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El Dios Universal y los Derechos Humanos

El proceso de universalización es algo que ha caracterizado a la cultura occidental moderna. Sólo en Occidente, podríamos decir con Max Weber, han aparecido fenómenos culturales que se insertan en una dirección evolutiva de alcance y validez universales. En la cultura occidental, si algo no es universal parece como no válido. Uno de esos fenómenos culturales fue el que dio lugar a la fundamentación laica y antropológica de los Derechos Humanos. Éstos se constituyeron en el código de justicia del mundo occidental moderno, pero con pretensiones de validez universal para todos. El ser humano y su razón se convirtieron en el centro del universo. La única fundamentación de los Derechos Humanos se encuentra en la racionalidad de los seres humanos: la razón es nuestra última instancia. Ahora bien, esta fundamentación racionalista de los Derechos Humanos acaba siendo una fundamentación metafísica, que presupone la existencia de individuos libres y propietarios de su propio ser, con derechos naturales anteriores a toda acción social y política. Se trata, en definitiva, del triunfo universal del ultraindividualismo ético burgués, respaldado por la moral cristiana más conservadora. El "dios universal" ahora tenía un nuevo nombre: "mercantilismo". Pero, como ocurre con todo fenómeno cultural, cuando se le saca de su contexto se niega su dimensión ideológica, su vinculación e implicación con intereses concretos y, finalmente, se universaliza. Como consecuencia de ello, se le niega la capacidad de transformar el mundo desde una posición que no sea la hegemónica. Por eso la filosofía de los Derechos Humanos ha pretendido siempre ejercer una hegemonía sobre todo el mundo e implantarse en todo tiempo y lugar.

El terreno para la pretensión occidental de la universalización estaba preparado ya por la religión y los imperios cristianos. Porque la idea que tiene cada religión o cada cultura de ser la mejor es diferente de la pretensión de ser además universal. El cristianismo ha tenido siempre también pretensión de validez universal, al igual que el sistema económico capitalista y la estructura política racional del Estado moderno como Estado democrático. El Dios cristiano de Occidente se convierte en el Dios Universal. Pero, en realidad, esta pretensión de universalidad, que comparten la religión cristiana, la filosofia universal de los Derechos Humanos, el conocimiento racional y el sistema económico de producción capitalista, no es más que un mito occidental, un a priori o una ficción legitimadora que encierra una pretensión de dominación y de hegemonía mundial. Ahora bien, resulta difícil desmitificar el mito en el que vivimos; siempre es más fácil desmitificar el mito de los demás. Por eso esta necesidad de universalización se sigue sintiendo especialmente hoy en los tiempos de la globalización neoliberal en que vivimos y en los tiempos de disponibilidad total de información y de comunicación en todo el planeta. Cuanto más conocemos del "otro" o de "otras" culturas y religiones, más necesidad sentimos de afianzar una "teoría universal" como mecanismo de identificación y de autoafirmación.

Por ello, nunca como ahora se ha insistido tanto en la necesidad de la universalidad de la teoría de los Derechos Humanos, aun partiendo del esfuerzo por comprender al "otro" o a las culturas y religiones "diferentes". La pretensión de universalidad sigue siendo la tendencia más poderosa del mundo actual. Mi duda está en si ésta ha de ser la mejor solución posible. Porque la naturaleza o razón humana universal no ha podido ser demostrada; antes al contrario, la racionalidad se manifiesta de muchas maneras. El problema no está tanto en el antropocentrismo, sino en cómo se mide éste, extrapolándolo de sus diferentes contextos espacio-temporales de referencia. Lo cierto es que la cultura occidental hasta ahora no ha tenido otro camino que reducir todo a la unidad, a un patrón único dotado ideológicamente de validez universal y absoluta. Pero también es cierto que hasta ahora no ha funcionado mundialmente, sino que ha provocado mucho sufrimiento humano, exclusión social, hambre, violencia, explotación de los seres humanos y de la naturaleza, colonización intelectual, degradación del medio ambiente, destrucción de la biodiversidad, etcétera.

En este contexto se nos plantea la duda de cómo compaginar la pretensión de universalidad de los Derechos Humanos con la polifonía de las diferentes culturas y éticas religiosas del mundo, sin caer de nuevo en un colonialismo intelectual. ¿Cómo hacer compatible la teoría universal de los Derechos Humanos con el pluralismo cultural sin caer en la trampa ideológica de la tolerancia? Porque no se trata sólo de tolerar o "soportar" una pluralidad de diversos sistemas religiosos o culturales bajo la síntesis del único sistema universal de los Derechos Humanos. Especialmente cuando este sistema se vincula con las reglas universales del mercado capitalista, donde los únicos derechos humanos defendibles son los "derechos del mercado" (seguridad, libertad contractual y propiedad privada) y no los derechos de los seres humanos concretos (vivienda, cultura, educación, sanidad, trabajo y condiciones del mismo, seguridad social, medio ambiente, desarrollo humano...). Si admitimos la trampa ideológica de la tolerancia, no estamos tomando en serio las pretensiones de otras religiones u otras culturas. Porque otras éticas religiosas como el catolicismo progresista y sus manifestaciones liberadoras de los pobres y excluidos (las teologías de la liberación), las religiones indígenas en América Latina, las religiones africanas, el hinduismo, el budismo o el islam, entre otras, son las que más distorsionan el funcionamiento absoluto y universal del mercado capitalista y los derechos a él vinculados, y las que más amenazan su estabilidad y desarrollo imperialista mundial. Ésta es la razón por la que estas otras éticas religiosas son con frecuencia criminalizadas y pasan a ser consideradas enemigos a eliminar, en cuanto que se conciben como enemigos del progreso universal de la civilización cristiana y mercantil occidental.

La teoría universal de los Derechos Humanos debería ser capaz de abrir vías críticas de diálogo y entendimiento, sin formular conclusiones definitivas. Para ello sería necesario reconocer que los Derechos Humanos no son previos a la acción social y política, ni son ideales dados de antemano al margen de los conflictos sociales y de los antagonismos reales, porque esta postura filosófica nos llevaría a una actitud política y económica muy conservadora. Plantear una teoría pura y universal de cualquier cosa es una contradictio in terminis. Es presuponer la existencia de una realidad metafísica que no podemos modificar. Es aceptar la falta de alternativas posibles. Los Derechos Humanos, por el contrario, han de entenderse como fruto de diferentes luchas sociales y de plurales procesos históricos, como resultado de una acción política y social, de un tiempo concreto y de una constante confrontación política de pluralidades y antagonismos.

Por su parte, la pluralidad de cosmovisiones religiosas o culturales ha de estar también abierta al diálogo y a la comunicación autocrítica, de lo contrario caeremos de nuevo en los antagonismos clásicos (reflejados hoy en la doctrina fundamentalista del choque de civilizaciones formulada por Samuel Huntington) o, en el mejor de los casos, en la trampa ideológica de la tolerancia, es decir, en tolerar el mal menor o en tolerar y/o soportar al que se supone que está equivocado. Si la teoría de los Derechos Humanos se sigue planteando, al igual que el cristianismo, como la "teoría universal" o como la "religión absoluta", esto impediría cualquier compatibilidad con otras posiciones éticas, religiosas o culturales. Es imposible alcanzar una única meta predefinida de antemano. Cualquier meta ha de ser siempre fruto de una tarea constante de diálogo y comprensión mutua que permita la construcción de un nuevo consenso universal para poder convivir en paz.

María José Fariñas Dulce es profesora titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.

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