Cataclismo final en Riazor
El Mónaco de Saviola vuelve a humillar al Depor y le despide del torneo de la forma más amarga
Con el otoño reinando en el aire glacial y en las gradas semivacías de Riazor, el Mónaco acreditó que se ha convertido para el Deportivo en algo más que un adversario: una especie de maligna entidad parapsicológica que acecha desde algún abismo invisible. Cada enfrentamiento con el equipo del Principado ha supuesto para el Depor un trauma mayúsculo. Nadie podía imaginar algo peor que el 8-3 del curso pasado. Pero aún faltaba lo de anoche, de una dimensión similar. Y con un grado de crueldad añadido que no respetó ni los sentimientos más profundos del deportivismo. Fran y Mauro Silva cargarán con el nuevo cataclismo ante el Mónaco como el amargo recuerdo del día en que se despidieron de la Liga de Campeones. Fran y Mauro, el alma en retirada del Depor, los dos capitanes que hace sólo unos meses hasta llegaron a pensar que podrían irse a casa con el sabor a eternidad de un título europeo.
DEPORTIVO 0 - MÓNACO 5
Deportivo: Munúa; Héctor, Pablo Amo, Andrade, Capdevila; Duscher (Changui, m. 80), Scaloni; Víctor (Luque, m. 63), Fran (Valerón, m. 63), Munitis; y Pandiani.
Mónaco: Roma; Maicon, Modesto, Squillaci, Givet; Kallon, Bernardi, Zikos, Evra (Diego Pérez, m. 61); Saviola (Adebayor, m. 70) y Chevanton (Farnerud, m. 83).
Goles: 0-1. M. 22. Rapidísmo contragolpe que culmina Chevanton ante Munúa. 0-2. M. 36. Córner que Héctor despeja en corto y el rechace lo convierte Givet. 0-3. M. 39. Nuevo contragolpe que culmina Saviola. 0-4. M. 55. Maicon, a la salida de un córner entre la pasividad de la defensa local. 0-5. M. 74. Adebayor, en el enésimo contragolpe.
Árbitro: Iuri Baskakov (Rusia).
Unos 10.000 espectadores en Riazor.
El equipo del Principado, una maligna entidad parapsicológica que acecha desde el abismo
Cada vez que se ha enfrentado al Mónaco, el Deportivo se ha encontrado inmerso en una de esas pesadillas recurrentes en las que todo va sucediendo de un modo inexorablemente familiar. Los tres últimos choques contra el equipo de Didier Deschamps han sido una repetición constante de una aciaga cadena de acontecimientos. El Mónaco sólo necesita tirar una vez a puerta para marcar un gol. Desde ese momento, las balas supersónicas de Deschamps, que van cambiando de nombre -unas veces se llama Giuly, otras Adebayor, anoche Saviola y Chevanton- agujerean a cada contragolpe la defensa del Depor y siguen contando por goles todos sus disparos a meta.
No hubo nada reprochable en la actitud con la que el Deportivo enfrentó el melancólico trance de la despedida que suponía el partido de anoche. En juego sólo estaban el orgullo y un puñado de euros para el club, estímulos a menudo insuficientes dentro de las costumbres del fútbol de nuestros días. Pero el Depor se lo tomó en serio. Entendió que los símbolos también cuentan y que sus maravillosos años europeos no se merecían una culminación deshonrosa. La amenaza de cargar con el baldón de ser el primer equipo en 13 años que finalizaba una liguilla de la Champions sin marcar un gol, pareció revolver los ánimos del vestuario blanquiazul. Fue, como viene siendo habitual, un equipo a la búsqueda de la inspiración que nunca llega. El Depor volvió a abusar de un juego demasiado previsible y mecanizado, falto de imaginación y dinamismo. Pero, al menos, había nervio, voluntad, ganas de anticiparse al contrario, todo eso que la jerga resume en el término actitud.
Por contraste, Deschamps acentuó su vocación más italiana. Era el Mónaco el único que se jugaba seguir vivo, pero, lejos de salir a por el partido, dejó que el rival se fuese quemando poco a poco en su propio fuego. Fue como si Deschamps y sus chicos confiasen desde el principio en que sus choques contra el Deportivo siempre acaban en lo mismo. El Mónaco se limitó a resistir sin apreturas la meritoria aunque poco fundada ofensiva local. De medio campo hacia arriba no se supo nada de los franceses hasta que Saviola y Chevanton se conectaron la primera vez. Y, claro, fue gol. La secuencia del tanto repite la de buena parte de los 16 que ha marcado el Mónaco al Depor en sus tres últimos enfrentamientos. Una pérdida del balón en el centro del campo, un acelerón súbito en el ataque francés, un magnífico pase -en esta ocasión de Saviola, el mejor de su equipo- y un delantero que supera en la carrera a toda la defensa y sólo tiene que encarar en solitario al portero. Ayer, en la meta del Depor se situó Munúa y vivió la misma historia que Molina: lo fusilaron por todas partes sin darle ocasión a hacer apenas una parada.
A partir del primer gol, el voluntarismo del Deportivo dio paso al más lamentable desconcierto. El Mónaco mantuvo su asombrosa media de un gol por cada contraataque, a los que sumó su eficacia en los saques de esquina ante la pasividad un rival ya engullido por la pesadilla. Fran fue reemplazado antes de acabar el partido. Mauro, sentado en el banquillo, ni llegó a salir. Y el otoño se llevó consigo la noche con su aire de juicio final a toda una época que concluye irremisiblemente en Riazor.
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