Ciencia y ciudadanía
Empezó ayer en Tortosa el Congreso Ibérico de Gestión y Planificación del Agua con la presencia de cerca de 500 especialistas de España, Portugal y América Latina, cuyo título general es Ciencia, técnica y ciudadanía. La celebración de tal evento no pasaría de ser una noticia académica más de un gremio específico del mundo de la ciencia si no fuera por la especial circunstancia de que se desarrolla en Tortosa y pocos meses después de la retirada del Plan Hidrológico Nacional (PHN). Podríamos considerar que se trata de una magnífica ocasión para festejar el triunfo de la potente alianza que se fue forjando entre el impresionante movimiento ciudadano que se alzó en las Terres de l'Ebre y un conjunto de académicos e investigadores que se ha agrupado en la llamada Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA).
La Plataforma en Defensa del Ebro surgió como un movimiento social que puso de relieve que la identidad no es sólo un tema de lengua o cultura, sino que el sentimiento de pertenencia, la sensación de formar parte de una comunidad, tiene que ver también con cosas como el agua, la tierra o el paisaje. Y no es ése un ejemplo aislado. Hace unos días se presentó en Barcelona una interesante publicación de la Societat Catalana d'Ordenació del Territori, titulada Anuari territorial de Catalunya 2003. La publicación, surgida del trabajo encomiable de un grupo de jóvenes geógrafos y que tiene pretensión de ser editada anualmente, recoge una impresionante colección de hechos territorialmente relevantes acontecidos a lo largo del pasado año. En más de la mitad de ellos se constata la movilización ciudadana. El índice onomástico de los actores sociales e institucionales presentes en cada caso nos ofrece un panorama espectacular de grupos, plataformas y colectivos surgidos en todo el territorio catalán que tienen la característica en común antes señalada. Un lector atento puede contar hasta 34 plataformas de defensa, 10 salvem enclaves distintos, 15 grupos o asociaciones de defensa, 14 asociaciones de vecinos e incluso una curiosa Asociación de víctimas de Renfe.
En muchos de esos conflictos se observa algo que en el caso ya reseñado del Ebro fue patente y enormemente significativo. Frente a la Administración o las administraciones que en cada situación asumen un determinado proyecto que afecta a un territorio específico, surge ya no sólo un grupo más o menos numeroso, más o menos aguerrido de ciudadanos dispuestos a defender el clásico "Aquí no", sino que menudea la presencia de expertos, de científicos, de entidades que junto con los ciudadanos presentan alternativas, exponen soluciones factibles si se modifican algunos de los parámetros de partida, o expresan, como en el Ebro, que hay otras "culturas" posibles frente a las formas tradicionales que vinculan crecimiento a desarrollismo y riqueza a explotación del territorio. Frente a las administraciones ya no tenemos sólo a los "Aquí no", sino también a los "Así, sí". No se trata sólo de oponerse, sino de plantear formas sostenibles y ambientalmente respetuosas de generar crecimiento, movilidad o gestión del agua.
En el caso del Ebro, las movilizaciones que se desarrollaron podían haber sido fácilmente calificadas de reactivas, insolidarias y egoístas si sólo hubieran contado con argumentos defensivos y se hubieran limitado a oponerse a la propuesta de trasvase. Pero, al lado de Manolo Tomás estaban también personas, científicos, expertos y ciudadanos de todos los rincones de España que afirmaban que el problema no era sólo "trasvase sí, trasvase no", sino buscar nuevas formas de gestionar el agua que tuvieran en cuenta sus costes ambientales y la sostenibilidad del recurso, y evitar que se siguieran extendiendo unas formas de explotación agrícola poco respetuosas con la situación carencial del país y, sobre todo, iniciativas de ocupación del territorio que sólo benefician a promotores inmobiliarios e industrias de la construcción. Y esos expertos no eran sólo aragoneses como Pedro Arrojo y catalanes como Narcís Prat, sino también, entre muchos otros, científicos de Murcia como María Teresa Pérez Picazo y Julia Martínez, andaluces como Leandro del Moral o canarios como Federico Aguilera Klink. Y esa conexión científica y académica les costó a muchos de ellos ser calificados en sus lugares de residencia de traidores o antipatriotas.
El congreso de Tortosa subraya una vez más ese gran valor añadido que se genera cuando movilización ciudadana, conocimiento y capacidad analítica se encuentran, reforzándose unos y otros. Los movimientos sociales, al ser capaces de construir alternativas o nuevas formas de operar que no sean meramente reactivas. Los expertos, porque aprenden que el saber no es monopolio de nadie, y que sólo en esa alianza es posible transfomar en sentido positivo la realidad social. No hay avances significativos en temas en los que es determinante que la ciudadania modifique sus hábitos y sus pautas tradicionales si junto con un buen diagnóstico científico no se da asimismo la capacidad de conectar con las inquietudes y las necesidades de la propia gente. En este sentido, el propio título del congreso, al vincular ciencia y ciudadanía, lo expresa con claridad.
Desde mi punto de vista, irá quedando cada vez menos espacio para un conocimiento científico que esté totalmente descontextualizado con relación a las necesidades del mundo cotidiano de las sociedades en que ese conocimiento se produce. Creo que, sin despreciar en absoluto la investigación básica, necesitamos más conocimiento contextual, es decir, más conexión entre producción de conocimiento y aplicación, de tal manera que los criterios de relevancia sean objeto de contextualización, de diálogo o confrontación con otros tipos de conocimiento. Y ello requiere sistemas más abiertos, menos rígidos y jerárquicos. Los ejemplos reseñados nos dicen que la sociedad no debería ser sólo objeto de las interpelaciones de la ciencia, sino que debería ser la misma sociedad la que aumentara su capacidad de interpelación a la ciencia.
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