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IDA Y VUELTA
Columna
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Buscando el infierno

Crucé la calle sin mirar y por poco me atropella un coche. Antes de que pudiera disculparme, el cabreado conductor bajó la ventanilla y me soltó: "¡Vete al infierno!". Yo esperaba otra clase de improperio y me alegró que, en estos tiempos de oratoria basura, alguien recurra a una fórmula tan clásica. Me propuse hacerle caso y me pregunté qué es lo más parecido al infierno en Barcelona. En otra época fueron los bombardeos franquistas y, hasta hace poco, el puente de Can Tunis en el que se arrastraban los heroinómanos. Pero la zona ha sido desmantelada y el infierno ha desperdigado su población por otros barrios. A veces, uno de esos desamparados se acerca a una iglesia buscando sol o alguna limosna, y el contraste entre la solidez del templo y la fragilidad de la dentadura del necesitado recuerda uno de los despeinados aforismos de Stanislaw Jerzy Lec: "A veces el diablo me tienta para que crea en Dios".

No veo ninguna señal que me indique cuál es el camino para llegar al infierno, así que me pierdo por las callejuelas del Barri Gòtic y, tras cruzar La Rambla, me meto por la calle de Tallers, atraído por una maligna melodía, pensando en cuánta razón tiene Rafael Chirbes cuando escribe: "Aunque en los últimos años Barcelona se haya lavado, recompuesto, maquillado y modernizado hasta parecer más una ciudad báltica que mediterránea, su viejo barrio sigue siendo en buena parte un desordenado laberinto que la capital futurista no acaba de domesticar" (del libro El viajero sedentario, recién salido del horno de la editorial Anagrama). Primera parada: una tienda de camisetas, discos, ropa de cuero, DVD y otros objetos de liturgia heavy. La tienda se llama Aríse (plaza de Castilla, 1), en homenaje a una canción del grupo Sepultura y ofrece camisetas con el número 666, cinturones, corpiños, botas, muñequeras y una revista gratuita que incluye una entrevista al grupo Tierra Santa sobre su nuevo álbum, Apocalipsis. Por los altavoces rugen las guitarras eléctricas. En el mostrador puedes coger distintos prospectos que ilustran el sentido gótico-satánico de la vida: una convocatoria a una manifestación por la despenalización de todas las drogas, a una fiesta que lleva el prometedor epígrafe de Porno Gore Carri Extreme Fest, a más fiestas en la Sala Mephisto y en el Hell Awaits Metal Bar (que se anuncia así: "Et regalem 50 litres de birra. Vine abans que s'esgotin"). Ninguno de los clientes de la tienda parece especialmente satánico. Es probable que para ellos el infierno esté en la sucursal de una caja de ahorros o en el mundillo literario, tan propenso a rituales de posesión, a la venta y compra de almas al por mayor. Un poco más allá, otra tienda del mismo sector (Camden, calle de Tallers 19), con la parafernalia al uso y muchas camisetas, aunque ninguna con inscripciones temáticas, por ejemplo: "¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?" (Aldous Huxley). Finalmente, me llevo algo que nunca había pensado que pudiera comprar: un paquete con ocho barras de "incienso medieval de Aquitania". Quizá me ayuden a entender la lógica de la mercadotecnia gótica, a descubrir algún pasadizo secreto entre las armaduras, las calaveras, los ataúdes, los cinturones de tachuelas, las camisetas negras con inscripciones espeluznantes, la música heavy, el apocalipsis, las pipas para fumar marihuana, el cuero y el infierno. Al llegar a casa, enciendo las ocho barras de incienso a la vez y, entre la humareda, me parece detectar la silueta de fantasmas de Aquitania y otros disuasorios esqueletos. La boca se me seca. Necesito urgentemente 50 litros de cerveza. Perdón, de birra.

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