_
_
_
_
FUERA DE CASA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Andar por casa

A uno ya no le pone la noche como antes. No, eso de salir a lo que salga, es de aventureros despistados o de nostálgicos de los tiempos de la movida. Hace mucho que ya no son lo que fueron las noches de El Sol, ni el Bocaccio admite náufragos en su barra, ni existe un oasis llamado Oliver. Si bien es verdad que todavía nos queda el Cock, aunque a nadie se le ocurre que pueda ser un lugar para ir de safari. El Cock sigue siendo el bar que tiene los secretos mejores guardados de las noches plebeyas y palaciegas de los últimos veinte años. Hay más lugares plácidos, de buenas bebidas nocturnas, de razonable fauna, de amable luz; el céntrico Del Diego, el lateral Hispano o el madridista Calle 54. Y otros muchos que están surgiendo con esas estéticas recuperadas de los años cincuenta o de los plásticos y decibelios de los setenta. Pero nada, que ya no salimos como antes. Atrapados en nuestras pantallas de plasma, pillados por las colecciones de dvdes comprados con el periódico en el quiosco de la esquina o dejándonos caer en la tentación del zapping, pasamos demasiadas noches frente a la nada con forma de muchas ofertas. Lo he comprobado esta semana. Mi semana de febril en casa. Semana de frenadoles, efervescencias sin alcohol, zumos, sopas, cremas y otras leches calientes. Vida sana y fútbol en televisión. Vida cerrada, lecturas caseras, sudores y noches de toses. La apasionante vida de un noctámbulo acatarrado. Con tantos viajes alrededor de mi cama me siento un aventurero, creo que no estoy tan lejos del verdadero Philleas Fogg. Sueño, recuerdo, leo un poco, me duermo, me despierto, me irrito, incluso me entretengo ante la televisión.

Atrás han quedado los estrenos. Las tentaciones de estar en tres lugares diferentes, la misma noche, a la misma hora, ejemplo de coordinación de nuestros programadores culturales o como se llamen. ¿Qué hacer para estar en el esperado estreno de temporada en el María Guerrero de Carmen Calvo y Gerardo Vera sin faltar al regreso de la admirada Teresa Berganza en el Teatro Real y sin querer perdernos las provocaciones de Albert Boadella versus Esperanza Aguirre? Yo creo que la fiebre me ha subido por tantas ofertas. Mis impulsos de curioso, de mirón en noches de estreno debían estar más bajas que mis reservas de ciudadano machacado por la vida estresada. Esta semana he sido yo y mis interiores.

Además de perderme esos tres estrenos del siglo de esta semana, no pude escaparme a una de las citas culturales de barra libre más relajadas del mundo editorial, la presentación de los Premios Herralde de novela. En el clásico bar y restaurante Hispano, ese lugar lateral ya citado, tan central para los reposos antes de subir la cuesta de la Residencia de Estudiantes, un lugar tranquilo y razonable donde todavía se puede quedar para escuchar al que habla. Yo, en mi cama, y la tribu Herralde, madrileña y barcelonesa, riendo y gozando, con esa erupción verbal, esa ironía ilustrada y esa gracia mestiza que acompañan al ganador de este año, Juan Villoro. No estuve allí, pero siempre nos salvará el móvil, pero disfruté con las cosas que contaba Villoro en su presentación. Por ejemplo, su encuentro con Álvaro Pombo fue en un cóctel de un partido Madrid-Barça de hace años. Pombo, con más hambre de tortilla que de charla sobre fútbol, se lanzó a la bandeja de canapés con tal fuerza que se llevó con la tortilla incorporado el palillo. Villoro tuvo que golpear con fuerza la espalda de su nuevo amigo para poder expulsar el palillo incrustado en la garganta de Pombo. De aquellos golpes, de una afortunada expulsión nacen buenas amistades. Apagué la televisión y leí. De vez en cuando no está mal volver a los viejos vicios. Y disfruté, estoy disfrutando, con la novela de Villoro, la que presentó otro de los grandes escritores en nuestra lengua, de los mejores resistentes de la noche y sus lugares, Enrique Vila-Matas. La novela se llama El testigo, es una inmersión, un regreso a México, pero sobre todo es un placer de ironía, donde nos vemos reconocidos mirando parecidas estupideces donde el mundo se llama telebasura.

También me perdí la fiesta de una nueva editorial, El Tercer Hombre. Nace con voluntad de cosmopolitismo español, me gusta su espíritu, sus responsables y los primeros elegidos para esta incierta gloria de competir en la selva de los libros. Estoy deseando leer el New York Shitty, de Germán Sánchez Espeso. Y, cómo no, volver a Tarifa de la mano literaria de Eduardo Iglesias. Eso es lo que tiene quedarse en casa. Pego saltos de Tarifa a México DF, de Nueva York a la vuelta de la esquina. Y no se está tan mal. El truco es saber rodearse. Yo he tenido suerte con los libros, como si me hubiera construido un ideal diario de lecturas, unas excelentes recetas para saber estar en casa. Hay otros remedios, pero les aseguro que usar la lectura del último Villoro, por ejemplo, ayuda a soportar las rebajas de lo cotidiano. Y no crean que esté tirando de la levita a nadie. Ni les quiero meter ningún gol, ni comerles el coco; pero sí me gustaría que algunos se queden con la copla de que, de vez en cuando, hay libros que nos salvan del tedio. ¿Me habré pasado en mis lecturas de locuciones y modismos en el diccionario de Manuel Seco? ¿Me estaré echando a perder? Sigo en casa, sin salir y estoy bien. ¿Qué me pasa, doctor?

Juan Villoro.
Juan Villoro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_