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SOMBRAS NADA MÁS | Mariano García Remón, entrenador del Real Madrid

El entrenador que surgió del frío

Juan Cruz

Alfredo Relaño, que fue su compañero de clase, escribió de él una vez que detuvo un penalti decisivo jugando en la portería del Real Madrid: "García Remón ha conseguido superar el miedo del portero ante el penalti". Fue en 1981. Ahora, Mariano García Remón ya tiene lejos el apodo que se ganó en 1973 (el gato de Odessa, porque en esa ciudad soviética fue un jabato) y tiene también olvidado lo que era no tener miedo al penalti: ya sabe qué es el frío en el banquillo del equipo más famoso del mundo.

Fue un portero con suerte; estuvo en el Real Madrid desde 1971 hasta 1985, unos años como titular y otros años como suplente, dependiendo de la estima que desatara en sus entrenadores. Se tomó con calma tanto el protagonismo como la oscuridad, y ahora ha salido del anonimato por una carambola de la que no es ajena su historia. La primera vez que entrenó al Real Madrid, en la temporada 1995-1996, fue cuando dimitió Jorge Valdano, se hizo cargo del equipo el veterano Arsenio Iglesias y éste tuvo a García Remón como su segundo; el brujo de Arteixo no se hizo con la mecánica del club, que dejó en mayo, y durante unos partidos García Remón agarró las riendas del equipo. Infructuosamente.

Ahora, la casualidad le cogió antes, nada más empezar la Liga, cuando su amigo José Antonio Camacho se hartó del vestuario y vino a decir, más o menos, lo que dejó escrito el actor George Sanders cuando se suicidó en Sitges: "Ahí os queda eso". Con reclamaciones de lealtad a su antecesor y a su club (al que le debe la historia), García Remón exhibió su legendaria tranquilidad (como Vicente del Bosque, como Luis Molowny: ésa es su escuela) como bagaje principal para llevar al Real Madrid al puerto que se le ha hecho esquivo. De momento no ha sido suficiente.

Y tanto no ha sido suficiente ese rasgo legendario del carácter de García Remón que el entrenador (¿provisional?) del Real Madrid perdió incluso el control básico del tiempo, en el partido ante el Bayern Leverkusen, y dispuso de manera confusa que tres de sus jugadores se prepararan para irrumpir en la cancha cuando ya estaban los dos equipos en el tiempo de descuento.

Fue un hombre de suerte. En su juventud ganaba a las cartas, se escapaba del cuartel (por excedente de cupo), añadió a su historial adolescente un excelente pasado como baloncestista y como portero de balonmano, y fue un portero excelente de fútbol. Paró lo más difícil, y a veces lo hizo gracias a los palos e incluso gracias al culo.

El Real Madrid se lo dio todo, y él lo devolvió todo con muy buena educación. Menos una vez que se insolentó en Anoeta (en 1981); fue tan extraño que se enfadara así con el graderío que los periódicos de entonces lo tomaron como un incidente que no se correspondía con el modo de ser de un hombre de una tranquilidad tan poco sobresaltada.

Ha sido un entrenador sin suerte, sin embargo, y no por lo que le va ocurriendo con el equipo de su vida, sino porque jamás triunfó de veras en ninguno de los equipos de categorías inferiores a los que quiso subir a primera; fracasó en Albacete, en Salamanca, en Las Palmas... Y antes de que le llamara Camacho para ser su tercero (el segundo era Carcelén: se fue con el entrenador tan famosamente dimitido), estaba en casa, esperando trabajo; su alejamiento era tal que un día llamó al club para pedir entradas, y su llamada estuvo danzando de un sitio a otro porque el legendario portero no tenía entonces idea de quién tenía la llave de lo que buscaba.

Es una buena persona, eso se le ve a la legua. Es muy difícil que las tensiones actuales le rompan la tranquilidad más allá de esa pérdida momentánea de la noción del tiempo que padeció al final del último encuentro de la Champions. Es abuelo desde hace unos días; ésa es la alegría de la que debe disfrutar después de la desgana de los partidos.

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