Rachid Taha y Sharon Shannon 'incendian' el Womad de Canarias en su décima edición
30.000 aficionados participaron la noche del sábado en el festival de los ritmos étnicos
El suyo era un triunfo anunciado. El agitador franco-argelino Rachid Taha ya convirtió el parque de Santa Catalina en una olla a presión hace tres temporadas, así que la noche del sábado se le esperaba con alboroto y pulso desbocado. El autor de Voilà, voilà se erigió en uno de los puntales de la décima edición de este Womad grancanario, junto al acordeón siempre inteligente de la irlandesa Sharon Shannon, la radiante sensualidad mediterránea del también franco-argelino Akim el Sikameya y la sorpresa de la jovencísima banda local Link, entregada al trip-hop.
Taha (Orán, 1958) aterrizó en Las Palmas con gesto enfurruñado y talante combativo. El espíritu de denuncia que ha alentado toda su producción -contra el sometimiento de la mujer, las dictaduras rampantes o las democracias más o menos ficticias- adquiere tintes casi incendiarios en su último trabajo, Tékitoi? (¿Quién demonios eres tú?, en francés jergal), de inminente edición española. El mesías de los oprimidos irrumpe en escena como un vagabundo enrabietado, un Tom Waits de las huestes étnicas que se atavía de sombrero, gafas oscuras y barba desaliñada y consume un cigarrillo detrás de otro. Su descarga sonora resulta inapelable: desde el primer minuto, el público isleño, la colonia árabe y el ocasional turista rubicundo agitan cuerpos y cabezas con unas sacudidas rítmicas monocordes, mientras Rachid vomita consignas con voz agria y rasposa.
Así fueron desfilando éxitos temperamentales como Barra barra, Ya rayah o la reciente versión de Rock the kasbah, un clásico de The Clash más bien despectivo para con el mundo árabe al que Taha ha querido dar la vuelta. Bien es cierto que el abuso en escena de secuencias pregrabadas propiciaba a ratos la paradoja de ver a media docena de músicos ocupados sólo en pedir palmas al público, pero a casi nadie pareció importarle este detalle.
Sabrosa lección
Pocos minutos antes, la riada de 30.000 aficionados y curiosos había tenido ocasión de redescubrir a la pequeña y simpática irlandesa Sharon Shannon, que impartió una sabrosa lección de ritmos tradicionales con la sola ayuda de su hermana Mary (banjo, mandolina) y el joven y espléndido guitarrista Jim Murray. Shannon es una institución entre los amantes del celtismo, pero su exquisito sentido de la musicalidad también le permite adentrarse por el bluegrass americano o compaginar un vals francés con aquel Music for a found harmonium que el añorado Simon Jeffes escribió para su Penguin Cafe Orchestra y que se ha convertido ya en un estándar para los músicos de espíritu hedonista y acelerado.
El Womad canario es un hervidero colosal en el que las actuaciones se suceden con la precisión de sus progenitores británicos -es lo que tienen las franquicias- y la sorpresa es siempre una posibilidad rejuvenecedora. Entre concierto y concierto, el humor gestual del espigado londinense Grant Goldie y las diabluras sobre el trapecio de Tumble Circus en el escenario Cabaret constituyen interludios muy refrescantes. Y la irrupción de la debutante banda local Link, encabezada por dos compositores jóvenes y despabilados -Víctor Ordóñez y Kenneth Suárez-, parece augurio de un futuro prometedor. Link intercala las enseñanzas del sonido Bristol con el gusto por el viejo teclado Wurlitzer y el jazz-fusión de los setenta. Y aunque eso de cantar en (regular) inglés siempre es discutible, se les intuye mucho talento.
Por supuesto, en un fin de semana con una veintena larga de actuaciones siempre queda hueco para los fiascos. El más sonrojante, la pachanga siciliana de Roy Paci: si lo más distinguido que el movimiento antiglobalización puede ofrecer es este chunda-chunda barato, nos va a terminar gustando hasta la cocacola. Aburrido resultó el pestiche lounge de Señor Coconut, y demasiado parco el desarrollo instrumental -guitarra y teclado- del notable trovador de Belfast Andy White. Pero como el espíritu positivo debe prevalecer, quedémonos con el buen sabor de boca del optimista y simpatiquísimo Akim el Sikameya, que ofreció las melodías más tarareables de todo el festival.
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