Sobre el PP (¿repitiendo la UCD?)
Aun a riesgo de decir una obviedad me parece que empieza a no ser inoportuno recordar que el PP es una de las patas sobre las que descansa el régimen democrático existente, y tal vez no esté de más recordárselo antes que a nadie al propio Partido Popular, tan pródigo en los días que corren de espectáculos poco gratificantes. Al paso que vamos los populares van a hacer bueno al PSOE del inmediato postfelipismo, y yo no creo que eso sea beneficioso para nadie. La experiencia ha probado que el PP tiene dos almas, dos estilos, dos políticas, una de ellas se corresponde con el PP que vimos la VI Legislatura, la inaugurada en 1996, cuando el PP tuvo que hacer de la necesidad virtud y practicó una política moderada, de estilo consociativo y orientación centrista que le permitió deshacerse de no pocos fantasmas y acreditar que era un partido moderno y liberal. La consecuencia fue no sólo una notable mejora de la imagen pública del PP y sus hombres, sino el premio de la mayoría absoluta. Desgraciadamente tras el éxito del 2000 el PP comenzó a virar y ha acabado por mostrar otra cara, una definida por una política crecientemente radicalizada, de estilo mayoritario y orientación cada vez mas derechista, adobada con unos modos crecientemente antipáticos. El resultado está a la vista: el PP ha pasado directamente de la mayoría absoluta a la oposición.
Hay quien dice que esa deriva se debe a la gestión y evolución del señor Aznar, sin descartar la influencia del ex presidente, que no ha sido ciertamente escasa, evolución que, por cierto, alimenta mi escepticismo acerca del acierto de la limitación de mandatos en la medida en que acredita que el que no se va a volver a presentar o bien cae en el síndrome del pato cojo, o bien en el de sujeto sólo responsable ante Dios y ante la Historia, cosas ambas democráticamente poco aceptables, yo me inclino a pensar que no hay un PP y un Aznar bueno y otro malo, que las cosas no son tan simples, y que tan auténtico era el muy presentable PP de la VI Legislatura como el menos presentable de la VII. Me explicaré.
El Partido Popular tal y como es resulta ser una ingeniosa respuesta a un complejo problema político: cómo puede ganar las elecciones y gobernar la derecha en un país de centro-izquierda. Si se prefiere visto de otro modo, cómo un partido cuyos apoyos sociales son estructuralmente minoritarios puede ganar y mandar. La respuesta tiene dos elementos claves distintos: uno que controla o puede controlar el propio Partido Popular y otro que dicha formación no puede tener en su mano, aunque lo puede favorecer. El primero lo expuso con meridiana claridad el señor Aznar en Milán hace unos años: para que la derecha gobierne ha de presentarse unida, uno de los grandes logros de don José María es precisamente ése: los competidores o son absorbidos o son destruidos; el segundo lo muestra la praxis política constante desde 1992: hay que agudizar la división de la izquierda y mantener una estrategia de desgaste permanente del partido mayor -los socialistas- al efecto de reducir sus expectativas y desmovilizar su electorado. Si los minoritarios van todos juntos y los mayoritarios van divididos y una parte de su clientela potencial se queda en casa los minoritarios ganan. La Historia le ha dado la razón, por eso cuando uno de los elementos falla, como ocurrió en marzo, de poco sirve que el otro aguante: se pierde.
Ahora bien la unidad de la derecha y su corolario: el bipartidismo asimétrico tienen sus problemas, los logros tienen su precio. La unidad puede conseguirse de dos formas básicas: o bien mediante la creación de un partido unificado, o bien mediante una combinación permanente de dos o más de dos formaciones distintas pero que comparecen juntas y unen esfuerzos en las elecciones y, en su caso, en el gobierno. La primera es la vía aznariana, la segunda el modelo de CiU o el Polo berlusconiano, por citar sólo dos casos próximos y conocidos. La primera tiene a primera vista mayor solidez, la segunda es más delicada y de manejo más complejo, pero es más flexible y tiene mayor capacidad de adaptación. El PP actual es el fruto de la primera vía. Claro está que ese modelo tiene sus costes: un partido con vocación mayoritaria es imposible si no encierra en su seno una coalición silenciosa, todos los partidos europeos con vocación mayoritaria son así, todos agrupan en una única estructura formal una acentuada pluralidad -ideológica y de intereses- interna, todos tienen familias, sensibilidades, tendencias o como se quieran llamar. El PP con su tripleta de conservadores, liberales y democristianos es cualquier cosa menos una excepción.
Lo peculiar del modelo aznariano no es que haya hecho un traje reuniendo las piezas y cosiéndolas por las costuras, lo peculiar es la pretensión de que no hay piezas y que por ello no hay costuras, que el partido es de una pieza. Como la realidad no es así el modelo aznariano exige una verticalismo integral y una disciplina de hierro. El traje permanece firmemente unido merced a la constante presión del líder indiscutible. Naturalmente, cuando el líder se va porque pierde, la presión baja y las costuras hasta entonces ocultas salen a la luz. Y eso es lo que le pasa al PP.
Se puede pensar que como el señor Aznar es irrepetible, su modelo también lo es, y que el PP de Rajoy no puede ser igual que el de don José María. Yo lo pienso. Lo malo es que una parte sustantiva del equipo dirigente del PP cree otra cosa, en el aznarismo sin Aznar como medio para ser el sucesor del sucesor, y es eso lo que da sentido al rifirrafe del PP madrileño. Me gustaría equivocarme pero me temo que de tener éxito ese propósito el resultado muy bien podría ser embarcar al PP en una dinámica excluyente que conduce directamente al fracaso y a la desintegración. El PP de hoy se parece demasiado a la UCD de Calvo Sotelo, y si quiere evitar el destino de su precedente haría bien en ir pensando en otro modelo organizativo. En el fondo siempre me ha parecido acertada la observación de un antiguo dirigente centrista: Suárez se equivocó, en lugar de un partido único debía haber creado dos: uno conservador y otro centrista y establecer una coalición permanente entre ellos.
Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.
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