Un cisne blanco para Bilbao

Lo que más sorprende últimamente de los títulos operísticos programados por la ABAO en Bilbao es la regularidad de los resultados artísticos. Tradicionalmente se basaba en las voces y en el repertorio italiano. La expansión, realizada con un ejemplar "sentido de la realidad", que dirían Isaiah Berlin o Carlos Castilla del Pino, es ahora no solamente geográfica y temporal en los títulos, sino que contempla también la cuidadosa elección de los directores musicales y artísticos. Todo ello desemboca en una situación de normalidad de teatro estable aunque carezcan de medios propios y trabajen de alquiler: sin orquesta, sin teatro, con la entrega de los afiliados.

Solamente por escuchar el raconto final de Lohengrin que hizo Robert Dean Smith ya habría valido la pena la representación. No es extraño que el tenor norteamericano vaya a ser el próximo Tristán en Bayreuth, pues posee una línea musical intachable. El carácter lo puso una imponente Janice Baird como Ortrud, la dulzura Elena Prokina como Elsa y la fuerza teatral Hartmut Wenkler como Telramund. Wolf-Dieter Hauschild es un kapellmeister a la antigua usanza, en el mejor sentido. Sacó a relucir experiencia, criterio, sentido del equilibrio y del ritmo, y consiguió de la Sinfónica de Bilbao una prestación muy notable, aunque la orquesta tuvo la grosería de no estar una vez mayoritariamente en el foso para saludar. La puesta en escena de Daniele Abbado fue ordenada, cuidando con mimo los espacios. Lohengrin llegó a Bilbao en cisne blanco multimedia, como corresponde a la modernidad de la ciudad y a la estética de Abbado. Lo mejor teatralmente fue la escena entre Ortrud y Telramund al comienzo del segundo acto. Los coros de Bilbao y Easo de San Sebastián se mostraron conjuntados y emotivos. El éxito fue grande y merecido.