'La mujer barbuda', de Ribera
Sufrimiento y amor, es todo lo que hay en la vida. Sé por eso que no debería quejarme, pues mi caso no es distinto al de los demás. Fui, de hecho, una de las mujeres más famosas de mi tiempo, y hasta las puertas de los palacios estuvieron abiertas para mí; pero un designio fatal marcó mi vida desde la adolescencia. Recuerdo el descubrimiento de aquella sombra que no me abandonaba, mi tortura por aquella ausencia de luz en mi cara. Esa sombra era vello que, por una extraña anomalía, crecía en mis mejillas con una profusión aún mayor que en las de los hombres. Empezó entonces la lucha feroz por ocultarlo, las recetas y los asquerosos ungüentos de las curanderas; lo que no pudo impedir la llegada del amor. A esa edad siempre sucede así. Me dan pena los hombres, creen que tienen algo que no saben lo que es. Yo también lo pensé, y no hubo época más feliz en mi vida. Pero el amor nos vuelve confiados, y una tarde mi amigo me visitó sin avisar y descubrió mi secreto. No volví a verle. Estaba embarazada, y pronto nació el primero de mis hijos. Fue un tiempo de felicidad. Me ocupaba a todas las horas de él, pero empezó a crecer y un día vi cómo tendía arrobado sus manitas para tocar el rostro limpio, como recién lavado, de una muchacha que lo cogía en sus brazos y supe que también él se avergonzaría de mí. Me anticipé a ese momento y lo di en adopción. Empezó entonces mi vida errante en el circo. Me hice famosa, y era recibida en los palacios y en las casas de los nobles. No me faltaron amantes, pues los deseos de los hombres son extraños, y tuve varios hijos, de los que siempre me desprendía cuando crecían. Éste del cuadro fue el último. Aquel pintor, El Españoleto, me vio en Nápoles, y quiso hacerme un retrato. Es un cuadro extraño. Puso a mis espaldas a un hombre siniestro, al que no conozco y que me vigila; y luego nos pintó a mi hijo y a mí. Ya soy mayor, tengo al niño en mis brazos y le estoy dando de mamar. Toda la luz del cuadro se concentra en ese niño, mientras que yo permanezco en el umbral, como una criatura de la noche y del bosque. La vida está en ese niño que crece y en el lienzo de leche que parece derramarse tras él y confundirse con la toquilla y parte de mi túnica. Fijaros en ese arroyo blanco: en él está escrita la historia de mi corazón.
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