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Reportaje:

"Es un acto de piratería"

El River Plate argentino se queja de que el Barcelona haya fichado a uno de sus jugadores, Erik Lamela, un niño de 12 años

La hipocresía del fútbol argentino quedó ayer expuesta como una fractura en el debate nacional que provocó la oferta del Barcelona para que un niño de 12 años, Erik Lamela, destacado jugador de las divisiones infantiles del River Plate, viaje a España con su familia. El club, azulgrana se interesó por él cuando le descubrió en un torneo infantil, disputado en galicia. Ahora le promete educación, comida, entrenamiento, y, según medios informativos argentinos, un contrato de cuatro temporadas por 120.000 euros al año, más los ingresos por derechos de imagen, trabajo para el padre y, de salir todo bien, el futuro soñado como futbolista profesional. El Barcelona, por su parte, niega que vaya a pagar cantidad alguna al jugador y supedita la operación a que el padre del niño encuentre trabajo en la Ciudad Condal.

El presidente del club de Buenos Aires quiere reclamar a la FIFA "derechos de formación"

El River Plate, que el pasado verano probó más de ocho mil jugadores llegados de todo el país para quedarse con menos de cien, a los que termina de formar en su propia escuela y residencia antes de colocarlos en el exterior, ahora se niega a aceptar que José Lamela, un ex jugador de un modesto equipo de Tercera División, haga uso de la "patria potestad" y decida marcharse, en nombre de su hijo Erik, para cumplir con una de las pocas fantasías que le quedan a millones de padres argentinos: salvarse con un hijo que juegue bien al fútbol.

"Es un acto de piratería del Barcelona", denuncia, indignado, José María Aguilar, presidente del River Plate, uno de los dos clubes más poderosos de Argentina que, como el Boca, utilizan sus recursos para tentar o "robar" directamente a chavales formados por clubes más débiles. Aguilar reclamara ante la FIFA por los "derechos de formación" de un jugador que sólo lleva cuatro años jugando en las categorías infantiles del club.

Los entrenadores de las canteras de los equipos argentinos advierten de que las divisiones juveniles está "absolutamente corrompidas" por los intermediarios y directivos cómplices que sólo piensan en los rendimientos a corto plazo. Uno de los más reconocidos y respetados, Osvaldo Cortes, ex jugador del Elche y del Valladolid, considera que el fútbol argentino "va a pagar caro este saqueo indiscriminado".

Aguilar hará un último intento de convencer al padre para que el niño termine de formarse "cultural y deportivamente" en el River. Pero todo parece inútil ya. La madre, Miryam decidió que "la familia no se va a separar". Hasta Barcelona viajarán todos, padre, madre y también Brian y Axel, los hermanos de Erik. El niño, inocente, tiene el balón junto al pie y basta una señal que su padre le hace en un abrir y cerrar de ojos, para que comience a desarrollar malabares con él frente a los cronistas que se suceden para entrevistarle y disfrutar, sin pagar por ello todavía, de un poco de su indudable habilidad.

La pierna izquierda es blanda, maleable y el pie es una mano que mantiene el balón en el aire, le hace girar en sentidos contrarios, lo retiene, lo coloca sobre la espalda, sube y baja a su alrededor. En dos días, desde que su historia se cuenta en los periódicos y su cara sale en los telediarios, Erik Lamela, ya aprendió a describirse a sí mismo como "un media punta, zurdo, que llega al gol", y a decir frases de futbolista adaptadas a las necesidades del momento, del tipo: "Y... mi sueño es jugar en la selección Argentina y en el Barcelona".

La relación es inevitable. Hace más de treinta años un "morochito" que hacia los mismo juegos y deslumbraba al público en los descansos de los partidos, fue presentado en el programa de mayor audiencia de la televisión como un "fenómeno". Era Diego Maradona, tenía 10 años. En los videos donde se cuenta su vida puede vérselo todavía a esa edad en el momento de decir: "Y...mi sueño es jugar en la selección y ser campeón del mundo".

La propuesta del Barcelona despertó una inédita preocupación entre directivos y buena parte de la prensa y la opinión pública por los problemas que el desarraigo pueda causarle al pequeño jugador. En realidad la historia de la familia Lamela reproduce la de otros tantos miles de argentinos que en los últimos años se vieron obligados a emigrar para buscarse la vida en otros sitios. El chico no se va solo. Estará acompañado allí por quienes le quieren y sostienen.

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