Un rompehielos canadiense varado un año en el Ártico estudia la evolución del océano
Si hay algo de lo que los científicos se sienten cada vez más seguros es de que el clima del océano Ártico está cambiando. Y que lo está haciendo, además, a un ritmo mucho más rápido que en el resto del planeta. Según los últimos datos disponibles, la velocidad del cambio climático en los hielos del norte es al menos dos veces mayor que la registrada en otras zonas del globo. El cambio afectará a las especies animales de la zona, muchas de ellas emblemáticas, como el oso polar, a los asentamientos humanos y a la economía de las áreas afectadas. Conocer la dinámica del cambio se ha convertido en el gran objetivo de distintos proyectos internacionales. Carlos Pedrós-Alió, investigador del Centro Mediterráneo de Investigaciones Marinas y Ambientales de Barcelona (CMIMA, del CSIC), es uno de los pocos científicos españoles que han participado en esos estudios. Su grupo ha estado embarcado este último curso en el buque oceanográfico y rompehielos canadiense Amundsen.
El equipo español de Pedrós-Alió estudió los microorganismos del hielo
A lo largo de un año, 60 grupos de investigación, pertenecientes a nueve países, han estado analizando las condiciones del Ártico. La principal novedad de la larga campaña ha sido varar el buque en los hielos marinos para tomar muestras de manera continuada, a lo largo del invierno. Una "verdadera proeza científica", en opinión de Pedrós-Alió, dadas las escasas ocasiones en que se ha efectuado una experiencia de este tipo. "Los costes económicos de una operación como ésta son enormes", justifica el investigador. "Sólo están al alcance de grandes proyectos multinacionales".
La pregunta es qué puede aportar una campaña de estas características a lo ya conocido. O, dicho de otro modo, qué interés puede tener lo que ocurre en la larga noche invernal del Ártico. El proyecto, bautizado con el nombre de "CASES", debe aportar pistas sobre los procesos de congelación y deshielo de las aguas marinas, corroborar el impacto del cambio climático y estudiar in situ cómo el incremento de temperaturas afecta tanto a la población humana de la zona como a especies animales, sean acuáticas o no, resume Pedrós-Alió. Por encima de estos objetivos, describe, hay cuestiones políticas y económicas. "El cambio climático puede favorecer la apertura del Paso del Noroeste, de gran interés estratégico y por cuya soberanía pugna Canadá".
El objetivo de CASES es determinar el comportamiento del ecosistema ártico para proporcionar modelos para el estudio del cambio climático y luego seguir su evolución en el tiempo. Algo así sólo es posible diseñando experimentos en los ámbitos de la oceanografía física, el hielo marino, el intercambio de gases, la presencia de microorganismos en el hielo, la columna de agua o a través de trampas de sedimentación. De lo que se trata es de ver lo que dan de sí estos experimentos tanto con enfoque estacional (a lo largo de un año entero) como en periodos más largos.
Los datos obtenidos por el Amundsen se encuentran ahora mismo en fase de análisis. Es pronto, por tanto, para sacar conclusiones definitivas. No obstante, apunta Pedrós-Alió, alguna de las observaciones invitan ya a la reflexión. Por ejemplo, en relación al oso polar, una de las especies emblemáticas del Ártico. De este plantígrado se sabe que hiberna en el periodo estival y que es justo a partir de la formación de los primeros hielos cuando aprovecha para reproducirse y acumular alimento para sus crías. CASES ayudará a determinar si la ventana temporal para la reproducción se ha empequeñecido o no. "El hielo tarda cada vez más en formarse y menos en desaparecer", señala el investigador. Como dato, apunta otro ya conocido: en los últimos 30 años el grosor medio del hielo marino ha pasado de 3 a 1,70 metros
Otro aspecto que se debe corroborar es el papel de la capa de hielo en el intercambio de gases entre el océano y la atmósfera. "Todavía es pronto para cuantificar", advierte Pedrós-Alió, "pero hemos visto que tanto en invierno como en verano el hielo no actúa como tapón sino como algo parecido a una membrana activa". Es decir, no impide la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera, aunque sí la atenúa, por lo que continúa contribuyendo al efecto invernadero, pero en menor medida.
El equipo de Pedrós-Alió centró buena parte de su trabajo en la caracterización del hielo marino y en los microorganismos adaptados a condiciones extremas de bajas temperaturas. Dos de los datos observados llamaron su atención. El primero es la rápida formación de clorofila en la columna de agua a medida que surgen los primeros rayos de luz solar. "El tránsito de ausencia de luz invernal al equilibrio de horas diurnas y nocturnas en primavera se da muy rápidamente", describe. "Tanto como la formación de clorofila".
El segundo fenómeno se refiere a los mecanismos de adaptación de los microorganismos al hielo. "La formación de hielo desplaza las sales marinas hasta formar salmueras en forma de canales", explica. La ausencia de sales provoca una velocidad más rápida de congelación. Buena parte de los microorganismos presentes en el hielo excretan polisacáridos para enlentecer este proceso y proveerse de una capa de protección extra.
El fenómeno, añade el investigador, es similar al de los hielos marinos de la Antártida, salvo en la concentración de contaminantes (metales pesados y compuestos organoclorados), mucho mayor en el Ártico, y en la duración de las placas de hielo. "En la Antártida la mayor parte del hielo marino es anual, mientras que en el Ártico las placas pueden mantenerse hasta 10 ó 12 años". De ahí que los icebergs sean más frecuentes en la latitud sur que en la norte. Pero este año, por primera vez, se ha desprendido una enorme placa con el deshielo.
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