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Crítica:DANZA | 'Congelados en el tiempo'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El poder de lo clásico

Sin ser demasiado novedoso en su concepción, la recreación que hace el coreógrafo catalán Ramón Oller de los clásicos, en una refundición de dos de sus títulos señeros (el primer acto de Cascanueces y el segundo de El lago de los cisnes), tiene las habilidades que le son propias y se resuelve satisfactoriamente con vistas al público. De la fiesta de Navidad en una casa de burgueses se pasa a un sueño, el de Clara, la hija de la casa; pero en vez de ir al país de los dulces o ver al hada de azúcar, la niña viaja con su muñeco a un lago encantado, donde ella misma encarna al cisne blanco y un ser seráfico (que puede ser el mal) encarna al cisne negro. La escena se vuelve de cristal o de hielo y hay una bandada de cisnes inmaculados que arropan a los protagonistas, envueltos en su doble lucha: el amor imposible por un lado, el regreso a la realidad por otro.

Centro Coreográfico de Valencia

Coreografía: Ramón Oller; música: Piort I. Chaicovski; escenografía: Joseph Simón y Manolo Zuriaga; vestuario: Paco Salabert y Dolores Cortés; luces: Gloria Montesinos. Teatro de Madrid La Vaguada. 16 de diciembre.

La línea estética básica tiene sus referentes más directos en el sueco Mats Ek y el inglés Matthew Bourne. De ambos hay cosas que Oller lleva a su terreno, siempre con los chispazos de humor, el uso de las evoluciones de suelo y un sustrato melodramático que se imbrica cómodamente en las piezas de Chaikovski. Precisamente, con la música es con lo que hay algunos problemas de orden y estilo. Oller ha escogido con libertad las piezas que se suceden con breves silencios en los cortes. El resultado es irregular, aunque en Cascanueces aún se mantiene una cierta coherencia; el problema se hace mayor en el caso del segundo acto, cuando se mezclan fragmentos de los cuatro actos de El lago de los cisnes, algunos en tiempo de vals, otros de adagio, con metros diferentes y exigencias coréuticas dispares.

La incorporación del bailarín rumano Ratzvan Dumitru en el papel del muñeco-robot que se transmuta en príncipe dentro del sueño es un acierto. Ya se le vio bailar en Madrid con el Balletto Teatro di Torino demostrando sus cualidades físicas y su sensibilidad interpretativa. Aquí hace de su papel un juego muy elaborado y bien bailado. Lo mismo puede decirse del resto de la joven plantilla, que cumple con las exigencias de una lectura coreográfica que les lleva a alternar las frases académicas con las más propias y contemporáneas.La obra estará en cartel hoy sábado y mañana domingo.

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