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IDA Y VUELTA
Columna
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Sitges tiembla

El Festival Internacional de Cine de Sitges se celebró en una localidad tomada por el frío y por seguidores de la saga Star war, estrenada entre nosotros como La guerra de las galaxias. El viernes terminaron las proyecciones de títulos mayoritariamente relacionados con el terror y la fantasía. Son conceptos teóricos, ya que hace años que los géneros son mutantes y que el festival acoge todo tipo de cine. Sitges puso a disposición de los cinéfilos sus calles y salas de proyección. La primera, situada en el hotel Melià, es un auditorio al que se accede cruzando un vestíbulo ocupado por periodistas, curiosos y profesionales. La mayoría de los aficionados son jóvenes con aspecto de tener una justificada desconfianza en la especie humana y una admiración reverencial por Darth Vader. La prueba del triunfo del mal es que el actor que interpretó a este villano cobra los autógrafos a 30 euros (con foto) y 20 euros (sin foto) y nadie le lincha. Por una puerta lateral y un pasillo ideal para acuchillar a una sombra, accedo al auditorio. En la pantalla, la cara asustada de un actor que contempla cómo, ladera abajo, rueda una alfombra enrollada y nada mágica dentro de la que viaja un cuerpo asesinado.

Siguiendo a los grupos de terrofílicos, llegas al Retiro o al Prado, dos salas que se unen al festival, o al edificio Miramar, sede de una exposición sobre objetos relacionados con la galaxia. En una sala se proyecta un making off de El retorno del Jedi. En la pantalla, el viejo Godzilla en blanco y negro destroza ciudades y coches a su paso. El terror de entonces se ha reciclado en nostalgia. Lo que hoy nos aterra, mañana serán cosquillas para nuestros descendientes, que dormirán abrazados al muñeco Chucky como si fuera un peluche. En la calle, el frío avanza. Un joven se sopla las manos para entrar en calor y, al ver que el sistema fracasa, se cabrea. Si fuera un fotograma de cine mudo, podría subtitularse con una frase de Eugenio d'Ors: "Que la ola del frío no es nada al lado de la ola de mal humor". Los actores invitados posan para que, de fondo, aparezcan la iglesia y el sky line de Sitges. Josep Pla, patrón de las citas de varias generaciones de articulistas, lo describió así: "Ben mirades les coses, aquesta església no és pas res de l'altre món, però està tan admirablement collocada en el pujolet que li serveix de fonament que jo crec, modestament parlant, que Sitges seria molt diferent si no tingués aquest document arquitectònic, que li fa, en certa manera, de cap. Seria un poble com un altre, com tants n'hi ha en el nostre litoral: un poble esfilagarsat davant del mar".

Algunos escaparates están decorados con referencias galácticas o terroríficas: una araña gigante sobre los hombros de un maniquí. Predomina el ambiente pacífico, completado con una guinda disidente: un hombre anuncio que se queja de que el festival no haya incluido su película fuera de concurso. Se llama Esta noche mueren las estrellas, un título adecuado para unas noches frías, lluviosas, ideales para desear la invasión de los ultracuerpos. Homenaje a la estrella viva Paul Naschy, es decir: a un cine de colmillo falso, sangre de bote y licantropía cómica. El terror está en otra parte, incluso en Sitges. En verano, en según qué calles y a según qué horas, cuando la acumulación de vómitos y orines resulta tan corrosiva que ni siquiera un allien cebado con criptonita lograría vencer tanta acidez. O en los precios de los apartamentos. Un superhéroe que tuviera que luchar contra las terroríficas hordas de noctámbulos y la no menos terrorífica inflación urbanística podría dar para una superproducción titulada Bars war o La inflación contraataca.

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