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¿Ordenarán Bush y Condoleeza Rice atacar Irán?

Durante una reciente conferencia en Nueva York, un miembro del público le preguntó a Noam Chomsky si existía algún caso en el que justificaría una intervención militar por parte de Estados Unidos. Su respuesta fue tajante: "No me pregunte por un caso hipotético. Si me pregunta por la posibilidad real más inmediata en estos momentos [que Estados Unidos ataque a la República de Irán] mi respuesta es no, no estoy de acuerdo".

Hablar de posibles guerras contra Irán, Siria o Corea del Norte parece descabellado en Europa, pero no lo es en Estados Unidos. No basta con parafrasear a Obélix con un "están locos estos gringos". El mundo es un lugar en el que la guerra es una posibilidad real, y Europa (y quizá América Latina) la excepción que confirma la regla. La victoria de Bush obliga a los europeos a plantearse seriamente este tipo de escenarios. El riesgo es, si renunciamos a ello, que el maltrecho modelo social europeo se convierta en un accidente histórico condenado al aislamiento y a la vejez.

Si Europa quiere tener una voz propia en el mundo, tiene que asumir el coste de lidiar con este tipo de escenarios

Veamos quiénes son las personas que asesorarán a Bush en la toma de decisiones. Condoleeza Rice, ascendida a secretaria de Estado, es la autora de la Estrategia de Seguridad Nacional vigente en EE UU, que justifica el recurso a la guerra de ocupación para exportar la democracia a Oriente Medio. Alberto Gonzales, otro fiel de Bush que ocupará el cargo de Fiscal General del Estado, es el autor de informes internos de la Casa Blanca en los que se justifica la tortura para interrogar prisioneros de guerra y se declaran obsoletas las Convenciones de Ginebra. La gran incógnita será si Donald Rumsfeld, el responsable político de las torturas de Abu Ghraib, mantiene su puesto. Powell, el único que se atrevía a advertir al presidente de los riesgos de algunas de sus decisiones, se ha ido. El vicepresidente Cheney será el siniestro personaje que controlará la Casa Blanca.

Este es el gabinete que en los próximos cuatro años deberá decidir si iniciar o no nuevas guerras. En el primer debate electoral, los dos candidatos coincidieron en una cosa: la proliferación de armas de destrucción masiva (nucleares, químicas y biológicas), y la posibilidad de que puedan caer en manos de terroristas constituyen los principales riesgos a la seguridad.

Si nos preocupa que el mundo pueda convertirse en un lugar aun más feo y que la ONU parezca condenada a la irrelevancia, debemos afrontar este tipo de escenarios descabellados. Irán produce una sexta parte del petróleo mundial, tiene un ejército de medio millón de personas, y lleva años jugando al gato y al ratón con la comunidad internacional, amenazando con desarrollar armas nucleares. Miren el mapa: Irán está rodeado por dos países ocupados por Estados Unidos, Irak y Afganistán, y por Turquía, miembro de la OTAN, al noroeste. Está además a tiro de misil de Israel, que cuenta con un arsenal nuclear ofensivo de entre 75 y 200 cabezas nucleares. Oriente Medio es una región en la que la guerra es una posibilidad real: en 1981, pilotos israelíes bombardearon un reactor nuclear iraquí, y perfectamente podrían decidir hacer lo mismo en Irán. Exigir la solución del sangrante conflicto israelí-palestino requiere mantener en perspectiva este caliente escenario regional.

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La UE ha aparecido en escena y ha logrado el acuerdo de Irán para congelar temporalmente sus aspiraciones nucleares comprando su renuncia con un paquete de incentivos económicos y comerciales. Veremos si es suficiente. Por si acaso, Rusia ha declarado inmediatamente que está a punto de desplegar armas nucleares que "superan las de cualquier otra potencia nuclear". Es decir, que se ponen a la cola para que alguien pague por su silencio.

Sólo seis países han firmado el Tratado de no-proliferación nuclear, que legaliza la posesión de armas nucleares: China, Rusia, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Corea del Norte. India, Israel, Pakistán tienen armas nucleares pero no han firmado el tratado, e Irán aparece entre los que están dispuestos a intentarlo. El caso de Corea del Norte es también bastante descabellado. Se le acusa de no cumplir con sus obligaciones bajo el tratado y de intentar aumentar su arsenal nuclear a cambio de poder recibir tecnología para desarrollar las versiones civiles de la energía nuclear. Corea del Norte tiene una población que se muere de hambre y el mayor ejército del mundo, con un millón de soldados. El mapa indica que EE UU mantiene en Corea del Sur 37.000 soldados y 40.000 en Japón. China y Rusia observan inquietos.

¿Cómo puede ser que, con la de problemas que tienen, países como Israel, Irán, Corea del Norte, India o Pakistán, dediquen tanto dinero a las armas nucleares? La respuesta es que en estos países la posibilidad de una agresión militar u ataque nuclear es una posibilidad real, que preocupa no sólo a las élites sino a la población civil. La disuasión nuclear vuelve a estar de moda.

No creo que Estados Unidos ataque Irán, pero mucha gente en Washington, Tel Aviv y Teherán se lo plantea seriamente. Europa puede mirar para otro lado y aislarse en su burbuja de paz y tranquilidad, mirando desde el tendido cómo las fuerzas de la sociedad del miedo y del mercado le ganan la partida al modelo social europeo, sea lo que sea esto. Pero si quiere tener una voz propia en el mundo, y aspira a ofrecer en un futuro un modelo diferente de sociedad y de civilización, tiene que asumir el coste de lidiar con este tipo de escenarios descabellados. Hablar el lenguaje de la guerra no significa aceptar la lógica de la guerra, sino aceptar que es el idioma que habla la mayoría del planeta para, a partir de ahí, dotar de credibilidad al lenguaje de la paz.

Borja Bergareche es abogado.

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