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Tribuna:SEMANA DE LA CIENCIA | Apuntes
Tribuna
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Del huevo y la gallina

La pregunta qué fue primero el huevo o la gallina parte del aparente dilema de qué fue primero, pensando que no tiene sentido una solución y que normalmente se utiliza para hablar de dilemas que carecen de soluciones lógicas posibles. Y si la tiene: ya hace tiempo que sabemos que primero es el huevo, y entender esto es fundamental en la visión de la vida desde una perspectiva evolutiva.

De la gallina al huevo no hay un proceso ni único ni previsible. Una gallina para hacer un huevo introducirá un conjunto de innovaciones que permanecerán escritas en el genoma. O, dicho de otra manera, es en el momento de hacer las células sexuales cuando se introducirá la variación y la mutación. Así, un ser vivo determinado hace unos gametos preparados para hacer la siguiente generación, que presentan innovaciones perdurables: hace, a pequeña escala, un "nuevo" ser vivo.

Del huevo a la gallina, en cambio, aun cuando el proceso no es sencillo, no hay lugar para introducir demasiada información que pueda permanecer en la especie. La información genética del huevo estará, prácticamente inalterada, en cada una de las células de la gallina, de tal manera que podemos entender a la gallina como el resultado del proceso que estaba escrito en el huevo.

Es, por este motivo, que el proceso de cambio es fundamental entre la gallina y el huevo, y no entre el huevo y la gallina, de tal manera que podemos considerar que cuando existió la primera gallina, la información ya estaba en el huevo del que ella derivó, que de hecho provenía de un antepasado que era algo diferente y, quizá, no encajaría del todo en lo que decimos una gallina: sería una pre-gallina que habría puesto un huevo con la información, ya nueva y completa, de la gallina.

Esto nos ayuda a entender el aforismo que dice que la gallina es la manera que tiene un huevo para hacer otro huevo. El huevo es una representación de la información genética que se perpetuará, pero que para hacerlo tendrá que pasar por un estadio que es el de individuo, el cual tendrá el encargo de hacer complejas funciones biológicas para producir nuevos huevos, es decir, reproducirse. Podríamos, ya de manera más dramática, decir que los individuos, nosotros, no somos más que la manera que tiene el DNA para hacer más DNA.

Ahora bien, estos individuos que han de producir más DNA tienen que hacerlo correctamente. Que tengan unas buenas características (morfológicas, fisiológicas, de comportamiento) que los haga bien exitosos en la propagación de sus genes. Genes que, cambiando en el transcurso de las generaciones, irán pasando por el filtro de la selección natural para que haya una optimización de la capacidad reproductora. Nos hacen falta mecanismos y comportamientos que nos permitan reproducirnos, pero también son necesarios mecanismos cognitivos para asegurar que aquello/a con quien compartimos nuestros genes los lleve con una calidad aceptable. ¿No habéis pensado nunca como es que reconocemos claramente cuando una persona no se encuentra bien? Tenemos mecanismos para entender el estado de los otros (¿o podríamos decir su calidad?) con una precisión maravillosa.

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Sobre los genes que informan el conjunto de caracteres que podemos reconocer en los individuos (fisiológicos, morfológicos, de comportamiento...) ¿cuáles se seleccionarán y como lo harán? Entender el proceso es a veces sencillo y otras complejo. De entrada, los genes para la enfermedad no son otra cosa que variantes genéticas sobre las que actúa la selección purificadora, que limpia las poblaciones de estas variantes indeseables que provocan una pérdida de eficacia biológica de las que llevan y presentan el carácter; es poco probable que estos genes pasen a la siguiente generación y si lo hacen, lo harán en baja proporción, ya que pueden producir la muerte y limitarán la reproducción. Esta selección la podemos medir y hoy somos capaces de dar un valor relativo de la selección purificadora a nuestros genes. Valor que es un indicador directo de la importancia de aquel gen para la función final que el producto génico tiene para el correcto funcionamiento del individuo. Hay que remarcarlo: la selección se ve, y de manera diferencial, en cada fragmento de nuestro genoma y no es sólo una historia de zorros comiéndose conejos.

Pero también se seleccionaran otros genes de una manera bien diferenciada: favoreciendo las innovaciones que resulten beneficiosas; es la selección positiva. Si bien la idea de unos genes que daban ventajas ha existido desde Darwin, hace muy poco tiempo que los podemos reconocer claramente, los podemos identificar como genes concretos con funciones concretas, y en el genoma podemos leer la huella que ha dejado, en las generaciones anteriores, la selección positiva. Una selección que ha favorecido una (o unas) variantes y por tanto ha hecho desaparecer las otras y que habrá provocado una pérdida de diversidad genética en las regiones del genoma donde haya actuado.

La selección positiva, pensemos, es algo más que una curiosidad en la historia de la vida. Es la base para entender las características concretas y únicas que tienen cada una de las especies. Una de las preguntas más interesantes planteadas en la biología actual es: ¿qué hace humano a un humano? La respuesta no es simple, pero tenemos una manera de aproximarnos: podemos pensar que podemos leer la unicidad biológica humana en nuestro genoma, entendiendo las diferencias que hay con un genoma cercano que no sea humano (el chimpancé en este caso) y ver en cuales de estas diferencias ha habido selección positiva. Será en estos genes donde encontraremos las bases biológicas para la especificidad humana: los genes que han cambiado y han permitido la postura erecta, el crecimiento del cerebro y la inteligencia, el lenguaje y tantos otros rasgos que consideramos específicos humanos. Finalmente lo que significa ser humano podrá ser leído en el genoma en términos de diferencia y de historia. Es el camino que seguimos ahora para empezar no a leer, sino a entender nuestro genoma.

Jaume Bertranpetit es profesor de la Universitat Pompeu Fabra, invitado por la Càtedra de Divulgació de la Ciència de la Universitat de València.

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