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Reportaje:

El Círculo gira con los derviches

El turco Orüc Güvenc trae a Madrid su música y danza sufíes

La emoción aguarda hoy a cuantos quieran disfrutar del misterio de la música sufí y de una de las ceremonias más espectaculares de su danza, sema. El Círculo de Bellas Artes recibe al caer la tarde al Grupo Tumata, que interpreta tal música con flautas, laúdes, violas arcaicas y panderos; se baila, además, con bellísimos movimientos y vueltas y verivueltas sin fin; después, sus bailarines y cuantos les contemplan se adentran en una plenitud íntima cargada de mansedumbre. Ayer, el grupo ofreció un preludio restringido de su actuación de hoy.

La dirección del espectáculo corre a cargo de Orüc Güvenc. Nacido en Turquía hace 56 años, establecido en Austria y familiarizado con España, este músico y psicoterapeuta es asimismo el maestro de varias tariqas sufíes. Las tariqas son cofradías islámicas, uniones de individuos vinculados por tradiciones espirituales. Una de ellas es la de los derviches. Y los derviches se caracterizan, entre otras peculiaridades, por danzar un baile giróvago de gran duración, en el cual el individuo que la interpreta, con giros sobre el eje de sus pies y en aceleración creciente, pierde conciencia de lo inmediato para ensimismarse hacia un mundo de introspección al que se abandona.

En las cofradías, un rector encauza la indagación colectiva hacia la profundidad de la mística sufí que, si bien data de tiempo inmemorial, halló en Konya, en Turquía, a comienzos del siglo XIII, un singular impulso. De aquel ímpetu aún deriva la actuación musical de esta tarde.

El sabio Shams

La historia relata que fue un joven llamado Jalaledin Rumí, nacido en 1203 en un villorrio afganí, hijo de un maestro sufí, quien se viera obligado a emigrar a Bagdad al ser invadido su país por los mongoles. Allí Rumí creó escuela mística propia y entró en contacto con el sabio Shams, oriundo de Tabriz, al norte de Persia. Cuando más disfrutaba de sus saberes, Shams desapareció. En su añoranza, Rumí escuchó a un platero golpear en su tas con un extraño ritmo. Entonces, dolorido por la nostalgia de su maestro, comenzó a rimar poemas y canciones al amor divino.

Llegaría a escribir hasta 25.000 versos. Su contribución a la mística sufí fue la de hallar en la música bálsamo a los males del alma, principalmente la tristeza. De allí nació una música dulcísima, de la cual Orüc Güvenc, sus predecesores y discípulos aseguran que sitúa a quien la escucha ante la faz de Dios y tiene efectos curativos. "La música sufí es una experiencia mística y sanadora", dice Güvenc.

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Poco antes, cuatro mujeres, Consuelo, Elena, Azize y Aurora, han danzado un aire del Asia Central llamado baksi, que aúna los movimientos básicos de todas las danzas existentes. Sus manos se mueven acompasadamente con las ondulaciones de cuello, tronco y piernas; todo destila elegancia y belleza; después, Aniol, un joven tocado con un gorro alargado de piel y un faldón hasta los pies, comienza sus giros: al poco, su acelerado girar se estiliza en el suave mecerse de una llama que invita a la reflexión, a la intimidad.

Música sufí turca. Grupo Tumata. Hoy, a las 20.00. Precio, 14 euros. Sala de columnas del Círculo de Bellas Artes. Marqués de Casa Riera, 2.

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