos de los suyos, o vivan éstos con menor intensidad. Algo de esto dejaba traslucir Rajoy hace unos días, al decir que el cambio de posición del gobierno en relación con Gibraltar constituía una humillación para España. Y es que algunos son incapaces de pensar que, en política, lo realmente humillante es negar al adversario la posibilidad de defender sus ideas y proyectos, e intentar imponer a los demás las propias convicciones. Hace no muchos años, los nacionalistas españoles humillaban a quienes apenas sabían expresarse en castellano, imponiéndoles su uso, y negándoles la utilización del euskera. Hoy, algunos nacionalistas vascos, como Egibar, humillan a muchos conciudadanos al quererles imponer unos sentimientos y una determinada percepción de la realidad, negándoles en caso contrario su propia condición de vascos. Y otros, como Otegi, humillan una vez más a las victimas cuando señalan que pedir el fin de la violencia resulta una humillación.

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