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Columna
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Rivero

Lo detuvieron un 20 de marzo del año 2003, justo cuando empezaba la guerra en Irak y en Cuba no empezaba ni terminaba nada porque, sencillamente, el dinosaurio, después de despertarse como cada mañana, seguía estando allí.

En la calle Peñalver de La Habana detuvieron al poeta Raúl Rivero con un desproporcionado despliegue policial, aparatosamente, como si fuera un narcotraficante o un terrorista internacional. Los policías entraron en su pequeño piso y se llevaron en volandas al gordo Rivero y a su máquina de escribir. Luego metieron a Rivero (sin su máquina de escribir) en uno de los siniestros calabozos de Villa Marista (antiguo colegio católico que el Comandante en Jefe reconvirtió en el principal centro de detención y tortura de la Seguridad del Estado) y poco después supimos que el poeta había sido condenado a veinte años de cárcel por su oposición al régimen dictatorial cubano. Era ya demasiado que Rivero no estuviese afiliado al Partido Comunista de Cuba y que no fuese miembro del Comité de Defensa de la Revolución, ni de la Central de Trabajadores de Cuba (el sindicato único de la isla), ni de las Brigadas de Respuesta Rápida (somatén habanero armado con garrotes), ni del Movimiento de Trabajadores de Avanzada (los campeones del estajanovismo burocrático). Era ya demasiado lo del gordo Rivero. Una provocación que las autoridades tuvieron que atajar aquel 20 de marzo del año 2003.

Afortunadamente, Rivero no ha tenido que pudrirse en la cárcel 20 años. Hace un par de semanas fue excarcelado junto a otros disidentes cubanos gracias a las gestiones realizadas por el Gobierno de España. Lo que debía ser motivo de alegría se ha convertido para algunos políticos y periodistas en causa de reproche. ¿Qué ha sido eso de liberar a un poeta? ¿Qué se ha creído el Gobierno español que ha conseguido liberando a un poeta, a un sólo poeta, cuando en la isla de Cuba sufren cárcel real cientos de disidentes y prisión virtual todos sus habitantes? Más o menos es eso lo que han dicho algunos periodistas y políticos a quienes el anticastrismo ha llegado a cegar, en unos casos, y a envilecer sencillamente en otros. ¿Para qué sirve un poeta?, parece que nos dicen. Para que Castro lo condene a veinte años, por ejemplo, y para convertirse en símbolo viviente (o muriente) de la maldad de un régimen durante veinte años. A demasiados anticastristas, me temo, la poesía de Raúl Rivero y, lo que es peor, su vida, les viene importando un rábano. Donde de veras les gustaba Rivero era en la cárcel. Pero alguien le ha sacado.

Si un gobierno extranjero hubiera conseguido que sacaran del trullo a Miguel Hernández antes de que muriera, ¿nos habríamos opuesto arguyendo que aquello era legitimar a Franco? Gracias a Dios o a Zapatero (al final tanto da) Raúl Rivero ha salido de la cárcel, aunque algunos hubieran preferido que el gobierno de Castro liberase a la máquina de escribir de Rivero y él siguiese pudriéndose en su celda.

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