Dopaje, mentiras y Jones
La velocista norteamericana demanda por 25 millones de dólares a Victor Conte y pide que se someta a un detector de mentiras
Es la guerra. No hay leyes.
En Europa, los equipos ciclistas del ProTour, los mejores, han decidido por su cuenta, reglamento de uso interno, duplicar la sanción mínima de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y fijarla en cuatro años para los corredores. En Estados Unidos, la triple A, Asociación Americana del Arbitraje, ha sancionado con ocho a la atleta Michelle Collins, campeona mundial de 200 metros en pista cubierta en 2003, que nunca ha sufrido un positivo ni confesado doparse, por pruebas indirectas: cartas, analísis de laboratorios, denuncias.
Y Marion Jones ha demandado por 25 millones de dólares a Victor Conte -dueño y fundador de los laboratorios Balco, la fuente del dopaje en los últimos tres años del atletismo estadounidense- y solicitado que se someta al detector de mentiras por declarar por televisión que la vio pincharse la hormona del crecimiento en un muslo allí, a su lado, después de que su ex marido, el lanzador de peso C. J. Hunter, también declarara que ella, la reina de Sidney 2000, la sprinter que devolvió la sonrisa y la cara humana a la velocidad, había recurrido al dopaje para conseguir sus medallas.
Contra los primeros sancionados del caso Balco había pruebas. Contra Dwain Chambers, Regina Jacobs, Kelli White, Alvin Harrison, Calvin Harrison, Kevin Coth, Melissa Price y John McEwen había positivos por THG, la sustancia que se creía invisible, o, en su defecto, confesiones de uso, admisiones. Contra Tim Montgomery -la pareja de Jones, padre de su hijo y plusmarquista mundial de los 100 metros: 9,78s- y Kristi Gaines, los próximos en la lista de las agencias antidopaje, no hay positivos, pero sí confesiones. Contra Jones, la reina, no hay nada. Acusaciones. Pero, vistos los tiempos que llegan, vista la sentencia contra Collins, teme que sea suficiente.
En el caso Collins, la triple A se basó en la delación de White, doble campeona del mundo en París, sancionada con dos años, que ha aceptado colaborar para aligerar su pena, en papeles, en emails en los que pedía consejo a Conte desde Europa la víspera de un mítin, le decía que le habían ofrecido parches de testosterona y que qué hacía, y a los que Conte respondía que no fuera loca; que, como ya usaba la cream -un compuesto de testosterona y epitestosterona para pasar los controles sin problemas-, si añadía testosterona sola, se rompería el equilibrio con la epitestosterona y daría positivo. También le comentaba que en un laboratorio le habían dicho que si estaba deshidratada, porque tenía el hematocrito muy alto, y él le respondía que los dos sabían por qué era y que al día siguiente iba a correr mucho. Otra evidencia de dopaje "más allá de una duda razonable", según la triple A, fue su curva de hematocrito en dos años, los de su gloria, desde un 41% hasta un 49,5% antes de los Mundiales que ganó, en febrero de 2003, y hasta un 39,6% cuatro meses después, cuando se lesionó. Variaciones de una consumidora de EPO, dijeron los expertos. O la de testosterona-epitestosterona en igual periodo, con variaciones que sólo se entienden si se ha recurrido a hormonas exógenas. Total, ni un positivo. Total, ocho años de sanción.
Conte dijo en 20/20, programa de la ABC, que eludir un control era "tan fácil como quitarle un caramelo a un niño". Después describió cómo en el verano de 2000, el de la preparación para Sidney, donde ganó cinco medallas, Jones hizo el tratamiento completo: insulina, EPO, THG y cream. También dijo cómo se lo inyectaba en el cuadriceps.
Es la guerra. Jones no duerme tranquila.
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