Sin ambición en San Siro
El Valencia, muy conservador, ya no depende de sí mismo y empata ante un Inter ya clasificado
Pequeño llegó el Valencia a San Siro y pequeño se marchó. Sin más ambición que arrancar un triste empate por el que ya no depende de sí mismo. Depende de que el Werder Bremen no derrote al Inter y de ganarle después al conjunto alemán en Mestalla. Son las cuentas de un equipo sin autoestima ni valor para haber intentado vencer a un Inter muy venido a menos. Porque el partido pilló a los dos conjuntos a contrapié, pero sobre todo al Valencia, que ha perdido toda la energía que lo caracterizó. Todos los mensajes de Ranieri a sus jugadores apuntaron al empate, de ahí que éstos no buscaran más allá. Jugaron casi siempre por detrás del balón y despreciaron la pelota de manera alarmante: el Inter dispuso en la primera parte de una posesión del 67%. Pero si la intención era jugar al contragolpe, también fracasó Ranieri, pues ni Di Vaio primero ni después Corradi superaron nunca la velocidad de Córdoba. ¿Entonces? La buena noticia si acaso llegó de la buena actuación del portugués Caneira, que secó en parte el enorme potencial de Martins y Adriano. Precisamente, el partido acabó con un puñetazo de Adriano a Caneira en un lamentable final acorde con el lamentable espectáculo.
INTER 0 - VALENCIA 0
Inter: Fontana; Zé María, Córdoba, Materazzi, Javier Zanetti; Verón (Cristiano Zanetti, m. 78), Davids, Cambiasso, Stankovic (Pasquale, m. 88); Adriano y Martins (Recoba, m. 77).
Valencia: Cañizares; Curro Torres, Marchena, Caneira, Carboni; Rufete, Albelda, Baraja (Sissoko, m. 73), Angulo; Mista (Moretti, m. 84) y Di Vaio (Corradi, m. 70).
Árbitro: Valentin Ivanov (ruso). Amonestó a Baraja y Caneira. Expulsó a Adriano (m. 90) con tarjeta roja directa por golpear con los dos puños en la cara a Caneira, después de que éste le diera una bofetada.
Unos 35.000 espectadores en el estadio Giuseppe Meazza.
El partido terminó en escándalo al repeler Adriano a puñetazos un manotazo de Caneira
De poco le sirvió al Valencia llevarse a la media hora una agradable sorpresa: descubrir que el Inter también está en horas bajas. Nada que ver con el conjunto que arrasó en Mestalla hace tan sólo dos semanas. Es un club de moral tan frágil que, tres empates ligueros después, ha empezado a desconfiar de sí mismo. Ha acentuado su dependencia de Adriano. Lo que es un mal negocio, pues el brasileño, que no para de acumular partidos desde enero, ofrece síntomas de agotamiento. Y ni siquiera ayer, que dispuso de su acompañante preferido, el pequeño y explosivo Martins, escapó a esa sensación de estar extenuado.
De manera que si lo que pretendía Ranieri era llegar virgen al descanso, lo logró sin mucho sufrimiento. Le bastó con un buen marcaje de Caneira a Martins y con un par de sobresalientes paradas de Cañizares: muy meritorio el despeje del portero ante el disparo a bocajarro de Martins en un uno contra uno. El Valencia, incluso, tuvo la sensación de que, a poco que se lo propusiera, podía llegar con cierta facilidad al área de Fontana, confirmándose la debilidad defensiva del cuadro de Mancini.
El holandés Davids no se parece al centrocampista vigoroso que lanzó al Barça al subcampeonato español la temporada pasada. Ahora juega poco en el Inter y, cuando lo hace, recibe la desaprobación de San Siro. Sobre todo si practica cesiones atrás como la de ayer, un globo pifiado que dejó solo a Di Vaio ante Fontana. Puesto que el Valencia era incapaz de generarse ocasiones de gol, fue Davids quien le echó una mano. Sin éxito. El delantero italiano es el fiel reflejo de la falta de confianza y de acierto que inunda a su equipo: disparó mordido. Si Ranieri quería aprovechar su velocidad para el contragolpe se equivocó de día: el central Córdoba es el jugador más rápido del campeonato italiano. Se desesperó con razón Di Vaio ante la soledad en la que vivía en el ataque mientras Mista actuaba de centrocampista. Con pésimos resultados, por cierto. No tiene ni el cuerpo ni la mente para ello. Casos de contumacia de los entrenadores sobre la ubicación de algunos jugadores ha habido muchos, pero pocos como el de Angulo, absolutamente devaluado en la demarcación de interior izquierdo.
El patadón sin sentido a la pelota de Marchena, sin estar presionado por nadie, en el arranque de la segunda parte, retrató el estado anímico de un equipo que se ha perdido el respeto. El Valencia necesitaba ganar para seguir vivo en la Champions, pero casi nadie tuvo la ambición de Carboni, que se recorrió el campo de punta a cabo para centrar raso ahí donde les duele a los porteros. Lo salvó Fontana.
El Inter acentuó su tendencia anárquica e individualista en el segundo tiempo: cada cual quería rematar por su cuenta el partido y especialmente Martins, que se negaba en redondo a pasar la pelota para respiro de la defensa valencianista, que tenía tiempo de replegarse. Por fin Mista sacó un gran pase con el exterior de su pie izquierdo que Di Vaio se encargó de desaprovechar. Más tarde, Ranieri probaría con Corradi, que tampoco mejoró nada. El juego valencianista resultó infame, sobre todo cuando el Inter probó a cederle el campo. Pero el Valencia mantuvo toda la tropa pegada a Cañizares, sin capacidad para salir. Y menos que nadie Baraja que, en un estado físico lamentable, no se incorpora de ninguna manera al ataque. Y pierde un balón tras otro, aunque Ranieri sólo lo advirtiera a falta de un cuarto de hora para el final, cuando lo sustituyó por Sissoko. Con idéntico resultado. El equipo siguió hundido atrás, convencido de que su triste empate, dadas las circunstancias, era una victoria.
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