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Contar es decidir

Joan Subirats

Discutía el martes con unos buenos amigos sobre el papel que desempeñan las cifras en la comprensión de la realidad. Y nos costaba ponernos de acuerdo. No porque usáramos cifras distintas, sino porque unas mismas cifras nos contaban cosas diferentes. O porque para describir una determinada realidad, unos determinados hechos, tendíamos a usar magnitudes diversas. No descubro nada nuevo si afirmo que las cifras, los números, la descripción numérica de la realidad, ganan espacios en medios de comunicación y en la argumentación política. Y ello, en principio, no me parece mal. Es evidente que hemos ido dejando atrás visiones más retóricas, más literarias, sobre la realidad social. Y que cualquiera que quiera reforzar sus argumentos o presentarlos de manera más objetiva tratará de aderezar su discurso con una buena selección de cifras y datos que corroboren lo que pretende defender. La expansión de la ciencia, la hegemonía del análisis económico, como expresión del predominio de los valores del mercado y de la eficiencia, ha ido ganando terreno. Castelar, el mito del parlamentarismo decimonónico, lo tendría crudo hoy día si no aprendiera a usar adecuadamente unos cuantos porcentajes, medias y demás artefactos numéricos.

Cada día es más cierto que definir un problema es medirlo. Y midiéndolo argumentamos que es poco, mucho, que crece, que baja, o que si sigue así iremos bien o mal. Lo que me preocupa es que muchas veces ocultamos que no hay una sola manera de describir una realidad, por muchos números que usemos para ello. Puedo describir un elefante con palabras, con mis pinceles o con cifras. Aparentemente las dos primeras vías son expresión de subjetivismo puro. La "cuantificación" del elefante se nos aparece como más objetiva. ¿Es ello cierto? ¿No será que, dependiendo de qué aspecto nos interese más del elefante, nuestro afán medidor se inclinará por uno u otro de sus atributos? Si, por ejemplo, estamos preocupados por su transporte, nos preocupará el peso y el volumen; si somos taxidermistas, su superficie; pero si somos domadores, los tiempos en que duerme o está más activo; o incluso si nos preocupa la forma más exacta de reproducir su imagen, la intensidad de gris de su piel. Medir algo es proponer una manera de contarlo. Un parado en Europa es alguien mayor de 16 años que ya ha trabajado y que en las últimas semanas ha buscado activamente empleo. No todos los que no trabajan son, desde ese punto de vista, parados. Por tanto, contando de esta manera el número de parados, estamos de hecho decidiendo a quién consideramos parado y a quién descartamos de esa categoría.

Contar es categorizar. Incluir y excluir. Trazar fronteras. Y en ello, lo siento, influyen valores, jerarquías, definiciones no exactamente objetivas del fenómeno que analizar. ¿A quién hemos de incluir en las rentas mínimas de inserción? ¿Qué consideramos fracaso escolar? ¿Quién es joven y cuando lo deja de ser? Lo que no es equívoco son las cifras, pero sí la base sobre la que decidimos si incluimos o no ciertos casos en el recuento. Al contar enfatizo un elemento en lugar de otro. Y lo hago estableciendo umbrales que me definen aleatoriamente situaciones, hechos, beneficiarios o perjudicados. Establezco metáforas de la realidad sobre la base aparentemente objetiva de las cifras. En 1970, Paul Samuelson estableció en su manual de Economía Política que un porcentaje menor al 3,5% de paro podía considerarse "plena ocupación". Unos años y un mandato de Reagan después (1985), la cifra en el manual ascendió al 6%. Oímos a los políticos referirse a la clase media del país, ¿lo hacen sobre el concepto económico de clase media o sobre su propia consideración política de lo que es clase media?

No puedo resistir tener la impresión de que contar es hacer política con otros medios. La cesta de la compra, el índice de precios al consumo (IPC), el producto interior bruto (PIB) son convenciones que nos permiten medir, comparar y sobre todo debatir sobre lo bien o lo mal que vamos. Y, desde este punto de vista, bienvenidas sean esas convenciones, ya que nos permiten focalizar unos aspectos y mejorar nuestro análisis, pero no olvidemos que no son la realidad, son convenciones o modos de acercarnos a ella. Estos últimos meses todos tenemos la sensación de que los precios de consumo han subido muy por encima de lo que el IPC nos va contando. La irrupción del euro en el café, en la comida o en el ocio se aleja de esos miserables incrementos que oficialmente se nos transmiten y que acaban configurando los aumentos anuales de salarios. No hay PIB que recoja el trabajo doméstico o el trabajo evidentemente útil de muchas personas en sus actividades diarias, solidarias, colaboradoras o simplemente de ayuda mutua. Ese mismo PIB no tiene sensibilidad ecológica ni para computar bienes ni para establecer costes. La misma ministra de Vivienda nos ha explicitado su preocupación por nuestra salud ante unas cifras del coste de la vivienda que tendían a ponernos nerviosos.

Me gustaría que todos, políticos, técnicos, ciudadanos y también periodistas (con su gran responsabilidad en los procesos de construcción social de la realidad) fuéramos menos crédulos ante la fuerza de unas cifras que sólo expresan, como decíamos, una determinada visión de la realidad, no la realidad. Las evidencias son evidencias. Pero no todas las evidencias. Y además, sobre cada una de ellas, la capacidad de argumentación es, afortunadamente, muy amplia y plural. A la señora Thatcher la conocían como Mrs. Tina porque acostumbraba a iniciar sus discursos con la frase "There Is No Alternative". En política una frase como ésa sólo expresa el talante autoritario y mistificador de quien la pronuncia. No hay univocidad en las cifras, ni mucho menos en su lectura. Exijamos rigurosidad en las decisiones colectivas que se toman. Exijamos suficientes dosis de racionalidad, de respeto a las evidencias, pero exijamos también capacidad de representación y capacidad de participación y de transparencia en unas convenciones numéricas que acaban teniendo tanta importancia en nuestras vidas.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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