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Columna
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Cena de presa

Aunque aún difieren algunos en las tertulias populares, después de la multitudinaria cena del viernes último, donde todo era tan glamurosamente Camps, al candidato Ripoll los vestigios de las pasadas glorias se le escapan entre los dedos. No peligran, a una semana vista, sus aspiraciones a la presidencia provincial del PP, pero las articulaciones de su lista única chirrían. 400 comensales del sector contrario jaleando y echándole flores a Manuel Ortuño no parece en absoluto saludable para los propósitos del presidente de la Diputación de Alicante, derrotado sin contemplaciones en la batalla de Elche, por el subdelegado del Consell, quien además insiste en su denuncia de que Ripoll mantiene a muchos de sus familiares en la nómina de la administración. En vísperas de la Navidad, cuando instituciones, profesionales, comercios, oficinas y otros colectivos celebran las ya habituales cenas de empresa, los compromisarios alicantinos al congreso provincial de Altea, con parte de la dirección regional del PP, organizaron una multitudinaria cena de presa: el 50% de la dirección o guerra sin cuartel. Para unos la presa era ese porcentaje; para otros, el propio José Joaquín Ripoll. Pero fuera uno u otro, o ambos a la vez, se quedaron algo sorprendidos y muy prendados de su vigorosa musculatura campista. 400 compromisarios, con la secretaria general en la Comunidad, Adela Pedrosa, y los consejeros Milagrosa Martínez y García Antón, era toda una exhibición de poderío, que superaba, con mucho, los cálculos del sector contrario. Sector que de la ofensiva ha pasado a la defensiva. Ya no tiene las cosas muy claras y se impone algo tan recomendable como la negociación, antes de perseverar en actitudes obstinadas y seguidistas. Por eso, ayer mismo, iban a reunirse el consejero Miguel Peralta, por los llamados zaplanistas, y el alcalde de Alicante, Díaz Alperi, por los afectos al presidente Francisco Camps. La salida está en una candidatura convenientemente consensuada de ambas facciones, donde cada una de ellas ocupe la proporción que le corresponda. El cronista observa, en medio de tanto fragor y tanta descalificación personal, que los populares -quizá muy a su pesar- están haciendo cursos acelerados de macramé democrático, algo impensable en una formación tan fuertemente jerarquizada y uniforme, hasta que Aznar abandonó la presidencia efectiva. Pero el cronista es consciente de que al margen de sus observaciones, todo esto puede que no responda más que a un espejismo, a un estado transitorio de gracia o más bien de desgracia, debido a la orfandad en que han quedado, y a la impericia y vacilaciones de Mariano Rajoy. El PP se ofrece hoy, incluso a algunos de sus militantes más ecuánimes, dividido en un clan privilegiado de Madrid, que hace las veces de revientasesiones congresuales, y a otros clanes periféricos que se las componen como buenamente pueden. En la Comunidad Valenciana, entre los leales a una nostalgia de opulencias absolutas y de que nadie se mueva o me lo cepillo, y a los que han emprendido presumiblemente una aventura iluminada. Unos y otros, se repiten que la legislatura del PSOE puede echarlos a la cuneta: casi cuatro años más, esto no aguanta todo tieso.

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