Cabezas trocadas
Muy adecuada la fecha del estreno madrileño: la víspera del Día de los Difuntos, pues esta inquietante representación de teatro-danza parece gritar desde su silencio: "¡Todos estamos muertos!". Una intérprete sobre la escena que se desdobla y se asocia, se adosa, a esos más que perturbadores muñecos (a veces hay hasta cuatro en movimiento, manipulados todos por ella misma) que van tejiendo una historia muy de la Europa del norte donde no falta nada: muerte, dobles burlescos, conjuros, estantiguas y que en esencia puede recordar Las cabezas trocadas, el gracioso librito de Mann.
La obra se estrenó en 1994 y ha dado la vuelta al mundo. Ahora llega al Pradillo (nunca es tarde para lo bueno) mostrando la vigencia de este difícil teatro del gesto, esta vez no exactamente monologal. Los argumentos cortos, o escenas, se encadenan por esa persecución obsesiva y temeraria que se produce entre el íncubo y su matriz, entre la mujer y su imaginario (se truecan: hasta no saber quién es mecanismo y quién persona).
Compagnie Mossoux-Bonté
Twin houses (Adosados): Dirección: Nicole Mossoux y Patrick Bonté. Música: Christian Genet. Escenografía: Johan Daenen. Vestuario: Colette Huchard. Maniquíes: Jean-Pierre Finotto. Teatro Pradillo. Madrid, 1 de noviembre.
La plástica se encadena al tardoexpresionismo con sus tremores de terror clásico y una paleta que recuerda a Ensor, Topor, Delvaux y, sobre todo, desde el pasado más distante, a Füssli, con aquello de que nos habitan bastantes más seres y circunstancias de las que percibimos a primera vista; en otras palabras: el surrealismo es también el arte de la cotidianidad.
Conspirar con el espejo
La fusión visual en Adosados es perfecta, el juego cromático sobre los pardos y el oscuro acentúa un aire neogotizante a la manera de los cuentos clásicos y los dibujos son claros: las chismosas, la amante despechada, la bruja (que recuerda a la Magda de la leyenda escocesa y también flamenca), el asesino imaginario, el amante que fagocita a la amada, y así hasta llevar al espectador a un territorio donde resulta ordinario hablar con el espejo, meterse en él, conspirar.
La artesanía de la obra, los maniquíes articulados son gran parte del éxito: no son realistas, sino que respiran, son la culminación de las aspiraciones del Doctor Coppelius: dar vida a su invención. Las partes de baile se acompañan de una danza de ritmo breve que recuerda las danzas antiguas (en la música, que a veces no ayuda y llega a parecer de filme gore, encuentra el tiempo para ir y volver sobre la escena, perseguida o persiguiendo). Al final, la gran metáfora del vacío y del poder de lo imaginado está dada por ese abandono de los trajes de los muñecos, inanimados restos, como despojos de otra vida que es sueño, pero que de verdad ha sido.
Babelia
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