El vacío de Lucas
JUAN JOSÉ LUCAS, presidente de honor del PP de Castilla y León, ha hecho una propuesta: "Ha llegado la hora de crear una televisión autonómica en Castilla y León, porque TVE ha cambiado mucho". Franqueza no le falta. "Amigos, amigas: podría apelar a la rica cultura de nuestro pueblo, a la necesidad de promover nuestras costumbres ancestrales, pero no quiero mentiros. Lo único que sucede es que quiero salir por la tele, ¡quiero salir!".
Desde que mandan otros, Lucas siente un vacío. Normal. Se convierte uno en estrella de la televisión y de golpe desaparecen los focos. Si el señor Lucas acepta una sugerencia, que impulse un ente con tres canales. Para que haya más pluralismo. Así, si pasa lo del PP valenciano o gallego, con dos bandas rivales, hay tele para todos y todavía te sobra un canal para que salga el líder de la oposición, y así defenderte en la comisión de control parlamentario con un minutaje que demuestra que, en realidad, el Gobierno sufre persecución mediática.
El Gobierno alienta esa imagen falsa de un pueblo esperando que del televisor broten documentales de historia y naturaleza
Es de agradecer la sinceridad de Lucas porque la televisión es el territorio donde más claramente se percibe la distancia entre lo que somos y lo que nos gustaría ser. No sólo entre políticos. También entre profesionales y, por supuesto, entre el público. Los programas más valorados son los menos vistos; los peor valorados, los más vistos. Según datos de TVE publicados en El Mundo, el programa de televisión más valorado es El día del Señor. Toma castaña. El menos valorado, Salsa de tomate. Ahí se ve la tradición católica: no en el gusto por la misa, sino en la conciencia de culpa y el placer de mentir.
El Gobierno zetapense alienta esa imagen falsa de un pueblo español esperando que del televisor broten documentales de historia y naturaleza, y con ese espejismo nos vamos a dar, entre todos, lo que técnicamente se conoce como una leche del carajo. Una cosa es pedir que se cumplan las leyes, y otra, esperar que desaparezcan los cotilleos en el país de ¡Hola!, Pronto y Diez Minutos. Una cosa es que haya público esperando programas de culto, otra cosa es que todo el público demande esos programas, propios de una televisión minoritaria, pública, comercial o de pago, pero minoritaria, porque somos como somos y no como nos gustaría ser. Daños colaterales del autoengaño: dinero público perdido, incertidumbre en miles de puestos de trabajo y desprestigio de la televisión como medio, que es un disparate.
Los de mi generación nos dividimos en dos: los que dominan el inglés y los que no. Dentro de una generación, la división será otra: los que dominen también el lenguaje audiovisual y los que no. Podemos seguir con este baile de lo políticamente correcto, explicando a los niños que la televisión es malísima para después dejarles 146 minutos al día ante la pantalla, o bien coger el toro por los cuernos, irnos con la tele a la escuela y enseñar. El chiste de hoy es el siguiente: yo creo que, tras el debate actual, se optará por lo segundo, y que, en otro orden de cosas, una severa censura de la opinión popular, sensibilizada ante la politización de las televisiones públicas, obligará a Juan José Lucas a rectificar.
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