EE UU avala a Bush con una gran victoria
El presidente promete a Kerry que ayudará a cerrar la brecha abierta entre los norteamericanos
George W. Bush aseguró ayer que se entra "en una era de esperanza" y, al anunciar la victoria que le garantiza otros cuatro años en la Casa Blanca, pidió el apoyo de los que no le votaron para "hacer a esta nación mejor y más fuerte". "Trabajaré para ganármelo y haré todo lo posible para merecer vuestra confianza", dijo el presidente. Bush consiguió el martes más votos absolutos que ningún presidente en la historia de EE UU y recuperó la mayoría relativa que ningún presidente conseguía desde 1988. Más de 58,8 millones de estadounidenses (51% de los sufragios) le dieron un apoyo inequívoco, frente a 55,3 millones de votos a favor de John Kerry (48%). Su mano tendida pretende empezar la urgente tarea de cicatrizar el desgarro de los enfrentamientos.
Kerry transmite a Bush su preocupación y cree llegado el momento de "unir al país"
Bush consiguió más votos absolutos que ningún presidente en la historia de EE UU
Bush dijo que "un nuevo mandato es una nueva oportunidad para llegar a todo el país: tenemos un país, una Constitución y un futuro que nos une". Y "cuando nos unimos y trabajamos juntos, no hay límites para la grandeza de América". Además de hablar así a los millones que le apoyan y a los millones que no le pueden soportar, Bush esbozó las grandes líneas de su programa y reiteró, para información de los ciudadanos de todo el mundo: "Ayudaremos a que salga adelante las democracia de Irak y Afganistán", para que "vuelvan a casa con el honor que han ganado nuestros hombres y mujeres de uniforme". Y "con nuestros buenos aliados a nuestro lado, combatiremos la guerra contra el terrorismo con todos los recursos de nuestro poder, para que nuestros hijos puedan vivir en paz y en libertad".
Para seguir en la Casa Blanca, Bush, de 58 años, hizo una campaña de presidente de guerra y prometió defender la seguridad de sus compatriotas. A pesar de los desaguisados en Irak, la mayoría del electorado puso su confianza en él y eligió sus convicciones expresadas en mensajes sencillos frente al cambio que proponía John Kerry, que cumple 61 años en diciembre.
A las 11 de la mañana de ayer hora de Washington (seis horas más en la España peninsular), John Kerry habló por teléfono con George W. Bush: "Felicidades, señor presidente", le dijo. En una conversación amablemente calificada de "cortés" por una portavoz de la Casa Blanca y que duró menos de cinco minutos, Kerry transmitió a Bush su impresión de que ha llegado el momento de "unir al país", porque está "demasiado dividido. Según fuentes demócratas, el presidente mostró su acuerdo -"realmente tenemos que hacer algo sobre ello"- y le dijo a Kerry que había sido un adversario electoral "digno, duro y honorable". Tanto el relativamente rápido desenlace de las elecciones como el elegante y digno discurso de aceptación de la derrota de Kerry aliviaron enormemente a un país crispado y dividido desde hace meses que temía que se repitiera una crisis como la de las elecciones de hace cuatro años.
La asistencia a las urnas fue masiva, como no se conocía desde 1968 -alrededor de 115 millones de votos válidos- pero las circunstancias especiales de esta elección -la primera desde los atentados del 11-S- hicieron que esa participación no beneficiara, como es habitual, a los demócratas. La incontestable victoria de Bush -en el Colegio Electoral consiguió 286 votos, frente a los 252 del demócrata; en 2000, Bush obtuvo el 47,9,4% y 271 votos, y Al Gore, el 48,4% y 266 votos electorales- se completó con el refuerzo del control republicano de las dos Cámaras del Congreso. En la nueva Cámara de Representantes, los conservadores tienen cinco escaños más que antes (232, frente a 201 demócratas y un independiente, a falta de uno por adjudicar) y en el Senado, cuatro más (55 contra 44 y un independiente). No existía una mayoría republicana semejante en el Capitolio desde 1952, desde la victoria del presidente Dwight D. Einsenhower. Nunca en la historia -por poner sólo un ejemplo- los dos senadores del sureño Estado de Georgia, viejo bastión demócrata, habían pertenecido al Partido Republicano.
En la nueva mayoría conservadora de EE UU reflejada en un mapa electoral que refuerza a los republicanos al frente de la Casa Blanca y del Congreso, los once referendos en los que se planteaba la prohibición de los matrimonios entre homosexuales fueron aprobados abrumadoramente, ayudando con toda probabilidad a que demócratas conservadores abandonaran al candidato Kerry en beneficio del presidente.
Las elecciones de 2004 no confirmaron las previsiones catastrofistas de los que temían otra Florida, aunque los norteamericanos se fueron a la cama sin la certeza de la victoria de Bush. El recuento en Ohio -que cumplió los pronósticos de campo de batalla decisivo y que vuelve a hacer honor a la tradición de que ningún republicano que no gane allí puede llegar a la presidencia- atrasó el reconocimiento de la derrota por parte demócrata. Pero, cubierto el importante trámite de demostrar a los desconsolados militantes que se evaluaban todas las posibilidades -el margen en Ohio era superior a 130.000 votos, y las papeletas que podrían revisarse eran 135.149, con lo que no había posibilidad matemática de cambio- la espera duró pocas horas.
Los demócratas, que estaban convencidos de que iban a ganar las elecciones y de que el mensaje del cambio había calado en la población, pasaron de la euforia inicial justificada por los sondeos a pie de urna a la incertidumbre de la noche y la decepción de la mañana. Al borde de las lágrimas en varias ocasiones, emocionado como nunca lo había estado -por desgracia para él- en la campaña electoral, Kerry agradeció el apoyo a sus seguidores en Boston al reconocer la victoria de Bush minutos antes de que el presidente interviniera desde la Casa Blanca. La derrota en la Casa Blanca -que abre la obligada lucha por el poder dentro del partido- se vio agravada por el retroceso en las Cámaras. Aunque los demócratas conservan la capacidad de bloqueo de ciertas iniciativas, el símbolo de la catástrofe fue la derrota de Tom Daschle, líder de la minoría en el Senado, el primer jefe de filas de un partido que pierde su escaño en medio siglo. Solamente en las elecciones a gobernador en 11 Estados los demócratas se repartieron casi al 50% las victorias con los republicanos.
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