_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Piscina en Malasaña

La vida que le faltó a Manuela Malañasa, fusilada a los 15 años por los franceses en 1808, la aprovechan hoy los habitantes del barrio que lleva su nombre. Esta micropoblación que ha logrado resistirse a la penetración del transporte público y las franquicias, se ha abierto en los últimos años a los inmigrantes y a los jóvenes hasta convertirse en uno de los lugares más intensos e imaginativos de Madrid. Malasaña se ha caracterizado, entre otras cosas, por no tener piscina. Ahora acaban de inventarse una. En el número 23 de la calle de San Vicente Ferrer, la asociación cultural Liquidación Total expone en su local, una antigua sastrería hoy reconvertida en una galería disfrazada de piscina, varias obras sobre el barrio. Doce artistas, la mayoría arquitectos pertenecientes al Grupo Tejer de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, reflexionan sobre los patrones de identificación de Malasaña.

El barrio suena a campanas, a sirenas, a taladradoras y a bongos; huele a fruta y a pizza; está tatuado de graffitis y pósters de conciertos. Malasaña ha dejado de mirar a los demás y de sentirse observada y, por primera vez, comienza a auscultarse a sí misma. Aunque conserva un cierto ambiente liberal, no es la bandera de la izquierda como Vallekas; a pesar de que en las terrazas de la plaza del Dos de Mayo se vean parejas homosexuales, no es la representación gay de Chueca; ni los numerosos inmigrantes que pueblan sus calles y comercios hacen de este barrio el símbolo de interculturalidad de Lavapiés.

Malasaña está empezando a reconocerse seductora, sin simbolismos o estandartes. Se gusta sin prestar excesiva atención a los piropos o las censuras de los demás, como esa chica que afirma ponerse guapa para sí misma. El barrio ha cobrado seguridad al crecer en atractivo, un encanto propiciado por la puesta en escena, artística o comercial, de una población cada vez más heterogénea. En sus calles se mezcla la antigua población del barrio, con sus establecimientos de azulejos y sus boinas, con una remesa de inmigrantes, gays y artistas, principalmente jóvenes, que también manifiestan sus caracteres. En otras barriadas de Madrid confluyen igualmente edades y culturas, pero en ningún otro lugar esa mixtura se expresa de una forma tan creativa y, a la vez, tan íntima.

En un lugar donde todo muda con celeridad: los carteles y las pintadas se renuevan y brotan comercios nuevos constantemente, el malasañero siente la desinhibición y el desafío de hacerse visible y partícipe de su entorno, pero no de cualquier manera. Existe un compromiso implícito en los habitantes de Malasaña y es ser imaginativo, diferente, y la forma más exitosa y natural es ser uno mismo.

Éste es un barrio para su gente. En un momento en el que la construcción de nuevas ciudades-dormitorio a las afueras de Madrid crea aledaños artificiosos e impersonales, Malasaña se reivindica sola, sin intención, orgullo ni protesta, como un espacio auténtico por su tradición y, sin embargo, rejuvenecido.

Malasaña es un cruce entre el pueblo de nuestras madres y Berlín. La ropa puesta a secar en los balcones, el olor a cocido, las mierdas de perro y los viejos al sol se mezclan con comercios de ropa de segunda mano, luthiers, salones de tatuaje, malabaristas o tiendas ultrafashion de vinilos. Las estridencias tienen una armonía en Malasaña porque no hay más referencia que el propio barrio, no existe un canon ni unas reglas fuera de sus nebulosos lindes. El barrio ha ido perdiendo su tópica identidad: el recreo nocturno. No sólo la ley antibotellón y los restringidos horarios de cierre de los bares, sino la inevitable caducidad de los lugares y los ambientes de marcha han velado su malditismo. Malasaña sigue siendo un lugar de bullicioso ocio de madrugada de un sector de la juventud amante del calimocho y la marihuana, del piercing y las Converse, pero ya no encarna el desfase liberador y febril de otros tiempos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Hoy, la noche joven en Malasaña ha envejecido, mientras que las horas de luz presentan la versión más novedosa e interesante del barrio. Y aunque ahora anochezca pronto, hasta el 15 de enero todos los jueves, viernes y sábados de cinco a nueve, se puede seguir tomando el sol en su piscina.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_