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Crítica:CLÁSICA | Cuarteto Kopelman
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El otro, el mismo

Mijaíl Kopelman ha pasado por dos de los grandes cuartetos del siglo XX, el Borodin y el Tokio. Por el primero sentando cátedra, por el segundo más discretamente. Ahora nos llega en una nueva reencarnación que lo devuelve a su lugar natural, a la música rusa, al estilo propio de las grandes formaciones camerísticas de su país. Con un segundo violín, Borís Kuschnir, extrañamente brillante entre los de su cuerda; un viola, Ígor Sulyga, discreto y poderoso a la vez; y un chelista, Mijaíl Milman, que luce un virtuosismo de muchos quilates, Kopelman ha formado un nuevo cuarteto en el que volver a reconocerse al fin, el que fuera durante un tiempo una suerte de otro de sí mismo.

Sólo dos años llevan juntos los del Kopelman, pero la clase individual de cada uno de sus miembros parece haberse fundido en un conjunto bien empastado y con una personalidad más que notable. Los cuatro son excelentes músicos pero, inevitablemente, el poderío del titular destaca de forma poderosa. Y es que pocos primeros violines hay en los cuartetos de hoy que suenen con la autoridad y la belleza de Kopelman y, sobre todo, que posean su anchura expresiva, como puso de manifiesto en el primer tiempo de ese Cuarteto número 3 de Chaikovski de freudiano devenir. Curiosa obra, larga y variable en su humor, atormentada y tranquila, atractiva y desigual, y cuya interpretación alcanzó en su Scherzo uno de los momentos más altos de la velada.

Liceo de Cámara

Cuarteto Kopelman. Obras de Prokofiev, Miaskovski y Chaikovski. Auditorio Nacional. Madrid, 1 de diciembre.

La primera parte del concierto estuvo dedicada a dos autores purgados por Stalin que después del castigo ya no fueron los mismos: Prokófiev y Miaskovski. La obra del primero -el Cuarteto número 2- llegó antes del desastre y es una pieza rara, curiosa, hermosa también, muy divertida de escuchar y no menos de ver, con esa cadenza para el violonchelo tan sorprendente, pues irrumpe cuando todo el mundo piensa que la cosa se acaba. La de Miaskovski -el Cuarteto número 13- se escribe justo después de las purgas y es, por eso, mucho más triste, más cuidadosa, necesariamente autocensurada.

Los del Kopelman las leyeron con una adecuación perfecta a su contenido, a su mensaje podría uno decir sin miedo a ser mal entendido. Y el público, que acudía con ciertas reservas a la cita con un nombre a la vez conocido pero nuevo en un ciclo plagado de grandes cuartetos, se entregó al fin a la obra bien hecha. Se le premió con encores pertenecientes a Shostakóvich -guiño final del señor Kopelman al recuerdo de sus grandes días- y Schubert.

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