Cuando Pinter era Kafka
Traduzco de un crítico inglés: "El diálogo de Pinter está controlado de cerca, quizá mas estrechamente que el verso. Cada sílaba, cada inflexión, la sucesión de sonidos largos y cortos, las palabras y las frases están sutilmente calculados. Y precisamente la repetición, la discontinuidad, lo circular del habla vernácula ordinaria se usan como elementos formales con los que el poeta puede componer su ballet lingüístico" (Martín Esslin, The people wound, 1970). Se puede comprender que una traducción, a menos que sea hecha por otro artista similar y profundamente versado en los dos idiomas, no es equivalente. No me parece que esta versión reúna esta condición, ni la de la musicalidad que el propio Pinter quiere tener, adquirida de la música clásica y del jazz. Fuera de este valor, los actores que representan la obra podrían ser los mejores de España, y éste no es el caso, y la obra les saldría mal, y éste sí es el caso.
El invernadero
De Harold Pinter. Intérpretes: Juan Monedero, Kike Martíon, Luis Horma, María Eugenia de Castilla, Ángel Simón. Juan López Berzal. Compañía Ultramarinos de Lucas, Guadalajara. Director: Juan López Berzal. Sala Lagrada.
Cuando Pinter la escribió estaba influido por el teatro del absurdo y de una manera especial por Kafka, del que más tarde hizo una versión. La idea de esta función es la de un espacio simbólico, el Invernadero, que es quizá un asilo o un refugio de personas agotadas, tratadas de una manera brutal y por su director, un antiguo coronel. Si uno lo desea mucho, puede imaginar que el director es dios, y los encerrados la humanidad; o algo por el estilo. La sociedad, digamos, y los poderes. Al final, estos recluidos, a veces asesinados, a veces las mujeres embarazadas por "la mitad del personal", se sublevan y destruyen el orden establecido. Sí parece que esa idea sea la de Pinter, la de denunciar ese orden; y la imposibilidad de destruirlo, porque uno de los miembros del personal se salva y dirigido por el "ministerio" se encamina a exterminar a los sublevados y tomar el mando. Las escenas se suceden, hacen poca gracia, el escenario no está envuelto en el misterio que necesitaría, la ambigüedad no aparece y el tono de farsa que le ha dado el director, a la antigua usanza española, no compensa el tiempo invertido.
Más afortunados que yo, los espectadores que asistieron el jueves a la representación aplaudieron bravamente, y fueron los actores los que decidieron cesar en sus saludos, sin duda por modestia.
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