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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El nuevo rey wagneriano

Enorme expectación previa. El heredero, el elegido, el preferido de los públicos, el nuevo rey wagneriano comparecía en Madrid con un programa dedicado íntegramente a fragmentos de El anillo del Nibelungo, esa prueba de fuego que en 2006 afrontará en el festival de Bayreuth. Había curiosidad por saber su enfoque, por sentir un anticipo de lo que será su gran desafío en la verde colina. En Valencia, ayer, y en Barcelona, mañana, los programas de Christian Thielemann y la Deutsche Oper de Berlín están también dedicados a Wagner, pero son menos comprometidos con la realidad inmediata de la esperada cita.

Después del concierto madrileño uno se puede hacer una idea de las aspiraciones del director alemán, aunque los resultados artísticos estén todavía lejos de lo deseable. Los puntos de partida son la densidad sonora, el contraste dinámico acusado, una ampulosidad con mucho de brillantez, un lirismo apasionado. Se perciben, desde luego, pero sin la continuidad exigible.

Ibermúsica

Orquesta Deutsche Oper Berlin. Director: Christian Thielemann. Wagner: La valquiria, acto I, y El ocaso de los dioses, escena final. Con Stephen Gould, Susan Anthony, Jyrki Korhonen y Gabriel Schnaut. Auditorio Nacional, Madrid, 18 de noviembre.

La conjunción entre las diferentes secciones no es siempre rigurosa, la afinación a veces se resiente. En La valquiria la carga emotiva es evidente, entre otras razones porque los cantantes -especialmente el magnífico tenor americano Stephen Gould- la imponen. Hay solistas instrumentales espléndidos, como el de violonchelo, y otros que no lo son tanto. Thielemann dirige con consistencia y algún arrebato místico con "ojos de besugo" a lo Harnoncourt. Es seguro, arrogante por momentos, con recursos sobrados y con un estilo que conecta con la parroquia wagneriana.

Está más desmelenado y espectacular en la segunda parte con El ocaso de los dioses, pero conmueve menos. Sus portentosas facultades se dejan ver a pinceladas, pero no es el Thielemann sutil de Tannhäuser en Bayreuth, de El Príncipe de Homburg, de Henze, en Berlín, con esta misma orquesta, o, ya más lejos en el tiempo, de su juvenil Jenufa, de Janácek, en el Covent Garden londinense.

Tal vez el apagón de luz en Madrid influyó en el clima de concentración. El concierto empezó con retraso y seguramente sin prueba acústica. Thielemann es mucho más de lo que demostró en Madrid, aunque dejase muchos destellos de gran clase, no faltaba más. El público reaccionó con un entusiasmo delirante. Mejor así, desde luego, que una respuesta indiferente o fría.

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