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Reportaje:PASEOS

La luz triste

Elena Medel recorre las calles de una ciudad que le inspira sentimientos encontrados: "Lo mejor de Córdoba es volver"

Córdoba es la ciudad ideal para nacer. Despotricas contra su cainismo, tiñes de gris su apatía, miras a un lado, a otro. Escuchas destinos en futuro imperfecto, piensas en maletas. Te zarandea dormir lejos varias noches: lo mejor de Córdoba es volver. O llegar sin antecedentes vitales. Descubrirla, en todo caso; mudarte la retina, y adelante.

Me obsesionan algunas imágenes: las luces en paralelo al río, como si un dedo las difuminase, bajando de noche por la cuesta del Espino. Madrugada en la plaza de la Compañía, silencio, silencio. La puerta de Almodóvar muy temprano, lunes, ¿desayunar o tomar el 2? La cuesta del Bailío; les invitaría a acceder desde la plaza de las Doblas, pero la excusa de homenajear a Juan de Mesa convirtió un lugar idílico en esperpento. Vayan, aun así. Córdoba: contradicción.

Si son viajeros avezados sabrán, por las guías, que elegante es una etiqueta recurrente para colgar en la espalda cordobesa. Si no, cuando el reloj marque las siete de la tarde comprenderán que el sentimiento ideal es el odio al bullicio, por muchos atascos que lo contradigan. Hasta en mayo, cuando el color impide hibernar, se agradece escuchar como única banda sonora el agua derramada en la fuente, o una conversación ajena y nuestro acento. Recorrer la Judería callada, cuando anochece y los tenderetes duermen, supone una experiencia tan inolvidable como -por desgracia- poco recomendable; su seguridad, lector querido, es prioritaria para mí.

Vienen a Córdoba. No supongo, afirmo. En la agencia de viajes advertirán que mayo y olé; pero servidora, cuya alergia la transforma en El Moco y además sabe que el verano se inaugura en nuestros mapas, defiende octubre y noviembre, sin lluvias -eso sí- y con un frío tolerable: Córdoba envuelta en luz triste. Por la mañana no rechacen la sabiduría cartográfica. Disfruten como japoneses de la Mezquita, el Alcázar, la Calahorra. Por favor, no se pierdan la Sinagoga: es uno de los lugares más hermosos de la ciudad, ignorado incluso por sus habitantes. Tampoco pasen de largo ante el Museo Arqueológico: hasta el edificio, un palacio renacentista, es digno de contemplar; dentro, mil tesoros. Y el Museo de Julio Romero de Torres, en la Plaza del Potro, para despejarse de tópicos y comprender su valor real.

Almuercen en alguna taberna: el casco histórico está repleto de ellas, y en todas podrán dar buena cuenta del legendario flamenquín. Honren después a la siesta, y dispónganse para iniciar la ruta alternativa. Situando como referencia la Mezquita y la plaza de las Tendillas, pueden acercarse hasta el patio de la Facultad de Filosofía y Letras, subir al centro por Blanco Belmonte y plantarse en la sala Vimcorsa -sus exposiciones siempre merecen la pena- o callejuelear desembocando en Ambrosio de Morales. De ahí a las columnas romanas a un lado del Ayuntamiento; en Córdoba las piedras no cobijan escorpiones, sino pedazos de memoria. No teman marearse: en Córdoba las distancias son mínimas, y es posible caminar de un lado a otro en un parpadear de manecillas.

¿Souvenirs? Únanse al mundo kitsch; los puestos cercanos a la Mezquita disponen de postales con vestidos de gitana en relieve. Su-bli-me. ¿Les va lo cultural? Para libros, visiten Anaquel, Aula y Luque, todas en torno a las Tendillas. Compren un libro de la editorial cordobesa Plurabelle: les sugiero Carretera, de José Luis Amaro. Si prefieren música, acérquense a Fuentes Guerra -calle Caño- a por un cd de Deneuve o Limousine, dos nuevos grupos de enorme calidad. Paren por la plaza de la Corredera, mi fetiche: Andalucía recicla la arquitectura castellana. Niños juegan, jóvenes proyectan, mayores observan desde el balcón. Si está abierta, asómense a la Ermita del Socorro: sabrán de qué hablo al calificar a Córdoba de señorial. Emoción obligada. Carguen pilas en la Taberna Juramento; croquetas, croquetas, croquetas. Y seguimos.

Salir por la noche en Córdoba es un dilema. Primeras conversaciones en la propia Corredera, La Espiga, Jazz Café o Soul, toda una institución que resiste los años. Continúen en La Comuna -muy cerca de la calle Cruz Conde- si prefieren el pop, o en Aldar, más rock y en Ciudad Jardín. A medio camino El Niño Perdido, querencia funk. Hay otras alternativas: los pubs de Alfaros; el pachangueo en torno a San Hipólito; Loft, cerca de Gran Capitán, con la actuación bossa de Rosa da Lúa; Amapola, junto al río. Hasta desembocar todos en Underground, a las tantas -allí nos vemos-, o La Mode, en El Arenal, para terminar inaugurando cualquier máquina de café en el Campo de la Verdad.

En Córdoba, al mismo tiempo, puedes escuchar cómo caminas, pensar y ser feliz. Ideal para nacer: te alejas y te acercas, te disfrazas de Cátulo en la estación, odi et amo. Cuando la distancia supera los 100 kilómetros pienso en lo privilegiada que soy. Los abrazos de Alejandra, Carmen, Sara y Teresa al ir de marcha. La sardana cañí de los Niños Mojo -Agre, Dani, Luis, Prieto-. Jorge y Mónica, Luigi y Fátima: qué envidia. El elegante Nacho, el apabullante Jorge.

Nombres que me dicen mucho, y que ustedes cambiarán para sentir lo mismo. Las ciudades, al fin y al cabo, son las personas, por muy poco que nos digan sus miradas. Yo sé que las pupilas de Córdoba aprenden su propio lenguaje, y que vivo en una de las ciudades más bellas del mundo. Soñando en ocasiones, sí, con huir más allá de Despeñaperros. Pero intentando amar sus errores, apreciar su grandeza y -qué remedio- comprenderla.

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